Los Pecados y los Planetas.
En este artículo haremos referencia a los siete pecados capitales relacionándolos con los 7 planetas antiguos, indicando cuáles son las repercusiones de la actividad moral (la aplicación de las normas) de los hombres sobre sus cuerpos físicos. El desorden que plantamos en una vida nos lo encontramos interiorizado en nuestro organismo en vidas siguientes. Veamos pues los males físicos que cabe esperarse de los males morales expresados por nuestra personalidad.
En este artículo haremos referencia a los siete pecados capitales relacionándolos con los 7 planetas antiguos, indicando cuáles son las repercusiones de la actividad moral (la aplicación de las normas) de los hombres sobre sus cuerpos físicos. El desorden que plantamos en una vida nos lo encontramos interiorizado en nuestro organismo en vidas siguientes. Veamos pues los males físicos que cabe esperarse de los males morales expresados por nuestra personalidad.
LA SOBERBIA SOL.- De todos los pecados capitales, la soberbia es el que más funestas consecuencias tiene para la persona que la sufre, porque es un pecado solar, que afecta de una manera global todas las funciones del individuo. Los demás pecados afectan a determinadas tendencias, dejando a otras la posibilidad de actuar correctamente. La soberbia en cambio no
1o hace; es una enfermedad de la voluntad y está presente en todas las motivaciones, cualquiera que sea la importancia de la acción a realizar. Del Sol provienen pues las energías que ponen en movimiento los mecanismos de la voluntad en el hombre. Normalmente, esas energías pasan por los engranajes humanos, que las transforman en acciones. Si el hombre no está maleado, si su conciencia se encuentra en condiciones de imponer su criterio, esos actos, producto de las energías solares, serán conformes a la ley cósmica, puesto que son generados por el normal funcionamiento del universo. En cambio, si las energías solares no se transforman en actos y se conservan dentro del organismo psíquico del individuo, se produce una sobrecarga energética que hace que la persona se ilumine, por así decirlo, por dentro. Esa luminosidad interior puede conducir a un efecto positivo y a otro negativo. El primero consiste en tomar conciencia de la vida universal, en descubrir la realidad trascendente y saber que uno forma parte del cosmos. Entonces ese individuo ya no será una máquina funcionando al ritmo del universo sino un colaborador consciente de la obra divina y proyectará el chorro energético concentrado en él para destruir cristalizaciones y transmutar lo que está fosilizado. Pero si el individuo, en su fuero interno, no es lo suficientemente humilde como para sentirse una minúscula parte del todo, la luminosidad interior le dará una superconsciencia de sí mismo, se creerá un ser separado del resto de los mortales, portador de una misión, poseedor de una sabiduría que hace de él un predestinado, un «Salvador », un ser de elite. Todo en su interior estará trabajando para la edificación del propio Yo y ese edificio de la personalidad será como una muralla que lo separará de las grandes corrientes del pensamiento colectivo, de modo que ya no penetrarán en él las ideas renovadoras, excluidas por la barrera de sus propias certidumbres, que irán así convirtiéndose en arcaicas y en desuso. No trabajará en asuntos de primera línea, sino que pondrá su personalidad al servicio de causas irrisorias, que a él le parecerán sublimes, y para poder conservar su hegemonía, pronto tendrá que ser el enemigo de los auténticos renovadores, porque ante ellos se hará patente la poca consistencia de sus principios.
