viernes, 17 de junio de 2016

Toma de ayahuasca en Italia

UN RELATO DETALLADO Y PRECISO DE LO QUE ES UNA EXPERIENCIA CON AYAHUASCA DENTRO DE UN ENTORNO PSICOTERAPÉUTICO

Participé en el retiro de Turín que tuvo lugar desde el 19 hasta el 21 de febrero, y querría relatar acerca de esa, mi primera experiencia. Digo ante todo que, de alguna forma, me sentí “llamado” por Ayahuasca, pero no se “como”, o igual lo sé, pero no quiero describir de qué manera, ya que las llamadas más auténticas y verdaderas que sentimos por dentro no se pueden describir con palabras. Sólo puedo afirmar que nada, en la vida, ocurre por casualidad, y que todo tiene sentido.

Mi experiencia: llego a una estación de ferrocarril según las instrucciones que ya recibí el día antes. Pasa a buscarme una persona y me lleva al sitio del retiro. Después de la primera toma de contacto y el fichaje, empiezan los preliminares. Los facilotadores son gente joven, pero muy preparada, nos llevan a una gran habitación y nos invitan a tomar asiento en unos colchones (eramos alrededor de veinte personas). Luego empiezan a explicar en qué puede consistir la experiencia. Digo “puede” porque, como nos lo contaron es una aproximación de lo que después descubrí, la experiencia resulta diferente para cada uno de nosotros, ya que cada cual tiene su camino, y la Ayahuasca actúa según lo que uno necesite, por consiguiente sus efectos son absolutamente subjetivos. Para algunos, y entre otros yo, se manifiestarn más placenteros, para otros posiblemente menos, pero nunca insignificantes. Nos preguntan cuál es nuestra intención al estar allí, qué esperamos de la experiencia. Cada cual cuenta lo que espera, de forma sencilla, con pocas palabras.

Se encienden las velas y se apagan las luces. Ya nos aguarda la toma y la atmósfera se hace más densa. Ya me toca a mí, bebo la pócima y su sabor no me resulta desagradable como había pensado antes (eso también es un hecho subjetivo). Rehúso el trago de agua que me brindan; casi todos los demás, sin embargo, se lo toman. Disuelvo todo miedo y me tumbo en el colchón, a la espera de que la sustancia suba. Al cuarto de hora, más o menos, o a los veinte minutitos como mucho, empieza la música. Me entrego a las notas y luego, después de un tiempo, empiezo a percibir vibraciones en mi cuerpo: pequeñas sacudidas casi imperceptibles. No tengo miedo. Me fío. Es por eso que estoy aquí. Pasa poco tiempo aún, y de repente la primera visión. Es como un relámpago. En un cielo despejado pasa volando un águila de cabeza blanca; tiene el pico amarillo. Vuela y luego se me echa encima en picado. Me quedo impasible y la visión se desvanece cuando el ave se “estrella” en mi cara, estallando en miles de pedazos. Casi enseguida otra visión: montes oscuros bajo la luz del ocaso. Eso dura tan solo unos segundos. Luego he aquí que Ella viene, acompañada por vibraciones de alegría. Es una anaconda hembra. “Te estaba esperando”, me dice. “llevo toda la vida esperándote”, contestó. Ella se pone a reír y me dice: “Me esperabas desde mucho más”. Ahora estoy totalmente empapado de la música y de Ella, que es un Espíritu verdadero y real, y no una sensación inducida por las circunstancias. A mi alrededor gente que vomita en las bolsitas de plásticos que nos facilitaron al comienzo. Le hago caso omiso: es una forma natural y prevista para deshacer bloqueos energéticos, un medio de purificación.

La Ayahuasca empieza a jugar conmigo, me acaricia y me enreda en sus espirales verdes, dulces y frescas. Yo me río y le hablo, hacemos el amor. Nada sexual, estoy hablando de Amor puro, de fusión jocosa. Ella es muy juguetona. Sigo riendo a carcajadas. De vez en cuando percibo el chaval tumbado a mi lado. Él no se lo está pasando muy bien, creo yo. Él resopla, se agita, tal vez piensa en los mensajes que consideró indispensable enviar por el WhatsApp hasta unos pocos instantes antes que la Ceremonia comenzara. O quizás hay más, pero la cosa no me toca. De todas maneras, el muchacho se encuentra bajo el control de facilitadores capaces y diligentes, preparados para cualquier eventualidad y exigencia de los participantes. Mientras tanto, yo sigo jugando con “mi” Serpiente Divina, Le hablo como si fuese una amiga de toda la vida, Ella se ríe conmigo. Después de un tiempo que no sabría medir, me arrullo en la manta como si fuera una capa, me dirijo al facilitador sentado cerca de la puerta diciéndole que quiero salir, y que no se preocupe, que la situación está bajo control. Él me sonríe, averigua que eso sea verdad y deja que me marche.

