martes, 20 de septiembre de 2016

LEYENDAS ESOTÉRICAS DEL MONTE KAILASH

 En la región del transhimalaya, en el suroeste del Tíbet, yace el Monte Kailash, centro de peregrinación de las grandes religiones de la India. El Kailash es la montaña que simboliza, por sus cumbres nevadas como halos de luz, el más alto logro espiritual, la pureza de la mente, la iluminación. Aunque los alpinistas no consideran que el Kailash sea una cima muy difícil de conquistar, no se tiene registro que nadie haya subido a la cima del Kailash (los montañistas occidentales quienes han planeado su ascenso han sido recibidos con protestas y animadversión). El Kailash se mantiene puro, su verdadera cima puede alcanzarse, según la tradición, solamente a través de la meditación y el cultivo de la conciencia sutil.
La palabra kailash viene de una raíz sánscrita que significa “cristal”; en tibetano se dice Gangs Rinpoche (el título honorario de los grandes maestros), lo cual significa “preciosa joya de las nieves”. Las personas que creen que la Tierra tiene un cuerpo análogo al ser humano, un campo magnético con centros energéticos, dicen que ahí se encuentra el chakra corona, el chakra de las mil flores de loto blancas, el chakra en el cuerpo humano donde tiene su habitación Shiva, el eterno meditador que emana el universo para su propia delicia y que despierta en el individuo cuando Shakti –como una cobra, como un millón de abejas– zumba a su oído con un beso de calor que derrite toda obstrucción y derrama el elixir (amrita) en la cueva cósmica del corazón. 
Todas las religiones del Valle Indo (tierra madre de religiones) confluyen en el Kailash, que es también la fuente de cuatros ríos considerados sagrados, el Indo, el Sutlej, el Brahmaputra y el Karnali (tributario del Ganges) (nótese que en las religiones abrahámicas se describen también cuatro ríos que nacen del Paraíso).
Los jainistas dicen que en la región del Kailash se iluminó su primer líder. Para los budistas está asociado con el Monte Meru, el omphalos del universo y para los budistas tibetanos con la sede del reino invisible de Shambhala, el mítico reino que inspiro las leyendas de Shangri-la (y como veremos más adelante con la transmisión original del dzogchen o Gran Perfección). Los bönpo, los miembros de la religión indígena del Tíbet, lo consideran su sitio sagrado, hogar del dios Sipaimen y sede del poder espiritual. En el hinduismo, el Kailash también es el Monte Meru o Sumeru, axis mundi y el lugar donde reside Shiva en un estado de dicha perpetua, unido con su consorte Parvati (también Shakti), y de cuya unión se genera el primer spanda, la vibración de la creación del cosmos (Ananda Tandava), por lo cual la montaña representa el principio mántrico Sat-Chit-Ananda. Las cuatro caras del Kailash están asociadas con diferentes piedras preciosas (cristal, rubí, oro, lapislázuli), componiendo los pilares sobre los que se sostiene el mundo. 


