Foto: Colibrí cuyo nombre científico es Heliangelus exortis. / Fernando Ayerbe
Una de las tantas escenas inesperadas de la película Magia Salvaje es aquella que captura a los colibríes en pleno vuelo. La película más taquillera en la historia del cine colombiano, que alcanzó una cifra récord de casi 2 millones de espectadores, registró ese momento sobrepasando los límites del ojo humano que sólo es capaz de percibir el movimiento a 24 cuadros por segundo.
Sin embargo, el efecto óptico logrado por el arsenal de cámaras del equipo cinematográfico filmó esas imágenes a 600 cuadros por segundo. Pero, en todo caso, las secuencias se reprodujeron a una velocidad tan pausada con tal de hacerlas perceptibles para los que estaban sentados en las salas de cine.
El nivel de detalle fue tanto, que un colibrí podría pasar inadvertido o, a lo sumo, aparecer como una mancha negra que transita por el aire, en condiciones normales. Esas imágenes, no obstante, mostraron un despliegue de plumas brillantes, picos delgados rectos, curvos, largos o cortos y el zarandeo de sus alas que puede ser hasta de 80 aleteos por segundo. Esas fueron tomas serenas, casi que terapéuticas. Después vino la parte violenta, cuando uno de ellos clava su pico contra el cuello de otro en una pelea por el territorio.
Todas esas descripciones y comportamientos los recopiló el ornitólogo caucano Fernando Ayerbe Quiñones en su libro Colibríes de Colombia.Una guía ilustrada publicada por la organización Wildlife Conservation Society (WCS) en la que registra las 165 especies de Colombia más una hipotética, lo que convierte al país en el mayor poseedor de especies de colibríes, seguido por Ecuador (163) y Perú (118). En total, 404 ilustraciones de machos y hembras que componen la guía más actualizada de estas aves.
Ayerbe cuenta que empezó a calentar la mano, a punta de colores acuarelables, con las aves de los humedales de la bahía del Cispatá y luego con las del estuario del río Sinú. Luego su papá vio algunos de esos dibujos desparramados por su casa y le encargó unas tángaras, unos pajaritos diminutos y coloridos que habitan en todos los departamentos del país y que están por montones en el Cauca. De hecho, Colombia es el país que más tángaras tiene en el mundo y sólo el Cauca concentra más individuos que todo Brasil y Perú.
Dibujó entonces las 28 especies de tángaras que alberga ese departamento como un homenaje también a los pájaros que lo envolvieron para siempre en la ornotología y que de niño observó con fascinación. Más tarde completó la guía de tángaras colombianas y compiló las 34 especies que tiene el país en un libro de 80 ilustraciones que fue lanzado en noviembre de 2013.
Entonces se propuso hacer algo más ambicioso y “con la mano ya educada por las tángaras, quise hacer grupos carismáticos para ilustrar. De colibríes había cosas muy generales y las ilustraciones estaban incompletas o no eran muy buenas”, cuenta Ayerbe. Y desde febrero de 2014 hasta julio de 2015, a pulso y sólo utilizando la luz del día (dibujaba de 6 de la mañana a 6 de la tarde) se dedicó a construir el inventario de estas aves en Colombia.
En el proceso se valió de fotos de investigaciones; de la Guía de Aves de Colombia, de Steven Hilty y William Brown, que fue publicada en 1986, con láminas elaboradas a color y blanco y negro por Guy Tudor; de colecciones científicas del Museo del Instituto Humboldt; del Museo de Historia Natural del Cauca, y del Museo del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional.
Logró hacer en acuarelas unas 320 ilustraciones que luego digitalizó para incrementar los detalles de las plumas o aumentar el contraste de los colores. Pero más allá de lo seductor que resultaba ese proceso artístico, hubo uno de investigación paralelo que buscaba desentrañar muchos misterios que guardan estos animales.
Por ejemplo, en Colombia existen 16 especies amenazadas que están en los manglares de la costa Atlántica, en las zonas de páramo y en la cordillera Occidental. Sus tamaños varían desde 6 centímetros, o la medida de un dedo índice, que puede pesar alrededor de 2 gramos, hasta 18 centímetros, la proporción de un antebrazo, que puede pesar 20 gramos.
Ayerbe contó que uno de los objetivos de la guía consiste en rescatar la memoria histórica de los nombres con los que son bautizados los colibríes en las diferentes regiones. “Escasamente conocen como colibrí a esta ave en el campo colombiano”, dice el investigador. En el sur del Cauca es quinde; en los Llanos Orientales, tucusito; en Boyacá, quinchas; en Huila, chupalinas; en el centro del Cauca, esmeralditas; en Monteria, pi, y en otros lugares, chupaflores o picaflores. “Por eso este libro guarda todos esos nombres”, remató.
Además, identificar colibríes por su color es un espejismo porque, primero, no es fácil verlos en la vida silvestre y, segundo, sus tonalidades son verdes o negras debido a que sus colores son estructurales y no pigmentadas. Como explicó Ayerbe, el color estructural es el que funciona con la luz y el que tiene pigmento, como el de los flamencos, responde a lo que comen. De modo que las plumas con colores azules y morados son estructuras microscópicas que reflejan la frecuencia de luz para mostrar ciertos colores exclusivamente. “No tienen cómo metabolizar esos colores. Con pigmento es imposible que se logre un color tan brillante, en realidad el color es negro”, confirmó el ornitólogo.
Para este científico lo más asombroso de estas aves son sus espectáculos reproductivos, en donde el macho corteja a la hembra mediante bailes en los que levanta un copete o saca un plumaje de la garganta. Unos de ellos se conocen como ruteros, que establecen recorridos diarios en busca de alimento, y otros son territoriales, que defienden sus arbustos, sus flores y sus néctares hasta quedar lacerados, casi hasta la muerte.
*Los interesados en el libro podrán conseguirlo en la tienda Bioweb (Bogotá), en la Asociación Colombiana de Ornitología (Bogotá), en la Sociedad Antioqueña de Ornitología (Medellín), en la librería Libélula Libros (Manizales) o en el Santuario de Fauna y Flora Otún Quimabaya (Risaralda).
mbaena@elespectador.com
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