martes, 10 de mayo de 2022

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La segunda esposa de mi padre apareci贸 un d铆a con un kilo de caramelos y dos perros caniches.
Mi hermana y yo la mir谩bamos aterrorizados, tanto nos hab铆an hablado nuestros amigos de lo malas que resultaban las madrastras que ni siquiera le dijimos gracias. Ella, lejos de ofenderse, sonri贸 y nunca m谩s dej贸 de hacerlo. 
 
Era una mujer bella, de cara maternal y cabellos oscuros. Mi padre nos la present贸 y sin pre谩mbulos nos dijo que ser铆a nuestra nueva madre. Yo era muy chico como para entender lo inc贸moda que ella debi贸 sentirse. El silencio fue nuestro recibimiento. Se casaron por civil y casi de inmediato se mud贸 a nuestra casa. 
 
La casa hab铆a estado sumida en la oscuridad propia del duelo, y nosotros ya nos hab铆amos habituado. Lo primero que hizo el d铆a que lleg贸 fue dejar entrar el sol y poner m煤sica.
Recuerdo la cara que puso mi hermana cuando escuch贸 la m煤sica y tuvo que cubrirse los ojos cuando el sol le dio de lleno en la cara. Incomprensi贸n fue lo que vi en ella. 
 
Hizo una limpieza a fondo a todas las habitaciones, tan minuciosa y detallista, que un rey se hubiera sentido en casa. Llen贸 los estantes de libros y cuando pas贸 frente al cuadro de mam谩 en la sala, yo pens茅 que lo quitar铆a, pero no lo hizo; se limit贸 a sacarle el polvo y centrarlo correctamente. Ese d铆a la acept茅, y ese d铆a cambi贸 el rumbo de mi destino. Pero yo no pod铆a saberlo. 
 
La cocina era su fuerte y se la pasaba siempre ocupada preparando platos extra帽os, llenando la mesa de delicias que ninguno de nosotros hab铆a probado. As铆 se gan贸 el coraz贸n de mi padre, y mi hermana dej贸 su desconfianza y le habl贸. 
 
Despu茅s de un a帽o casi no record谩bamos la terrible enfermedad de nuestra madre, aunque de ella ser铆a imposible olvidarnos, su imagen segu铆a reinando en el sal贸n.
Aunque le tomamos cari帽o nunca la llamamos mam谩, pero ella tampoco lo exigi贸. Se gan贸 nuestra confianza y estuvo cada vez que necesitamos un consejo, y nos cubri贸 cuando nuestras travesuras nos pon铆an en evidencia frente a mi padre. As铆 pasaron varios a帽os y un d铆a pap谩 no volvi贸 del trabajo. 
 
Mi segunda madre al principio no se preocup贸, pero luego pas贸 largas horas al tel茅fono, preguntando por 茅l a sus compa帽eros de trabajo. Hasta que se hall贸 su auto, unos j贸venes monta帽istas lo encontraron entre las rocas. Hab铆a ca铆do por el acantilado, dentro de 茅l, mi padre tuvo una muerte instant谩nea. 
 
La segunda muerte de nuestra ni帽ez nos puso de frente a la realidad de la vida, y es que nada es para siempre. Despu茅s del entierro y con terribles presagios que no compartimos con nuestra madrastra, nos preparamos para terminar ambos en alguna instituci贸n de menores. Pero ella no se fue, sigui贸 siendo la misma que fue mientras vivi贸 mi padre, o a煤n mejor. 
 
Tom贸 un trabajo de medio tiempo como cocinera en un restaurante local, y trat贸 de alivianar nuestra pena con todo lo que se le ocurri贸. Inventaba paseos a cualquier hora, o pon铆a m煤sica y bailaba sola o con sus perros que saltaban a su alrededor contagiados por su alegr铆a. Nosotros la observabamos sin participar, callados y tristes. Pero ya deb铆amos conocerla, y nuestro mutismo no la avasall贸. Redobl贸 sus intentos y poco a poco fuimos cediendo. 
 