La tradición esotérica del Kalachakra Tantra cuenta que el rey de Shambhala, Dawa Sangpo, se acercó al Buda Shakyamuni antes de que muriera, y le solicitó enseñanzas que no requirieran que tomara votos monásticos. El Buda le habría enseñado los tantras internos, externos y secretos del Kalachakra. A partir de Dawa Sangpo se habría formado un linaje de reyes iluminados que unieron su reino bajo un único clan, los “ridgzin”. Mucho se ha especulado sobre el destino de este linaje de Shambhala y si el reino de Shambhala existe en este plano de realidad o es una Tierra Pura que se ha generado por el mérito acumulado de su dinastía de grandes bodhisattvas (todo un reino de seres iluminados) y en la cual el ser humano puede renacer si alcanza ciertos logros en esta vida. En los textos del corpus del Kalachakra se menciona que Shambhala yace “detrás del Kailash”. Esto ha sido interpretado de formas diversas. Puede ser al norte del Kailash,adentro del Kailash (dando origen también a leyendas como Agartha) o simplemente en un plano superior, quizás en una especie de campo áurico, una escala más allá en la conciencia. Otra especulación esotérica en torno a Shambhala menciona que el destino de este reino es combatir con una civilización bárbara que tomará (o está tomando) control de la Tierra, que atraviesa la era oscura o Kali-yuga; el triunfo profetizado del Reino de Shambhala daría a luz a una nueva Edad de Oro. Sin embargo, estas leyendas son explicadas de forma simbólica en el Sri Kalachakra, donde se comenta que la gran batalla contra las huestes bárbaras ocurre internamente, y los ejércitos bárbaros representan los Tres Venenos de la doctrina budista y los cuatro ejércitos de Shambhala los Cuatro Inconmensurables: el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad. Así el campo de esta batalla sería el microcosmos del cuerpo humano, donde se sella el triunfo a través de las prácticas tántricas y se consigue vencer para siempre al samsara o la ilusión que multiplica el sufrimiento a través de la ignorancia. 
En su libro Introduction to the Kalachakra Initiation, Alexander Berzin identifica Shambhala con la región que circunda al Monte Kailash. Berzin señala que Shmabhala en tibetano significa el lugar de la dicha o de la alegría, lo cual lo hace “un sinónimo tanto del dios Shiva como de los Heruka budistas… El Monte Kailash realmente no es Shambhala, sólo representa Shambhala en la Tierra… el viaje a Shambhala no es físico, es espiritual”. Berzin distingue entonces entre el reino invisible o espiritual de Shambhala simbolizado por el Kailash como su doble y el reino de Shmabhala en su aspecto histórico que se ubicará en lo que hoy es el norte de Afganistán, lugar de origen de Dawa Sangpo.
También en el Kailash se lleva a cabo una de las historias fundacionales del budismo en el Tibet. El yogui Milarepa, el alumno de Marpa que tuvo que sufrir todo tipo de vejaciones para purificar su karma por haber cometido crímenes utilizando la magia en defensa de su familia, se enfrentó ahí al gran mago de los Bön-po, Naro Bön-Chung. En una competencia que haría que el vencedor fuera declarado como el más poderoso mahasiddha –pero que simbolizaba el poder del budismo vs. el poder de la religión indígena– se acordó que el primero en alcanzar la cima del Kailash sería declarado victorioso. El hechicero bönpo utilizó un tambor mágico para elevarse a la cima, pero ante el asombro de los ahú reunidos, Milarepa se sentó a meditar y en completa calma logró vencer a su adversario usando los rayos del sol como vehículo.

El profesor Elías Capriles, académico experto en el budismo vajrayana y practicante del dzogchen sostiene en su libroBudismo y Dzogchen que el Monte Kailash es el punto axial desde el cual se diseminó la tradición del dzogchen,  la práctica basada en alcanzar y estabilizar el estado natural de la mente que es igual a la vacuidad no conceptual, radiante y puro, la naturaleza  inherente del Buda. Capriles difiere de lo que dice Giuseppe Tucci quien afirma que las enseñanzas tanto del dzogchen como del bönpo se originan del shivaísmo de Cachemira, que  tiene en el anuttara un claro símil con el estado de no-meditación del dzogchen.  Capriles sigue a su maestro Namkhai Norbu Rinpoche, quien afirma que en el Kailash transmitió sus enseñanzas Shenrab Miwoche.
El tönpa Shenrab Miwoche, alrededor del año 2.000 antes de Cristo enseñó la forma rudimentaria de dzogchén (rdzogs chen) conservada por los bönpo (bon-po) que se conoce como dzogpachenpo Zhang-zhung Ñenguîü (rDzogs-pa Chen-po Zhang-zhung sNyan-brgyud), y quizás también algunas formas rudimentarias de tantrismo (el tantrismo es el mantrayana o vehículo de los mantra).

