lunes, 29 de noviembre de 2021

Linaje de chaman...

 

Linaje de chaman...
Hay humanos que genéticamente tienen una predisposición chamánica. En las sociedades primitivas, los niños con esta predisposición —los llamados elegidos de los dioses, los ancestros o los espíritus— eran reconocidos por los chamanes más viejos. Se trataba de niños enfermizos, asustados, endemoniados, frágiles, testarudos, caprichosos o problemáticos, niños prematuramente neuróticos, por así decirlo, niños malviajados. Los cachorros de la noche.
A esos niños se les apartaba. Inclusive se les enviaba al bosque, a la selva, para que se perdieran, para que tuvieran un encuentro con alguna bestia. Adquirieran visiones. Su frenesí aumentaba durante la pubertad. Se volvían aún más obscuros. Entonces estaban listos para ser instruidos por los chamanes, porque solamente un ser que ha estado profundamente dañado, obscurecido, puede aprender a emprender el camino de regreso a la luz y, entonces, guiar a otros, volverse un médico maduro, un guía de vuelta del infierno. Sólo aquel que ha estado gravemente enfermo puede volverse médico. Pero para volverse médico, primero, tiene que recuperar la salud psíquica perdida. Este es el reto.
 
 
En nuestras sociedades esos niños siguen apareciendo. Es fácil distinguirles. En algunos casos, reconocerlos es posible a simple vista. Hay señales específicas. Por ejemplo, sus ojos o son profundos o están dañados de alguna forma. Son una mezcla de extroversión violenta y de soledad extrema. Dicen ser asustados por monstruos nocturnos o dibujan seres extraños, reflejos de los procesos obscuros que se generan en su psique. 
 
 
Poseen una relación inestable con su madre. Por ella están marcados. Nunca han podido unírsele —durante el embarazo su madre trasmitió a ellos una inestabilidad fundamental del espíritu— y, a la vez, no han logrado desprenderse de ella por completo.
La ambivalencia respecto a lo femenino los perseguirá durante toda su vida. De hecho, éste es uno de sus rasgos más distintivos. Es como si estos niños no hubieran terminado de salir del interior de su madre y todavía siguieran allá adentro, en el mundo más tenebroso; en la vulva generosa y terrible a un mismo tiempo. Y es que en todo momento a lo que estos hombres se dirigen es hacia un segundo parto.
 
Su existencia obedecerá periodos cíclicos de exposición excesiva al mundo y de absoluto retiro. Su relación, por cierto, con lo femenino, será intensa y puede que tan regenerativa como destructiva. La meta de su existencia será comprender el misterio del origen; el misterio de la creación.
 
En las sociedades primitivas, como he dicho, esos niños eran advertidos por los chamanes viejos, que ubicaban en ellos a sus futuros sucesores. Reconocían a aquellos que formaban parte de su estirpe. Los protegían del mundo y de sí mismos, porque si no eran localizados, esos seres se irían atormentándose tanto que la mayoría de ellos terminaría autodestruyéndose. Esto es exactamente lo que sucede en nuestra época. 
Una época en que se ha roto la estirpe chamánica. No se trasmite ya más la enseñanza. Se ha roto el árbol; se ha desbandado la manada: la camada ha quedado vulnerable. Vivimos una época en que un niño obscuro no tiene nadie que le enseñe a volverse un médico. Por ende, queda en el mundo a su suerte.
 
¿Qué pasa con ellos? Se vuelven poetas, músicos, guías en terapia, pensadores, sacerdotes, escritores de todo tipo, pintores, ermitaños; se dedican al espíritu. Se ven atraídos por el pensamiento mágico y hacia formas de vivir similares a las de civilizaciones perdidas o saberes socialmente desaprobados. Se rebelan contra las estructuras sociales porque su espíritu conoce que deben escapar del control, deben buscar los túneles. Se vuelven investigadores de distintos submundos.
 