La soberbia no es pues solamente un peligro para quien la padece, sino un mal social de primera magnitud. Los efectos sobre la persona consisten principalmente en cortarla de la fuente cósmica, haciendo de ella un ser separado, algo parecido a un islote de aguas encharcadas, en las que no tardarán en amontonarse los parásitos. Considerando que un defecto moral repercute en una vida futura bajo la forma de un defecto físico, la soberbia será la causante de todos los problemas derivados de un mal funcionamiento del corazón, órgano regido por el Sol en nuestro cuerpo físico. Del mismo modo que él quiso ser un mundo aparte, también su corazón lo será y se verá privado del fluido vital, que es la esencia que vitaliza nuestro organismo. Las corrientes sanguíneas serán pobres y la persona estará expuesta a sufrir esa terrible enfermedad que conocemos con el nombre de leucemia. La mala utilización de la voluntad conduce a un efecto en la construcción del órgano que es sede de esa voluntad, o sea el corazón y, por consiguiente, nada en el nuevo organismo funcionará. El correctivo de la soberbia es la humildad. Para poder avanzar hacia ella es preciso que el soberbio tome conciencie de su estado y esté dispuesto a trabajar sobre sí mismo.
1o hace; es una enfermedad de la voluntad y está presente en todas las motivaciones, cualquiera que sea la importancia de la acción a realizar. Del Sol provienen pues las energías que ponen en movimiento los mecanismos de la voluntad en el hombre. Normalmente, esas energías pasan por los engranajes humanos, que las transforman en acciones. Si el hombre no está maleado, si su conciencia se encuentra en condiciones de imponer su criterio, esos actos, producto de las energías solares, serán conformes a la ley cósmica, puesto que son generados por el normal funcionamiento del universo. En cambio, si las energías solares no se transforman en actos y se conservan dentro del organismo psíquico del individuo, se produce una sobrecarga energética que hace que la persona se ilumine, por así decirlo, por dentro. Esa luminosidad interior puede conducir a un efecto positivo y a otro negativo. El primero consiste en tomar conciencia de la vida universal, en descubrir la realidad trascendente y saber que uno forma parte del cosmos. Entonces ese individuo ya no será una máquina funcionando al ritmo del universo sino un colaborador consciente de la obra divina y proyectará el chorro energético concentrado en él para destruir cristalizaciones y transmutar lo que está fosilizado. Pero si el individuo, en su fuero interno, no es lo suficientemente humilde como para sentirse una minúscula parte del todo, la luminosidad interior le dará una superconsciencia de sí mismo, se creerá un ser separado del resto de los mortales, portador de una misión, poseedor de una sabiduría que hace de él un predestinado, un «Salvador », un ser de elite. Todo en su interior estará trabajando para la edificación del propio Yo y ese edificio de la personalidad será como una muralla que lo separará de las grandes corrientes del pensamiento colectivo, de modo que ya no penetrarán en él las ideas renovadoras, excluidas por la barrera de sus propias certidumbres, que irán así convirtiéndose en arcaicas y en desuso. No trabajará en asuntos de primera línea, sino que pondrá su personalidad al servicio de causas irrisorias, que a él le parecerán sublimes, y para poder conservar su hegemonía, pronto tendrá que ser el enemigo de los auténticos renovadores, porque ante ellos se hará patente la poca consistencia de sus principios.
La soberbia no es pues solamente un peligro para quien la padece, sino un mal social de primera magnitud. Los efectos sobre la persona consisten principalmente en cortarla de la fuente cósmica, haciendo de ella un ser separado, algo parecido a un islote de aguas encharcadas, en las que no tardarán en amontonarse los parásitos. Considerando que un defecto moral repercute en una vida futura bajo la forma de un defecto físico, la soberbia será la causante de todos los problemas derivados de un mal funcionamiento del corazón, órgano regido por el Sol en nuestro cuerpo físico. Del mismo modo que él quiso ser un mundo aparte, también su corazón lo será y se verá privado del fluido vital, que es la esencia que vitaliza nuestro organismo. Las corrientes sanguíneas serán pobres y la persona estará expuesta a sufrir esa terrible enfermedad que conocemos con el nombre de leucemia. La mala utilización de la voluntad conduce a un efecto en la construcción del órgano que es sede de esa voluntad, o sea el corazón y, por consiguiente, nada en el nuevo organismo funcionará. El correctivo de la soberbia es la humildad. Para poder avanzar hacia ella es preciso que el soberbio tome conciencie de su estado y esté dispuesto a trabajar sobre sí mismo.
