lunes, 3 de agosto de 2015

PARA CUANDO YA NO ESTÉ

Para cuando ya no esté



Morir es una sorpresa. Siempre. Nunca se espera. Ni siquiera el paciente terminal cree que vaya a morir hoy o mañana. La semana que viene tal vez, solo si la semana que viene continúa siendo la semana que viene.
Nunca se está preparado. Nunca llega la hora. Nunca habremos hecho todo lo que queríamos haber hecho. El final de la vida siempre viene de sorpresa, haciendo llorar a las viudas y aburriendo a los niños que todavía no comprenden qué es un velatorio (gracias a Dios).
Con mi papá no fue diferente. La verdad es que fue totalmente inesperado. Mi papá murió a los 27 años. La edad en la que murieron muchos músicos famosos. Joven. Demasiado joven. Mi papá no era ni músico ni famoso, el cáncer parece no tener preferencia. Él se fue cuando yo era un niño y descubrí lo que era un velatorio precisamente con él. Yo tenía 8 años y medio, los suficientes para extrañarle el resto de mi vida. Si hubiera muerto antes, no tendría recuerdos. Ni dolor. Pero tampoco habría un padre en mi historia. Y yo tuve un padre.
Tuve un padre que era duro y divertido. Que me castigaba con una broma para no lastimarme. Un padre que me daba un beso en la frente antes de dormir. Un hábito que yo continué con mis hijos. Un padre que me obligó a amar el equipo que él amaba, que me explicaba las cosas mucho mejor que mi madre. ¿Sabes? Un padre de esos que hacen falta.
Él nunca me dijo que iba a morir, ni cuando ya estaba todo entubado. Mi padre hacía planes para el siguiente año aún sabiendo que él ya no llegaría al mes siguiente. El próximo año iríamos de pesca, viajaríamos y visitaríamos lugares que ninguno de los dos conocía. El año siguiente sería increíble. Yo viví ese sueño con él.
Creo, o tengo la certeza, que él pensaba que eso le daría suerte. Supersticioso. Pensar en el futuro era la forma en que él se mantenía optimista. El desgraciado me hizo reír hasta el final. Él lo sabía. Él no me dijo nada. Él no me vio llorar su muerte.
Y de repente, el año siguiente acabó sin siquiera haber comenzado.
Mi madre fue a buscarme a la escuela para ir juntos al hospital. El médico nos dio la noticia con la sensibilidad de alguien que ha dado esa misma noticia durante muchos años. Mi madre lloró. Ella también tenía una pizca de esperanza. Como dije antes, todo el mundo la tiene. Yo sentí el golpe. ¿Cómo? ¿No era solo una enfermedad de esas que se curan con una inyección? Papá, como te odié. Me mentiste. No sentí tristeza, papá, sentí rabia. Me sentí traicionado. Grité de rabia en el hospital hasta que me di cuenta de que mi padre no estaba más para castigarme. Lloré.
Pero allí fue cuando mi papá volvió a ser mi papá. Una enfermera me vino a consolar. Ella traía una caja de zapatos bajo el brazo. Dentro había docenas de sobres con frases escritas donde se supone que debería estar escrito el nombre del destinatario. Entre lágrimas y sollozos, no conseguía entender lo que estaba pasando. Y entonces la misma enfermera me entregó una carta. La única que estaba fuera de la caja.
«Tu padre me pidió que te entregara esta carta personalmente para que la abrieras. Se pasó toda la semana escribiendo esto para ti. Sé fuerte». Me dijo mientras me abrazaba.
PARA CUANDO YA NO ESTÉ, decía el sobre que ella me entregó. Lo abrí.

Hijo,
Si estás leyendo esto es porque ya he muerto. Lo siento, yo lo sabía.
No te quería contar lo que iba pasar, no quería verte llorar. Parece que lo conseguí. Creo que un hombre a punto de morir tiene el derecho a ser un poco egoísta.
Bueno, todavía tengo mucho que enseñarte, después de todo, aún no sabes nada. Guarda esas cartas. Puedes abrir una solamente cuando el momento llegue, el momento que escribí en el sobre. Ese es nuestro trato, ¿vale?
Te amo. Cuida de tu madre, ahora eres el hombre de la casa.
Un beso, tu padre.

