sábado, 17 de noviembre de 2018

Aunque duela, léelo


Léelo Caperucita todas las veces que sea necesario...

Dar, a veces duele un montón.
Son esas veces que uno da para ser necesitado.
Da de más.
Da en exceso.
Da con intenciones de recibir algo a cambio.
Da para algo.
Esa gente que da tanto, cargándose cruces que no le pertenecen, ofreciéndose en cuerpo y alma para salvar al otro, para rescatar al otro, para curar al otro, da por miedo.
Miedo a que si no da, el otro no lo quiera. Y sino lo quiere, el abandono acecha fuerte y con violencia la puerta de su casa.
Entonces uno da, cubriendo todas los espacios y urgencias del otro.
Se postula como imprescindible.
Como necesario.
Como indispensable.
Como el oxígeno para que pueda respirar.
Y el otro acepta. Claro que acepta.
Porque le resuelve.
Le sirve.
Le facilita.
A veces agradece, pero no pudiendo devolver semejante saldo un día se planta frente a la banca y dice que se retira.
Sabe que no puede pagar esa cuenta.
Esa deuda que ni siquiera él, la generó.
Un poco enojado y agotado, agobiado de ser rescatado, sin haberlo pedido, se saca de encima semejante presión con un simple basta. Se terminó. Yo nunca te pedí nada.
Y nuestra Caperucita del cuento, que en realidad, era un lobo hambriento de amor, disfrazado de colorado, regresa con su canasta vacía, sin pena ni gloria, tragándose las flores que fue juntando para decorarle el jardín al otro, sacando las cuentas para ver qué hueco le faltó cubrir, para que el otro no la deje.
Caperucita se equivoca.
Y si sigue dando, y dando y dando , siempre va a ser la niña buena, necesitada por todos, pero amada por ninguno.
Amar no es necesitar, Caperucita.
No tenes que dar nada.
Tenés que ser. Tan simple como Ser.
Porque a la gente, se la ama por lo que es y se la necesita por lo que da.
Y cuando uno deja de tener sed ya no necesita más nada.
Piénsalo bien, Caperucita.
Que ser necesitada no tiene nada que ver, con ser amada.
Nada.

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