LA AVARICIA SATURNO.- La avaricia es un pecado saturnino y es producido por un mal estado cósmico de Saturno en el horóscopo de nacimiento. En el plano mental, Saturno produce una parálisis de las ideas y una disminución de la luz. Cuando Saturno forma aspectos armónicos, sobre todo respecto a Urano, su plomo permite captar las energías uranianas y convertirlas en luz doméstica y lo mismo ocurre en el ámbito intelectual: la luz graduada de Saturno hace que lo espiritual resulte inteligible. Pero cuando Saturno se opone violentamente a Urano, la excesiva concentración plomiza no permite el paso de la luz uraniana y el individuo se ve privado de ella. Como sea que Saturno es el que instituye el “paisaje” en el que se desarrolla el drama de nuestra vida, la persona en cuyo tema astral se forma en estos aspectos inarmónicos irá como a ciegas por su destino, les costará mucho reconocer los accidentes de su camino. La avaricia, siendo una manifestación externa de las disonancias saturninas, al manifestarse en una persona, nos revelará también otros defectos ocultos - como el que acabamos de señalar - que no son aparentes. En este caso un ser avaricioso será al mismo tiempo un ser indefenso contra los embates de su destino, porque no verá venir la adversidad. En el terreno emotivo, Saturno frena considerablemente los sentimientos, haciendo que el individuo sea pobre en emociones, que raye en la frigidez sentimental o la insensibilidad.
El avaricioso será pues también un insensible hacia todo lo que le rodea y así se comprende que lleve una vida sórdida de privaciones, porque no siente apetencia hacia lo exterior y no comprende que otros puedan sentirla. Las pocas energías que se filtran en él sirven para alimentar el limitado interés que siente por su poca apetecible vida. Su avaricia no es más que una manifestación, entre varias, de su pobreza energética y su retención del dinero es el síntoma de una retención más general de todos los fluidos, debido a la necesidad a que lo somete su pobreza. El avaro es un hombre pobre, en el más amplio sentido de la palabra: pobre en ideas, en sentimientos y emociones, en posesiones, ya que el dinero retenido es para él una pura abstracción y no significa que vaya a utilizarlo para procurarse experiencias que, por las razones apuntadas, no pueden penetrar en él; pobre finalmente en defecciones: el avaro suele padecer de estreñimiento de forma permanente. La avaricia es pues el indicio que revela un desorden de vastas proporciones, puesto que arranca de uno de los puntos más elevados del Árbol de la Vida (Binah).
Su corrección necesitará un gran esfuerzo de voluntad, pero se verá facilitada por el repudio general de que será objeto el individuo por parte de todos cuantos le rodean. La soberbia puede resultar halagadora, es un defecto que gusta al que lo posee. La avaricia, no y por ello el avaro, al verse tan unánimemente rechazado, puede decidir un día abrir el arca de sus tesoros, como le ocurriera a aquel famoso personaje del Cuento de Navidad de Charles Dickens. La desaparición de ese síntoma externo conducirá a un reordenamiento de las corrientes internas y el ex avaro tendrá una mayor abundancia de ideas, mayor calor en los sentimientos y una buena salud, ya que en el terreno físico las disonancias de Saturno producen arteriosclerosis, reuma, dolores de espalda, parálisis y enfermedades óseas. Si estas enfermedades no aparecen en la vida del avaro, con toda seguridad se manifestarán en una próxima existencia, cuando las semillas de la mala influencia saturnina hayan arraigado en la «tierra » del individuo. Diremos pues que la avaricia produce los males crónicos, las enfermedades de los huesos y todas las que se deben a cristalizaciones en el funcionamiento de los distintos órganos del cuerpo. Según el signo en que Saturno se encuentre situado en la próxima vida del avaro, sus efectos paralizantes se producirán en uno u otro órgano. En lo sensorial, la perturbación saturnina producirá la sordera.
