domingo, 24 de mayo de 2015

En el pueblo-manicomio de Marruecos de Bouya Omar

En el pueblo-manicomio de Marruecos

  • Locos y toxicómanos son llevados por sus familias al santuario de Bouya Omar

  • Viven atados con cadenas y sin medicinas

  • El negocio, controlado por mafias, supera los 400.000 euros al año

VÍDEO: REBECA HORTIGÜELA

     
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La fama precede a Bouya Omar. En el pueblo próximo de Attaouia, apenas 11 kilómetros antes de ver asomar la silueta del pueblo-manicomio marroquí, un paisano baja la voz y relata: "En 2010, la familia de un hombre que era propietario de un terreno valorado en 4 millones de dirhams (372.000 euros) llamó a los sicarios de Bouya Omar para que fueran a recogerle y así repartirse la villa entre el resto de la familia. Llegó allí cuerdo, pero le torturaron y le ataron como a un loco. Cuando consiguió escapar arrastraba una discapacidad en la espalda provocada por las palizas... Vive aún, pero sin un dirham y vendiendo sus propias pinturas por los cafés". Son historias que se repiten con distintos protagonistas. "Los que llegan cuerdos salen locos y los que llegan mal salen peor".
Un infierno viven los enfermos mentales, los toxicómanos y los endemoniados en Marruecos, que son llevados por sus familiares al mausoleo del santo Bouya Omar para que se curen y expulsen al yin (demonio) que les ha poseído. El pueblo-manicomio, situado en el centro de Marruecos, a 85 kilómetros de la turística Marrakech por una carretera repleta de olivos y refinerías, encierra miles de vidas truncadas. Por sus calles caminan miradas perdidas que buscan sin éxito otros ojos con los que cruzarse, se oyen gritos desconsolados desde las ventanas enrejadas de las casas e inquietan hostiles persecuciones a los forasteros que asoma las narices por un turbio negocio que ha enriquecido al pueblo y sus beneficiarios no quieren que se vea amenazado.
Las casas rojizas típicas de esta zona del país encierran entre sus muros a 1.400 personas -cifra oficial, aunque los colectivos pro derechos humanos de la zona la elevan considerablemente- que padecen de trastornos mentales, adición a las drogas o problemas de herencia con sus familiares, que les abandonan allí haciéndoles pasar por locos para quedarse con el dinero del supuesto enfermo. "Esto es muy común porque los guardianes no piden certificado médico...", nos aclaró aquel paisano del pueblo vecino que no quiso revelar su nombre.
Una joven atada con cadenas dentro de una casa de Bouya Omar. 
Crónica logra adentrarse intramuros del pueblo-santuario, pues todo guarda relación con la tumba mausoleo de un santo del siglo XVI. Bouya Omar se llamaba.
Es jueves y el sol cae inclemente sobre este rincón apartado de la geografía marroquí. Ahmed, de 64 años, y su hijo Ottman, de 32, toman un té en el cafetín del pueblo, justo enfrente del santuario. Desde allí, los mandamás de Bouya Omar controlan a todo aquel que les resulta desconocido. Ottman lleva seis meses en el manicomiopor una esquizofrenia provocada por las drogas. Su padre ha ido a visitarle, siempre que puede se escapa cuatro días para verle.Atraviesa en coche medio Marruecos para asegurarse de que su hijo está bien.
"Le trajo aquí un amigo de la familia. Cuando nos habló de esto yo no me imaginaba que iba a ser así. Desde que llego hasta que me voy me siento raro. Este ambiente te hace sentir diferente", cuenta Ahmed a Crónica en un perfecto español propio de los tangerinos. "No sabíamos qué hacer. Consumía todo tipo de drogas desde los 16 años. He sufrido tanto que ya no sé lo que significa esa palabra, pero por los hijos hay que hacer lo que sea", sigue contando Ahmed bajo las miradas desconfiadas de los hombres del cafetín que acaban por echarle y prohibirle que siga hablando. Está separado y es su mujer quien abona la cuota. "No me quiere decir cuánto paga", aclara.
Ahmed confirma que el precio de un hueco en este infierno oscilaentre 100 y 500 euros mensuales. Los familiares pagan ese dinero a cambio de una manutención que deja mucho que desear, ya que los guardianes del santuario no invierten a penas dinero en el cuidado de los enfermos. No hay médicos ni medicinas y a los toxicómanos se les aplica una terapia radical que consiste en pasar el mono encerrados y atados a los barracones.
Ottman es incapaz de mantener una conversación. Quiere hablar, pero lo único que sale por su boca es un cóctel de palabras sin sentido fruto de la esquizofrenia. "Su caso es diferente", dice su padre. "No es violento, por eso le dejan salir a tomar un té conmigo. Cuando yo me marcho vuelven a juntarle con todos esos enfermos encadenados. Sólo he entrado una vez y no quiero volver", cuenta Ahmed vigilando sus palabras porque sabe que todas las miradas de su alrededor están depositadas en él.