Las pocas veces que le habl谩bamos era para preguntarle d贸nde estaba esto o aquello, pero nunca cre铆mos necesario ser amables con ella. Pero ese d铆a amaneci贸 soleado, despu茅s de varios meses de la muerte de pap谩, al fin el cielo azul y limpio nos invitaba a salir.
Por eso le pregunt茅 d贸nde estaba mi pelota de f煤tbol, y ella la busc贸 con una sonrisa gigante. 
 
Me lo di贸 y mientras me alejaba hacia la puerta me dijo: «Si no quieres jugar solo aqui estoy».
—Bueno—, dije levantando los hombros.
Sal铆 al patio y jugu茅 un rato contra el paredon que divid铆a nuestro terreno. Al fin me di cuenta de que mi hermana no jugar铆a conmigo y me anim茅 a llamar a mi madrastra. Ella estaba esperando al parecer, porque apareci贸 sonriente seguida por sus caniches y empez贸 a tocar la pelota sin habilidad pero riendo como una ni帽a. Jugamos un buen rato y despu茅s me dijo que entraramos a comer algo. 
 
 
Sus desayunos y meriendas eran espectaculares. Aunque no tuviera mucho, ella se las ingeniaba para darle color a la mesa, seg煤n ella eso es tan importante como la buena calidad de los productos a consumir.
Desde ese d铆a naci贸 en mi un sentimiento muy parecido al amor, la acept茅 como mi madre. Y no tuve miedo de equivocarme. Mi hermana vio el cambio en mi actitud, y aunque con m谩s cautela comenz贸 a verla con otros ojos. As铆 antes de terminar ese a帽o, los dos sent铆amos por ella un inmenso amor, aunque nunca se lo dijimos.
Pero adem谩s de buena cocinera y excelente ama de casa era muy inteligente, y lo not贸. Se dio cuenta de nuestro cambio y se sum贸 con una calidez y sinceridad que nos termin贸 de ganar. 
 
 
Cuando termin茅 mis estudios no cre铆a poder continuar en el nivel terciario ya que nuestros ingresos, aunque nos sosten铆an, eran muy reducidos. Pero ella hab铆a ahorrado durante esos a帽os, y me inscribi贸 en una universidad sin dec铆rmelo. El d铆a que me enter茅 llor茅 de alegr铆a, y mi hermana me abraz贸 emocionada.
Ella sigui贸 estudiando en la ciudad y se perfeccion贸 como enfermera. 
 
Me fui con la sensaci贸n de estar en deuda para siempre, y m谩s a煤n teniendo en cuenta que ella no era nuestra madre y que pudo irse y olvidarse de nosotros al morir mi padre. Pero no, no lo hizo, sino que se qued贸 y fue la madre que nunca imaginamos. 
 
A帽os pasaron desde esos d铆as, me recib铆 y comenc茅 a ejercer como abogado, teniendo siempre contacto con mi hermana y mi segunda madre. Al cumplir los treinta y tres, ella enferm贸, yo viv铆a a unos cuantos kil贸metros, pero me mud茅 para acompa帽arla. Nos turnamos, mi hermana y yo, para asistirla, pero el informe m茅dico no era alentador. Se mor铆a, y ella lo sab铆a. Aunque m谩s triste y sin fuerzas, ella a煤n sonre铆a, y nos hizo prometer que no la llorar铆amos, prefer铆a risas. 
 
 
La enterramos un lunes, al principio del verano, no quiso que la pusieran junto a mi padre, dijo que ese lugar era de nuestra madre. Ella misma eligi贸 un lugar discreto debajo de los 谩rboles. Vamos cada cierto tiempo a visitarlos a los tres. 
 
 
En la tumba de mam谩 siempre dejamos rosas rojas, sus favorita. En la de pap谩 leemos el peri贸dico, principalmente los chistes que era lo que m谩s le铆a. Y en la tumba de nuestra madrastra, la 煤ltima en nuestro recorrido, ponemos caramelos. Ella as铆 lo quiso.
Muchas veces las segundas oportunidades no son buenas. Pero muy de vez en cuando, llegan a nuestras vidas personas incre铆bles que ocupan un lugar en nuestros corazones y no lo abandonan nunca m谩s, aunque se hayan ido... 
 
 
Cr茅ditos a su autor.
Imagen de la red.

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