El avaricioso será pues también un insensible hacia todo lo que le rodea y así se comprende que lleve una vida sórdida de privaciones, porque no siente apetencia hacia lo exterior y no comprende que otros puedan sentirla. Las pocas energías que se filtran en él sirven para alimentar el limitado interés que siente por su poca apetecible vida. Su avaricia no es más que una manifestación, entre varias, de su pobreza energética y su retención del dinero es el síntoma de una retención más general de todos los fluidos, debido a la necesidad a que lo somete su pobreza. El avaro es un hombre pobre, en el más amplio sentido de la palabra: pobre en ideas, en sentimientos y emociones, en posesiones, ya que el dinero retenido es para él una pura abstracción y no significa que vaya a utilizarlo para procurarse experiencias que, por las razones apuntadas, no pueden penetrar en él; pobre finalmente en defecciones: el avaro suele padecer de estreñimiento de forma permanente. La avaricia es pues el indicio que revela un desorden de vastas proporciones, puesto que arranca de uno de los puntos más elevados del Árbol de la Vida (Binah).
Su corrección necesitará un gran esfuerzo de voluntad, pero se verá facilitada por el repudio general de que será objeto el individuo por parte de todos cuantos le rodean. La soberbia puede resultar halagadora, es un defecto que gusta al que lo posee. La avaricia, no y por ello el avaro, al verse tan unánimemente rechazado, puede decidir un día abrir el arca de sus tesoros, como le ocurriera a aquel famoso personaje del Cuento de Navidad de Charles Dickens. La desaparición de ese síntoma externo conducirá a un reordenamiento de las corrientes internas y el ex avaro tendrá una mayor abundancia de ideas, mayor calor en los sentimientos y una buena salud, ya que en el terreno físico las disonancias de Saturno producen arteriosclerosis, reuma, dolores de espalda, parálisis y enfermedades óseas. Si estas enfermedades no aparecen en la vida del avaro, con toda seguridad se manifestarán en una próxima existencia, cuando las semillas de la mala influencia saturnina hayan arraigado en la «tierra » del individuo. Diremos pues que la avaricia produce los males crónicos, las enfermedades de los huesos y todas las que se deben a cristalizaciones en el funcionamiento de los distintos órganos del cuerpo. Según el signo en que Saturno se encuentre situado en la próxima vida del avaro, sus efectos paralizantes se producirán en uno u otro órgano. En lo sensorial, la perturbación saturnina producirá la sordera.
LA GULA JÚPITER.- La gula es un pecado jupiteriano y se debe a un exceso de protagonismo del planeta Júpiter en un horóscopo. Al comienzo de la evolución, los hombres no se hallaban aún en condiciones de ejercer la gula más allá de sus propios organismos, pero en nuestra sociedad actual debemos entender por gula no solamente el hecho de consumir más de lo que a uno le corresponde en virtud de los recursos comunes de que dispone la humanidad, sino que en sus negocios, en su actuación social y profesional, el glotón también abarca más de lo que su programa humano le permite abarcar, reduciendo o suprimiendo el espacio social en el que los demás deberían actuar como legítimo terreno de experiencias. En el Mundo Mental, la función de Júpiter consiste en sacar el máximo provecho del escenario natural legado por Saturno. Júpiter es el que dice: «Estos terrenos, para el cultivo; aquéllos para la edificación de una ciudad; aquí, las zonas deportivas; aquí, los bosques; allí, las minas; allí, los templos, las industrias o los Bancos las universidades, las instituciones políticas. » Si imperara la ley natural, cada hombre asumiría su propio potencial y realizaría, en nombre de Júpiter, la función que le corresponde. Pero los glotones impiden que esto ocurra y un buen día, uno de ellos, con más esencia jupiteriana