sábado, 3 de diciembre de 2022

Mi abuela en el psiquiátrico

 

Mi abuela, cuando la encerraron en el psiquiátrico
y le ataron las patas con cuerdas
a la camilla
y vio a su marido entrar en el cuarto
para montarla,
se lanzó a patalear
como una merluza escurridiza en el muelle,
y por primera vez en su vida dijo No
al hombre al que 25 años antes había dicho Sí.
Gritó tan fuerte que ni Dios pudo hacerse el sordo
y acudieron todos en el cuarto,
las enfermeras que merendaban en el pasillo
y el gran psiquiatra con un bigote como una S tumbada,
y algún que otro loco, en su hora libre.
Todos ellos acudieron
ciegos como gusanos,
y el grito de mi abuela se unió al de todas las mujeres
en un gospel que bajó
como un chorro de lluvia,
bajó en todos los psiquiátricos
bajó en el campo y bajó en el mar
bajó en los parques infantiles y en las calles de domingo
donde mujeres solas empujan cochecitos,
y en las oscuras habitaciones donde las manos de los hombres
hurgan sin permiso
y en la soledad de las cocinas
donde las madres ahogan repollos en ollas llenas de llanto
hasta el cuarto con biblioteca donde escribo hoy,
yo, la intelectual con gafas de pasta y cuatro idiomas
chupando la oliva verde de un Martini,
y de lo que más me acuerdo es de cuando ella
se acostaba a mi lado
en las tardes calientes de verano
y me soplaba
“Tú, niña mía, hazlo diferente”
y yo quería, oh yo quería por ella
por sus manos de romero cuando me acariciaba la cara
por sus rosquillas pringosas y anisadas y su arroz con leche,
por su boca que era como el amanecer,
pero yo era de la familia
y no era diferente.

 

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