PD: No le des estas cartas a tu madre, ella ya se quedó con el carro.

Con esos garabatos, pues en aquella época no era tan fácil imprimir como ahora, él me hizo dejar de llorar. Esa mala letra que un niño de ocho años apenas entendía (al menos yo no) me calmó. Me arrancó una sonrisa. Así era mi padre, su modo de hacer las cosas. Él me castigaba con una broma para que no me doliera tanto.
Esa caja se volvió la cosa más importante del mundo. Le prohibí a mi madre abrirla y leer las cartas. Esas cartas eran mías, solo para mí. Sabía el escenario de todos los momentos de la vida en los cuales yo podría abrir una carta y leer lo que mi padre me había dejado. Pero esos momentos tardaron mucho en llegar. Y yo me olvidé de la caja.
Siete años y una mudanza después no tenía idea de dónde estaba la caja. No me acordaba de ella. Algo de lo que no te acuerdas no te hace falta. Cuando olvidas algo, no es que lo hayas perdido. Simplemente no existe. Como el dinero que tiempo después encuentras en el bolsillo de tus bermudas.
Y entonces sucedió. Una mezcla entre la adolescencia y el nuevo novio de mi madre desencadenó lo que mi padre me había dicho que acontecería un día. Mi madre tuvo varios novios, nunca tuve problema con eso. Ella nunca se volvió a casar. No estoy seguro del motivo, pero me gusta creer que el amor de su vida fue mi padre. Pero ese novio era ridículo. Yo sentía que ella se rebajaba para gustarle. Que él no era hombre para una mujer como ella. Que una mujer como ella merecía algo mejor que un tipo que había conocido en un bar.
Aún recuerdo la bofetada que llegó acompañada de la palabra «bar». Admito que me lo merecía. Los años me lo demostraron. Pero en ese momento, cuando todavía sentía el ardor en mi mejilla por la bofetada, me acordé de mi caja y de mis cartas. De una carta específicamente que decía PARA CUANDO TENGAS LA PEOR PELEA DEL MUNDO CON TU MADRE.
Corrí a mi habitación y revolví todo, lo suficiente para ganarme otra bofetada de mi madre. Pero encontré la caja dentro de una maleta en la parte de arriba del armario. En el limbo. Busqué entre los sobres. Había uno PARA CUANDO DES TU PRIMER BESO y me di cuenta que me había saltado ese. Me odié un poco y decidí que lo leería después. También había uno que decía PARA CUANDO PIERDAS TU VIRGINIDAD, una que esperaba abrir pronto, pronto. Encontré la que buscaba y la abrí.

Pide disculpas.
No sé el motivo de la pelea ni quién tenga razón. Pero yo conozco a tu madre y la mejor manera de resolver la situación es pedir disculpas humildemente. Con el rabo entre las piernas.
Tío, ella es tu madre. Te ama más que a nadie en esta vida. ¿Sabes una cosa? Ella escogió tener un parto natural porque le dijeron que eso era lo mejor para ti. ¿Ya viste cómo es un parto natural? ¿Quieres una mayor demostración de amor que esa?
Pide disculpas. Ella te va a perdonar. Yo no sería tan bueno.
Un beso, tu padre.

Mi padre no era escritor, es más, era banquero, pero sus palabras movieron algo en mí. Había una madurez en ellas más allá de mis quince años. Lo que no era muy difícil viendo la situación de ese momento.
Corrí a la habitación de mi madre y abrí la puerta. Yo ya estaba llorando cuando ella, que también lloraba, volteó la cabeza y me miró a los ojos. No me acuerdo lo que me gritó, algo así como «¿¡Y ahora qué quieres?!» De lo que sí me acuerdo fue que caminé hacia ella y la abracé. Todavía con la carta de mi padre en las manos. Arrugando el papel ya viejo entre mis dedos. Ella me abrazó de vuelta y quedamos en silencio por varios minutos.
La carta de mi padre le hizo reír un poco después. Hicimos las paces y conversamos un poco sobre ella. Me contó de algunas manías extrañas que él tenía, como comer salami con jalea de fresa. De algún modo sentí que él estaba allí. Yo, mi madre y un pedazo de mi padre, un pedacito que él dejó en aquel papel. Fantástico.
No tardé mucho en leer PARA CUANDO PIERDAS TU VIRGINIDAD .