en su interior que los demás, dice: «Aquí esto, aquí aquello, más allá esto otro, y todo es de mi propiedad, y está bajo mi control y mando, y en mi propio provecho.» Entonces, los demás se quedan sin papel jupiteriano reducidos a ser servidores del glotón, el cual les transmite sus órdenes por teléfono o por correo electrónico, haciendo que ordenen las cosas por su cuenta, mientras él se relaja en su maravillosa isla particular. Nos estamos refiriendo a la organización de la vida física, pero el glotón actúa de una forma más sutil e imperceptible en el dominio puramente mental, diciendo a los que lo escuchan o leen: «Yo soy la verdad y os la voy a contar para que no os toméis la molestia de descubrirla. » y entonces establece toda una serie de dogmas religiosos, políticos, sociales, científicos o culturales, y los institucionaliza, los sacraliza y los declara cultura y civilización, y para que a nadie se le ocurra desmentírselos, ahí están los ejércitos, la marina, la aviación la policía y demás «fuerzas vivas » para disuadirlo. Al establecer una verdad, oficializarla, rendirle culto y protegerla por la fuerza, el glotón impide que la auténtica verdad nazca de las experiencias vitales del individuo. La verdad vital, la que inevitablemente explota un día en el interior del individuo como una sublime evidencia, es la que el glotón se empeña en combatir, porque no es científica, porque no forma parte del patrimonio cultural común, porque siempre es revolucionaria y, si se generalizara, el glotón se vería obligado a dejar de ejercer su glotonería, al volver todo a su orden natural. La gula es pues la responsable del caos social en el que estamos inmersos. En el ámbito alimenticio, la gula es la que produce el hambre en el Tercer Mundo. En la naturaleza emotiva, el exceso de protagonismo jupiteriano abre las puertas a todas las apetencias y se traga a los hombres, igual que a las sociedades, los cargos, las instituciones. Por lo tanto, podemos considerar la gula como un desbordamiento de la individualidad, que tiende a tragarse a la colectividad. Es el gran pecado de nuestra época y el más difícil de combatir. En efecto, cuando el cuerpo está saciado de alimentos, obliga al individuo a adoptar un régimen. Pero en el terreno intelectual o emotivo no funciona esta señal y el glotón sigue tragando más y más, privando al resto de los humanos de su legítimo espacio vital. El sistema capitalista está indisolublemente ligado a la gula, y aquellos en cuyos cuerpos aparece el síntoma de rechazo de la comida deberían considerarlo como un aviso de que, en otros dominios, deben dejar de engullir espacios ajenos a su programa humano. Los efectos de la gula sobre una próxima vida aparecerán bajo los rasgos de esa terrible enfermedad que conocemos con el nombre de cáncer. En efecto, el glotón habrá instituido en su orden interno esa tendencia a la invasión y a la ocupación de espacios ajenos, que ha sido la característica de su actividad, y entonces las células cancerígenas de su cuerpo también ocuparán espacios destinados a otras células, negando la vida a ciertas partes de su organismo, sin las cuales precisamente no se puede vivir. Esto no significa que todos los casos de cáncer sean debidos al hecho de que la persona afectada haya cultivado la gula en una vida anterior, pero este tipo de actitud es a menudo el origen de esta terrible enfermedad. Por otro lado, es preciso tener en cuenta que actualmente todos los procesos se están acelerando y que, de forma cada vez más frecuente, las consecuencias de nuestras actitudes -o sea nuestro karma- no esperan a una próxima existencia para manifestarse, sino que aparecen en ésta. Tampoco la gula es fácil de corregir, porque agrada al individuo que la padece, y sólo la comprensión de sus efectos le permitirá corregirla. La sabiduría es el arma que debe utilizar el glotón.