Salgo al aire libre, en el patio el cielo está estrellado y la luna casi llena. La constelación de Orión parece una mariposa librándose en el cielo. No siento frío. Miro a las estrellas y al astro que alumbra el cielo, le doy las gracias a Dios por estar aquí, en este momento de presencia auténtica y entrañable. Estoy feliz y conmovido por tanta gracia.

Vuelvo para dentro. La habitación está invadida por la música y por el perfume de un incienso muy bueno (más tarde iré a descubrir que se trata de “palo santo”, una madera aromática). Me quedo en pie, con los ojos cerrados delante de la mesilla (altar), detrás de la cual el facilitador está tocando la guitarra y cantando. Es muy bueno, un artista de verdad. Luego abro los ojos y me quedo observando las velas. El facilitador, con un gesto, me pregunta si quiero algo más de Ayahuasca. Hombre, claro que sí. Me acerco, y puede que tenga una cara algo cómica, porque él me sonríe divertido y me la ofrece diciendo en castellano: “Con mucho gusto”. Yo me pongo la mano al corazón y contesto: “El gusto es todo mío”. Él ríe y me brinda la pócima. Nada más que un chupito, esta vez. Me lo tomo de un trago y vuelvo a tumbarme. Otros, pero no todos, hacen como yo. Al poco tiempo siento mi cuerpo comenzando a vibrar muy fuerte. No se trata de una vibración física, es algo que viene desde mi interior, es pura energía. Una cascada de colores psiquedélicos, vivaces, indescriptibles me embiste. Cada palabra, cada pensamiento, se transforman en miles de colores, la mismísima música es color. Le pido al Anaconda que me sane y que me enseñe algo, Ella me contesta que no estoy enfermo, me explica el significado de la tolerancia y de la sabiduría en los gesto y palabras, luego me dice que esos colores son su don personal para mi, y me invita a gozar de lo que me llegue. Con sencillez y sin pretender nada más.

Cuando la experiencia se acaba (duró mucho) ya hay alguien roncando; yo, sin embargo, no tengo sueño. La música ya es más suave, y por fin se apaga.

Fuera ya empieza a madrugar…

Por la mañana estamos todos (casi todos) eufóricos, hay un fuerte sentido de amistad. Confrontamos nuestras experiencias. Para cada uno de nosotros ha sido un viaje diferente. Alguien se queda, otros se marchan. A eso de las diez, después del desayuno, volvemos a reunirnos. Cada cual describe de forma breve su experiencia. Los facilitadores tratan de detectar y resolver unos puntos críticos o claves aparecidos en algunos de nosotros. Ellos no se consideran maestros para nada, y son los primeros dispuestos a ponerse en juego. Gente bella y entrañable, sin rasgos de ego que contamine su energía, libres de todo juício y listos para ayudar a quien lo necesite, con ánimo puro y sereno.

Segunda Noche.

Quien lo desea se va a la toma, pero también estamos libres de no hacerlo. Hay también algunas personas nuevas. Se repite el “ritual” de la noche anterior, pero con modalidades diferentes. Esta vez estamos más involucrados a nivel de grupo, y eso vale para casi todos.