Felicidades, hijo.
No te preocupes, con el tiempo la cosa mejora. Toda primera vez es un desastre. La mía fue con la puta más fea del mundo, por ejemplo.
Mi mayor miedo es que leas el sobre y que le preguntes a tu madre antes de tiempo que es la virginidad. O peor aín, que leas lo que acabo de escribir sin siquiera saber lo que es una paja (lo sabes, ¿no?). Pero eso ya no será mi problema, ¿no es cierto?
Un beso, tu padre.

Mi padre me acompañó toda mi vida. De lejos, sí, pero me acompañó. En incontables momentos sus palabras me dieron esa fuerza que nadie más me podía dar. Él siempre encontraba una forma de arrancarme una sonrisa en un momento de tristeza o de aclarar mis pensamientos en un momento de rabia.
PARA CUANDO TE CASES me emocionó, pero no tanto como PARA CUANDO YO SEA ABUELO.

Hijo, ahora vas a descubrir lo que es el amor verdadero. Vas a descubrir lo mucho que quieres a tu mujer, pero que el amor verdadero es lo que vas a sentir por esa cosita de ahí, que no sé si es niño o niña. Soy un cadáver, no un adivino.
Aprovecha. Es la cosa más bella del mundo. El tiempo va a pasar rápido, así que procura estar presente todos los días. No te pierdas ni un solo momento, que no vuelven más. Cambia pañales, báñale, sé su ejemplo. Creo que tienes las condiciones necesarias para ser un padre tan increíble como yo.

La carta que más me dolió fue también la más corta que mi padre escribió. Creo que él sufrió para escribir aquellas cuatro palabras lo mismo que yo sufrí al vivir aquel momento. Tardó en llegar, sin embargo llegó el día en que tuve que leer la que decía PARA CUANDO TU MADRE YA NO ESTÉ.

Ella ahora es mía.

Una broma. Un triste payaso escondiendo su tristeza en la sonrisa de su maquillaje. Fue la única carta que no me hizo reír, pero entendí la razón.
Yo siempre respeté el trato que hice con mi padre. Nunca leí una carta antes de que llegará el momento. Sin contar PARA CUANDO DESCUBRAS QUE ERES GAY, por supuesto. Nunca creí que ese momento llegara, así que la abrí hace muchos años. Por cierto, esta carta fue una de las más divertidas.

¿Qué te puedo decir? Que bueno que ya estoy muerto.
Dejando las bromas a un lado (es raro, así que aprovecha). Ahora que estoy medio muerto veo que la gente se preocupa mucho de cosas que no son importantes. ¿Hijo, crees que eso cambia algo?
No seas tonto, sé feliz.

Siempre esperé mucho para el próximo momento. Para la próxima carta. A la próxima lección que mi padre tenía para mí. Increíble como un hombre que vivió 27 años tuvo tanto que enseñar a un señor de 85 años como yo.
Ahora, acostado en una cama de hospital, con tubos en la nariz y en la tráquea (maldito cáncer), paso los dedos por encima del papel descolorido de la última carta. PARA CUANDO LLEGUE TU HORA apenas se lee en ella.
No quiero abrirla. Tengo miedo. No quiero creer que haya llegado mi hora. ¿Se acuerdan de la esperanza? Nadie cree que vaya a morir hoy.
Respiro profundo y la abro.

Oye, hijo, espero que ya seas un viejo.
¿Sabes? Esta fue la carta más fácil de escribir. La primera que escribí. La carta que me libró del dolor de perderte. Creo que estar cerca del final me aclara la mente para hablar de ello.
En mis últimos días pensé en mi vida. En mi corta vida, sí, pero que me hizo muy feliz. Fui tu padre y el marido de tu madre. ¿Qué más le podría pedir a la vida? Eso me dio paz. Haz lo mismo.
Un consejo: no tengas miedo.
PD: Te echo de menos.

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