LA IRA MARTE.- La ira es un pecado marciano y se debe a una posición excesivamente relevante de Marte en un horóscopo. Cuando Marte impone su ley en el mundo mental, el individuo tiende a organizar su vida con un excesivo e innecesario rigor. Todo funciona a su alrededor como en un cuartel, al toque de trompetas, de modo que no es extraño que los compañeros de vida del iracundo sean gentes con vocación de soldados o, mejor dicho, auténticos siervos capaces de soportar la disciplina impuesta por un Marte preponderante en el mental. El primer efecto oculto de la ira en la vida del individuo será pues el de proporcionarle un marido, una esposa, unos amigos y compañeros netamente inferiores, que no han de aportarle esa tensión sin la cual ninguna experiencia es posible. Cederán ante él y, sin encontrar resistencia, el colérico avanzará como ese ejército que, al no encontrar enemigos, se adentra en tierras extrañas, mientras la guerrilla hace su ley a sus espaldas. En el mundo de los sentimientos, que es el escenario natural de Marte, su excesivo protagonismo lo radicaliza todo, transformando los deseos en furiosa pasión y concediendo una importancia excesiva a lo que deberían ser sencillas apetencias del alma. El individuo empeñará entonces todo su ardor en conseguir algo que en sí es irrisorio, al igual que esos soldados americanos en el Vietnam que sacrificaban vidas para conquistar una colina que abandonaban luego por inútil una vez conquistada. Bajo el impulso de la ira, la vida se convierte en una auténtica caricatura, pero una caricatura sangrienta o, en todo caso, no exenta de dramatismo. El segundo efecto oculto de la ira será pues el de orientar al individuo hacia conquistas vanas, el de lanzarlo a empresas que él considerará sublimes, pero que provocarán la mofa de sus contemporáneos. Por otra parte, todas sus relaciones se establecerán según el criterio de amigo-enemigo, como en la guerra, y de su vida desaparecerán los matices y con ellos se esfumará también su sensibilidad para apreciarlos, todo transcurrirá en un blanco-negro radical y poco acorde con la realidad. En el mundo físico, Marte rige el hierro que, por su oxidación, produce el calor necesario a la vida y, bajo forma de hemoglobina, aporta el color rojo a la sangre. El excesivo protagonismo marciano produce un exceso de calor en el cuerpo, manifestándose a menudo en forma de granos, furúnculos, fiebres, ruptura de vasos sanguíneos, hemorragias internas y externas. Ese dramatismo interior se proyecta al exterior dando lugar a circunstancias dramáticas, a situaciones límite. La ira destruye pues o limita considerablemente el horizonte humano, haciendo que el interesado viva experiencias gran guiñolescas que le impiden apreciar los matices y descubrir el auténtico sentido de la vida; porque lo que le ocurre en el exterior capta hasta tal punto su interés, que deja muy poco espacio para la introspección, lo cual le impide contactar con su ser trascendente. Lo positivo de este mal es que todo el mundo lo reconoce, incluso el que lo padece, cosa que no ocurre con otros defectos, que el individuo puede negar. Si lo reconoce, le será más fácil encontrar el remedio. Al tratarse de un exceso de energías marcianas, la ira desaparecerá si la persona se dedica, conscientemente, a actividades marcianas como puede ser la práctica intensa de un deporte, la gimnasia, el excursionismo, el alpinismo, y también las actividades de tipo creativo, ya que Marte está muy conectado con la creación a cualquier nivel. La ira puede encontrar igualmente un cauce positivo ahí donde la violencia está institucionalizada, como puede ser una carrera militar o en la policía, en el cuerpo de bomberos o bien trabajando como cirujano, enfermero, practicante, etc. La ira repercutirá en una próxima vida creando un destino muy accidentado. La persona sufrirá accidentes, quemaduras, puede ser víctima de delincuentes o individuos violentos, y en su propio cuerpo sufrirá hemorroides, hernias, cortes, y será propensa a los envenenamientos sanguíneos. Las deformidades corporales, las monstruosidades, las amputaciones de miembros y las muertes violentas suelen ser secuelas de una existencia vivida bajo el imperio de la ira.