Ella se me presenta de nuevo, esta vez precedida por visiones abstractas, dibujos en blanco y negro “colorido y brillante” (pido perdón por el aparente contradicción, pero no hay otra forma para describir eso). No me fijo demasiado en éstas visiones, disfruto y ya está, se que solo se trata de indicios de Su llegada. Casi enseguida me La encuentro de frente, ante de mis ojos cerrados, precedida por vibraciones de alegría. Saludo a Mamacita (así la llamo cuando me dirijo a Ella), Le digo que la quiero muchísimo y me vuelvo niño, niño en esencia. Le hablo, jugamos, reímos y estamos de cachondeo, es una juerga, una fiesta; nos enredamos, nos fundimos, nos acariciamos…

Después de la segunda toma Le pido que me enseñe lo que necesito, pero a nivel energético, sin palabras ni mediaciones de pensamiento. Ella me trae en dimensiones elevadas y desconocidas, me enseña a ver el Dios que hay en mí, me infunde de luz llameante, y yo me fundo con el Universo, me vuelvo energía pura, partícipe de la Divinidad que hay en toda cosa. La divinidad indiferenciada que estás en cada uno de nosotros, quienes somos todos seres luminosos. La Verdad es sencilla, es sin palabras; y el Amor, el Perdón y la Compasión son armas más poderosas… para poder con nosotros mismos, con nuestra mente caprichosa y nuestras pequeñas mezquinidades de cada día.

La mañana después estamos eufóricos, serenos, hay un fuerte sentimiento de Hermandad, seamos participantes o facilitadores, da igual. Somos todos hijos de Dios, y Dioses al mismo tiempo. Esa es una verdad tan elemental de comprender, que puede resultar imposible de entender, por quien esté demasiado entregado a las inútiles complicaciones de la vana vacuidad del día a día.

Habría todavía mucho más que decir, pero sería demasiado largo explicarlo, y tendría que pasar por la guillotina limitante de las palabras. Y además, tal vez, necesitaría escribir un libro entero tan solo siquiera para acercarme a la belleza y profundidad desatadas por este retiro. Si debiese resumirlo todo en un par de palabras, diría “sublimación mística”. Para mí, por los menos.

Alguien, tal vez, querrá opinar que la mía fue una experiencia del todo inducida por una “droga”. (Ayahuasca no es “droga”, en absoluto, sino algo sagrado: la palabra proviene del idioma Quechua, y si en ese idioma quiere decir “Liana del Alma”, por algo será). Pero entonces, de ser así, si en verdad Ayahuasca fuese una droga, cómo explicar el hecho de que, a mi vuelta al trabajo, la empleada del despacho, nada más verme entrar, me preguntó: “Pero, ¿qué te pasó? ¡Estás luminoso!”. Prometo que dijo así.

Al hacer un resumen, para mí ha sido la experiencia más hermosa e intensa de toda mi vida, y voy a repetir, por supuesto, y a seguir este camino, ya lo sé. Para otros no fue así, pero la Medicina es sabia y le da a cada uno de nosotros lo que necesita de verdad, aunque a lo mejor no lo sabemos. O fingimos de no saberlo, que es lo mismo.

¿Un consejo para quienes quieran acercarse a esta experiencia? No tengan prejuicios ni miedos, confíen en ustedes mismos y les pongan cara a la cosa con espíritu libre y entrega. Esta es la sola manera para hacerlo, que me crean, ya que se irán a enfrentarse a quienes son de verdad, por lo bueno y por lo malo, y toda ficción se derretirá tal como nieve al sol, ante el espejo de su alma. Ustedes son divinos, y cuando lo van a comprender estarán en la senda de la Sanación. Que acepten el don que Ella les ofrecerá, y aunque no fuera éxtasis divino (no lo es para todos), será sin embargo la cura que necesiten. Pero cuidado, porque no se trata de un paseo ni de un montar en los caballitos, y para encararse a esa experiencia uno tiene que ser capaz de ponerse en juego, de mojarse. Los prejuicios, los miedos y los sentimientos de culpabilidad son el veneno del alma. Y un alma envenenada nunca va a revelar su luz.

Un pequeño consejo todavía. Si ustedes no se sienten listos, que no vengan. Si piensan que Ayahuasca es una droga, que no vengan. Mejor se queden en su casa delante de la caja tonta, y que sigan currando para pagar los plazos del coche que les sirve para irse al curro. Si este es su camino, esta su realidad… pues bueno, así vale. Y cada palabra más sería inútil.

Un abrazo fraternal de gratitud sin fin a los que me permitieron vivir esta experiencia, y a todos Ustedes también, que van experimentando y creando Su personal versión de este Universo. Aquí, en este tiempo y en este espacio, en esta vida que sí vale la pena vivirla.

Tullio Moro.

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