sábado, 31 de agosto de 2019

LA LÁSTIMA: DE VÍCTIMA A VICTORIOSO.

LA LÁSTIMA: DE VÍCTIMA A VICTORIOSO.
Desde muy pequeño, he vivido con intensos sentimientos de falta de merecimiento, de fracaso y de no ser digno de amor. Me sentía despreciable hasta la médula. Horrible, que nadie me quería, enfermo y dañado sin arreglo.
No importaba que hiciese, o dejara de hacer, estos sentimientos me acosaban cada momento mientras estuviese despierto.
Me odiaba a mí mismo y quería huir. Me hice adicto al trabajo, a la comida, a los juegos de la computadora, al exceso de pensamiento, a vivir en mi mente, existiendo solo a través de fantasías y falsas esperanzas.
Solía fantasear con suicidarme para poder liberarme de esta oscuridad que llevaba dentro.
No importaba cualquier tipo de éxito que lograra en el exterior, cuántos elogios y aprobación recibiese; esos sentimientos oscuros supuraban en mi interior. Me sentía como si estuviese envenenado.
Más tarde, un día, descubrí que solo podía encontrar la libertad MIRANDO esos mounstros que llevaba dentro. Este fue mi “punto de quiebre”. Dejé de huir de mi dolor y le di mi atención. No había otra opción. Invité a la lástima a que surgiera a la luz de la conciencia y a sentirla completamente. Tomé el riesgo de sentirme aún más indigno, más fallado, menos digno de amor que nunca. Pensaba que esos sentimientos me iban a matar; ¡eran tan intensos!
Pero finalmente, ¡los estaba SINTIENDO! Les estaba haciendo espacio, dejándolos moverse a través de mi ser.
Yo era el espacio para mi oscuridad, yo era la gran Luz que podía iluminar todas esas partes ‘no dignas de amor’. Yo era el cielo, y mis sentimientos eran el clima. Respiré en el dolor, le dejé saber que le permitía vivir, que tenía el derecho a vivir.
Bañé mi víctima interna con amor. Le infundí a mi adicción una gran compasión. Saturé mi oscuridad con esta gran luz de consciencia.
Ya no huía más. Ya no me estaba dividiendo en dos partes. Yo era un vasto espacio en que los sentimientos de lástima (sentirme de poco valor, no digno de amor, fallado, horrible, desesperado) podían ir y venir. Solo eran sentimientos: ya no podían lastimarme, ni controlarme, ni definirme.
Ya no sentía vergüenza, ya no era “el que siente pena”: era el espacio para esa vergüenza, esa pena; fui su padre amoroso, su Hogar.
Sentí mucho amor por esas partes no comprendidas, ¡esos pequeños niños internos!
Al final se convirtieron en mis apreciados amigos, mi compañía en el camino. No eran errores. Solo habían estado buscando mi amor y mi comprensión.
Ahora, si estos amigos aparecen, o cuando aparecen, les puedo agradecer con mis brazos abiertos, puedo celebrarlos, permitirles que se expresen, y luego que vuelvan a su profundo descanso.
- Jeff Foster

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