Estos u otros también se vuelven alcohólicos, drogadictos, atormentados, bufones, rebeldes, se pierden para siempre. Estos individuos tienen profundos conflictos con el ego, el sexo, las sensaciones, las autoridades, distinguir entre lo real y lo fantástico.
Tienden en todo hacia la desmesura. Se vuelven apestados. Son motivo de burla. Y, en muchos casos, sucumben a la pura bufonería. Se vuelven lo contrario de lo que pudieron haber sido y quedan reducidos a payasos, pacientes mentales, pordioseros, vagos, hombres encarcelados; el destino les juega una mala pasada y todas las metáforas de la noche se le vuelven literales. (Ha perdido toda la poesía. Todas las estaciones de su viaje se vuelven mundanas. Su travesía pierde sus figuras). Llegan a periodos de confusión íntegra, de total extravío. La noche los consume, pues de una u otra forma, todos ellos tienen por signo lo nocturno. Y si la relación con la muerte caracteriza a todos estos hombres, a los que no poseen piloto alguno, la muerte los alcanza a mitad del camino.
 
 
Los más sagaces de ellos se dan cuenta que son chamanes. Una voz que viene de adentro se los indica; más el temor a ser objeto de ridículo, carcome el llamado. De cualquier manera se les exige buscar las claves del saber perdido. Pero no tienen guías directas. Lo único que encuentran son pistas dejadas en los libros por otros poetas, quienes en su mayoría, en un momento u otro, enloquecieron, viendo imposibilitado retomar el camino, habiendo perdido totalmente el rumbo. (Los únicos maestros posibles, pues, a su vez han sido médicos heridos). Esta es la más grande tragedia. Los que podrían ser los más sabios de nosotros terminan hundidos en lo obscuro, a falta de una tradición que los ayude, a falta de un camino sugerido en vivo.
 
 
Artaud fue, sin duda alguna, el ex chamán —es este el nombre que doy a este prototipo del hombre desdichado, a este iniciado natural sin maestros sobrevivientes—
más claro del siglo XX. Podría decir muchos nombres, incluido el de varios poetas vivos, el de varios pensadores y artistas en varias latitudes. Prefiero quedármelos en silencio, porque sé que cada uno de nosotros sabemos perfectamente de quién estoy hablando.
 
 
De estos iniciados naturales o ex chamanes, unos literalmente buscan a hombres sabios, mayores, que los instruyan. Otros encuentran guías urbanos, análogos a los antiguos sanadores de las tribus. Esos corren con mejor suerte, inclusive alcanzan la paz necesaria e iluminación para proseguir el camino. Otros, sin embargo, terminan en hospitales, degradados, adictos a sustancias, que son altamente atrayentes, son exigidas por el organismo de los ex chamanes, porque en ellos existe la tendencia al éxtasis, el deseo a practicar el vuelo, hay algo que los llama a probar las bebidas, plantas o químicos que puedan ayudar a elevarlos, a entusiasmarse, hay algo que les pide que revienten la mente del consenso. Saben que deben buscar otra forma de conciencia. 
 
Y no tienen otra alternativa que elevarse con lo que tienen a la mano, a falta de rituales y mitos heredados por una estirpe sobreviviente de técnicos-de-lo-sagrado.
Carentes de guías de viaje, muchos de ellos se extravían en estas sustancias. O se pierden interpretando incorrectamente las señales. Por ejemplo, su don adivinatorio se vuelve paranoia; su profecía, pesimismo). Si tienen tendencias de trickster, degradados, se vuelven hazmerreíres sociales. En fin: todos sus rasgos profundos se vuelven literales, prosaicos. Nunca logran curarse a sí mismos. Cada vez caen más bajo. Hasta quedar reducidos a la sombra de todo lo que pudo haber sido. 
 
Algunos, por fortuna, dan por sí mismos con algunas claves. Enderezan su camino hacia lo más profundo de la tribu. Extraviados o sanados por sí mismos, a pesar de no contar con una tribu o una estirpe de precursores vivos, en uno u otro caso, todos ellos son hombre de lo obscuro, son los seres nocturnos. Es esta la historia de todos nuestros ex chamanes.
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<Del poeta Juan Martínez>

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