Capriles nota que el Kailash también es el centro clave del culto del  zurvanismo persa, “cuyo culto está centrado en Zurván, personificación del tiempo infinito y del espacio infinito. Es de suponer, pues, que el zurvanismo esté de alguna manera emparentado con el shivaísmo y el bön. Y el hecho de que en sánscrito ‘tiempo infinito’ o ‘tiempo total’ se diga Mahakala, que es el nombre de un aspecto o forma del dios Shiva, parece sugerir una identidad, al menos parcial, entre Shiva y Zurván”.
De aquí se desdobla una fascinante hipótesis, aunque un poco elaborada, sobre el Kailash como cuna de un modo de percepción no-dual, que se estableció entre diversas religiones que tienen en común la búsqueda de establecerse en el estado natural de la conciencia, si bien por diversos métodos. 
 …no cabe duda de que Shiva-Mahakala y Zurván —y según sugiere la evidencia también el Îandag Guîalpo— eran personificaciones de aquello que, en términos de los conceptos de una tradición asociada al tantra Kalachakra delineados por el lama tibetano Tarthang Tulku ( Time, Space and Knowledge: A New Vision of Reality) podría designarse como Total Espacio-Tiempo-Cognitividad: la condición panorámica e indivisa que, de manera no-dual, aprehende la Totalidad más allá de cualquier fragmentación o separación. Cabe señalar también que tanto Zurván como Shiva eran dioses bisexuales; en el caso del Shiva, este hecho es bien conocido (y Alain Daniélou lo ha resaltado de manera particular en su obra Shiva y Dionisos); en el caso de Zurván, aunque el hecho en cuestión no es tan conocido, el mismo se desprende claramente de los testimonios que todavía se conservan sobre la antigua religión persa.
Capriles incluso sugiere que la transmisión del estado primordial en el Kailash o sus alrededores podría ser también el origen del taoísmo, la religión china que estaría estrechamente emparentada con el bön:
En todo caso, es un hecho que la morada del dios Shiva está en el monte Kailash, en el Tíbet occidental; que dicha montaña constituyó un destino privilegiado de peregrinaje para el zurvanismo, y que ya alrededor del año 2.000 a. C. el gran maestro del bön Shenrab Miwoche estaba enseñando el dzogchén (y probablemente también el tantrismo) en los alrededores de la montaña en cuestión. Aunque lo anterior es ya suficientemente sugestivo, hay muchísimos otros indicios de que las doctrinas del shivaísmo de la India y del zurvanismo persa —y no sólo aquéllas, sino también las del taoísmo chino y las de otras tradiciones asociadas a las mencionadas
[…]ya que muchos taoístas han afirmado que su tradición y la del bön establecida en el Tíbet son una y la misma. Como se verá en una nota posterior, no sólo parecen las doctrinas de Lao-tse constituir un intento de expresar en palabras la inexpresable Visión (lta-ba) del dzogchén, sino que la leyenda relaciona al sabio taoísta directamente con el Tíbet, pues afirma que aquél habría entregado el Te-tao Ching a un oficial de la frontera chinotibetana en el momento de abandonar el territorio chino. Y, de hecho, hay enormes coincidencias entre el dzogchén y las formas de taoísmo que aparecen en Lao-tse, Chuang-tse, Lieh-tse y los maestros de Huainan —que en su conjunto gusto designar como «taoísmo de inoriginación» a fin de contraponerlo al de los ‘santos inmortales’ (shen hsien)—. Concretamente, ambos sistemas afirman que la verdadera naturaleza de la existencia es una condición no originada que no puede ser concebida por el intelecto ni entendida correctamente en términos de conceptos, y que para vivenciarla es necesario superar las acciones que parecen emanar del ilusorio sujeto mental que cree ser la fuente autónoma y substancial de sus propios actos y el receptor separado de sus experiencias.
Estas enseñanzas del estado no-conceptual de la conciencia primordial (o cognoscitividad, como traduce Capriles el término tibetano rigpa) que fueron enseñadas en su forma primitiva por el buda Shenrab Miwoche en Zhangzhung (el reino bönpo que se habría establecido en la región del Kailash), fueron refinadas más tarde por Garab Dorje, considerado por algunos como el padre del dzogchen. Escribe Capriles:
Según la historia aceptada universalmente, siendo todavía un niño, el tönpa Garab Dorlle comenzó a enseñar el dzogchén en Öddiyana, su tierra natal, e indicó que estaba transmitiendo una enseñanza que se encontraba más allá de la causa y el efecto. La causa y el efecto son algo que funciona en tanto que, estando atrapados en el samsara, nos encontramos limitados por el «obstáculo del conocimiento»: como se vio en la primera parte del libro, en la medida en que valorizamos-absolutizamos delusoriamente el pensamiento según el cual estamos realizando un acto en miras a un fin, dicho acto nos condiciona y creamos una causa que necesariamente tendrá un efecto. Ahora bien, también podemos encontrarnos más allá de la condición samsárica y, en consecuencia, más allá de la relación causa-efecto; de hecho en la enseñanza dzogchén, al interesado se lo introduce directamente al estado de Iluminación, Verdad o rigpa, que se encuentra libre de la relación causa-efecto, y se le dan las instrucciones que le permitirán integrar en dicho estado todo lo que surja —y que, de otro modo, lo interrumpiría, restableciendo el samsara y haciéndolo girar incesantemente en él.

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