Pero lo que realmente tiene de diferente el caso de este joven es que un familiar vaya a visitarle cada dos semanas. La mayoría de los que sufren en Bouya Omar lo hacen en silencio porque han sidoabandonados por la creencia de sus familiares en los poderes sanatorios del santo. "Lo primero que hay que combatir es la ignorancia de la gente", afirma Mohamed Abouwali, representante de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) de Attaouia, haciendo referencia a que en Marruecos un 60% de población es analfabeta -según las cifras oficiales, ya que los colectivos apuntan a un 80%- y más del 86% de los marroquíes creen en los espíritus.
Entrada al mausoleo de Bouya Omar, el lugar de los "endemoniados". 
Por todo ello sigue existiendo Bouya Omar. Y sus historias de terror. "Les tienen atados con cadenas, les torturan, no les dan comida, sólo pan y té, y tampoco ropa. Llevan con los mismos trapos desde que llegaron y se orinan encima. Hay baños pero están en muy malas condiciones", denuncia la AMDH de Attaouia, basándose en los testimonios de los que consiguieron escapar, ya que es imposible entrar a las casas-manicomio que apresan almas endemoniadas. En cuanto los centinelas del negocio ven asomar una cámara por el pueblo se lanzan en tropel a por ella con la ansiedad y la furia propia del que tiene mucho que esconder.
Muchos son los periodistas que han sido agredidos en las entrañas de la aldea. "Hace un par de años intentaron atropellar con un coche a dos reporteros marroquíes que tuvieron que correr apresurados para salir de allí", relatan los lugareños de la provincia.
El ministro de la Salud marroquí, El Hossein El Ouardi, comunicó recientemente su intención de cerrar el santuario en las próximas semanas. "O Bouya Omar o yo", decía en la cámara de Representantes el 19 de mayo. Sin embargo, Abouwali, no lo ve tan fácil. "Para evacuar a los pacientes y llevarles a otro lado dónde puedan ser tratados, primero deberían construir un hospital mental que pueda albergar esa cantidad de enfermos, pero el proyecto aún no está en marcha. Además, al desahuciar y derribar el santuariosaldrían a la luz las muchísimas muertes que allí se han producido y eso no les conviene", explica.
Para Abouwali, lo más importante es que se garanticen los derechos humanos de los que ahora mismo carecen los pacientes y se abra una investigación sobre lo que lleva pasando entre los muros de Bouya Omar durante décadas. "Muchos familiares han ido preguntando por la muerte de sus hijas o hermanos y los guardianes del pueblo les han dicho que se han suicidado. Todas estas atrocidades deben ser investigadas". Sin embargo, le cuesta creer que los mafiosos del pueblo permitan indagar en lo allí acontecido.
El santuario es una empresa difícil de disolver, ya que sus raíces residen en las viejas tradiciones marroquíes de venerar a los maestros sufíes. Bouya Omar fue enterrado allí en el siglo XVI y desde entonces son muchos los peregrinos que han acudido a él para librarse del demonio por el que se sentían poseídos. Se calcula que aproximadamente 300.000 visitantes se acercan a esta tumba anualmente y dejan la respectiva limosna. La liberación de los espíritus malignos que han poseído a los visitantes exige sacrificios de corderos y gallinas que valen un dineral y hay que comprar en el mismo pueblo. Las familias de los enfermos también depositan su cuota mensual por tenerles allí encerrados. Un negocio redondo que enriquece a los 400 vecinos.
Según los habitantes de la zona, el hombre que está al mando de la trama llegó al pueblo en 1986 con una mano delante y la otra detrás y ahora es propietario de olivos y aceiteras. Paga al año 800.000 dirhams por gestionar el mausoleo y ese dinero se distribuye entre las familias que se reclaman descendientes del santo Bouya Omar. Se calcula que los beneficios del santuario superan los 400.000 euros al año.
"Todo el pueblo está involucrado en el negocio. No dejan entrar a la Policía porque tienen una especie de trato con la mafia. Les dan dinero a cambio de que no aparezca por allí", apunta la AMDH
"Una mujer visitó la tumba con su marido. Era muy guapa y estaba perfectamente cuerda. Los guardianes del mausoleo la encadenaron por los pies explicándoles que así lo había querido el santo. La drogaron y la violaron entre varios. A los meses consiguió escapar y dio con un taxista que la llevo de vuelta a su casa en Casablanca", recuerda un aldeano de la comarca.

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