viernes, 17 de agosto de 2018

LA SUERTE DE LA SERPIENTE

La palabra “serpiente” proviene -para el no sabedor- de un derivado del latín SERPERE (“arrastrarse”, “reptar”). Palabras del mismo cuño serían “serpentina” o “herpes”. “Serpiente” compite con “culebra”, de cuya variante portuguesa nos llega “cobra”. Aunque haya un cierto parecido, “caminar haciendo eses” no equivale a serpentear: hay una distinción etílica.
Las serpientes forman parte de la simbología popular de prácticamente todas las culturas, para el bien y para el mal. Debemos excluir Irlanda, de donde según la leyenda san Patricio las expulsó. Se relaciona a los ofidios -reptiles sin patas- con inmortalidad, regeneración, curación, fertilidad y transformación. La muda regular de la piel inspira estas asociaciones. Su atracción por la leche materna y por las embarazadas refuerza lo dicho. ¿Leyó de Chayilcán, la serpiente que mama? También está Tsukán: el que la mata se muere.



Las serpientes son fieles guardianes de templos y tesoros a causa del temor que infunden. ¿Recuerdan a Kaa en la película de El libro de la selva, filme sacado de la obra de igual nombre de Kipling? Me viene a la cabeza la versión de Sabú de 1942. Y se acordarán de Indiana Jones en el pozo de las almas de En busca del arca perdida. ¿Y de Medusa con su cabeza serpentuda? Perseo le bajó la guardia, y la cabeza.
En nuestra tradición, las serpientes concitan a la vida y a la muerte. Se hacen notorias en lo tocante a venenos, medicinas y farmacias. El dios griego Asclepio, Esculapio para los romanos, era la divinidad responsable. Se identifica a esta dignidad por su bastón con una serpiente enroscada. Son dos los ofidios en el caso del báculo de Hermes, del que se deriva “hermenéutica” o arte de interpretar las cosas, que es lo que intentamos aquí. En tradiciones muy anteriores, Mesopotamia y Egipto, la serpiente era encarnación de “la sabiduría”. En la Biblia es uno de los dos animales que hablan. En Hollywood es Pitón o Anaconda.
A los lectores de la Biblia la serpiente les transportará al Jardín del Edén, paraíso en donde transcurre la historia machistoide de Eva y el fruto prohibido, cuento a partir del cual se ha perpetuado la timorata asociación de “víbora” -abrupto insulto a la mujer- con mal y tentación. También, por el mismo enredo, con la hoja de parra, el pudor y las diabólicas playas nudistas.
La bandera de México también tiene su serpiente patria: muerta. Hasta el grupo separatista vasco ETA tiene su hacha y serpiente. Sin olvidar a Quetzalcóatl (Kukulcán) con su penacho.
Visto lo visto y para nuestro desencanto, una serpiente puede enmascarar múltiples, variadas y contradictorias interpretaciones. Cuando está muerta, menos. Si se es supersticioso, encomiéndese a su virgencita o a su chamán. Para el que no lo es, el valor higiénico-ambiental del animal: “mantener a raya a los roedores”, debería primar y domeñar a toda diabólica hechicería, incluido el mal agüero y el aojamiento maléfico. Balance: un desratonizador menos. RIP.

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