LA LUJURIA VENUS.- La lujuria es un pecado venusiano, debido a la corrupción de Venus en el horóscopo. Al igual que ocurre con la gula, otro pecado ligado a la columna de la Tolerancia, la lujuria no sólo actúa en el dominio específicamente sexual, sino que extiende sus redes sobre todos los placeres inmoderados que se auto concede el individuo. En el plano mental un Venus inarmónico inocula al pensamiento una gran permisividad, desvirtuando el sentido de la moral y haciendo que al individuo todo le parezca plausible; es incapaz de distinguir entre el bien y el mal (o sea entre aquello que es o no conforme a las leyes cósmicas), de forma que se ve en la imposibilidad de arrancar las malas hierbas que florecen libremente en su vida. En el plano emotivo, que es el terreno en el que Venus actúa con mayor empuje al acentuar el nivel de sensualidad, hace que el sexo realice funciones directrices en la vida del individuo marginando otros criterios presentes en el alma. Así, bajo la acción de la lujuria, veremos que el individuo sintoniza con personas que sólo se adhieren a ese aspecto de su personalidad y que no poseen otras afinidades con él. Como sea que la lujuria ama la diversidad, cualquier relación iniciada bajo su impronta alcanzará rápidamente su punto de saturación y la relación entrará pronto en crisis. Hoy en día, en un momento en que las personas ceden más fácilmente que antes a la llamada de la lujuria, vemos que las parejas formadas sobre la base de estas premisas venusianas pronto se separan, dando lugar a una sociedad de miembros desligados, a una sociedad insolidaria, irresponsable, angustiada ante su propio porvenir, con un inconsciente culpabilizado que pide a gritos el castigo que le haga soportable su permisiva existencia. Tal vez no sea descabellado pensar que esa actitud podría no ser ajena a la actual fiebre catastrofista/ milenaria / apocalíptica que lleva a muchas personas a creer -como Asterix- que el cielo se va a derrumbar sobre sus cabezas y que el gran cataclismo les acecha. La lujuria no se reduce pues a un aumento inmoderado del apetito sexual, sino que, cual pulpo, extiende sus amarras sobre las relaciones sociales, sellándolas con la marca de lo efímero. En el terreno estrictamente personal, la entrega a los placeres del sexo hace que las energías creadoras se pierdan por su polo negativo, privando a la mente del poder de procrear en los mundos superiores, puesto que los conductos que alimentan los órganos sexuales comunican, a través de la columna vertebral, con el centro de percepción espiritual, y si la corriente vital se orienta hacia abajo, arriba escasearán los fluidos para la creación. La lujuria produce un progresivo oscurecimiento de la conciencia, de manera que el Ego Superior no consigue comunicar su saber a su contra partida material, la cual deja de cumplir su programa profundo. El individuo se ve entonces desasistido espiritualmente y vulnerable ante el más mínimo contratiempo que le depare la vida, siendo un firme candidato a la depresión y, en casos extremos, al suicidio. En efecto, la solución de nuestros problemas está arriba, en la mente, lo que permite al hombre conectarse con su propia esencia, con su divinidad interior. De ahí nos viene la lucidez que nos permite hallar el remedio justo para nuestros problemas. Si le arrebatamos a la mente las energías que le permitirían funcionar plenamente, con el fin de alimentar la sexualidad, es evidente que no hallaremos las soluciones cuando las necesitemos. El lujurioso es un ser vulnerable, un ser que naufraga en la más pequeña tempestad y, por consiguiente, alguien con el que no se puede contar, que no puede ofrecer apoyo y solidaridad aunque quiera hacerlo. Los efectos de la lujuria sobre una próxima vida se caracterizarán por una debilidad del cerebro, que no podrá realizar las funciones que le son propias, dado que en la vida anterior ha sido privado de sus fuentes naturales de alimentación. Según el grado de debilitamiento, puede dar el simple bendito inofensivo, el epiléptico, el idiota más o menos profundo, el retrasado mental o el loco de atar, si el cerebro no se encuentra en condiciones de realizar sus funciones y abandona totalmente la dirección de la vida al cuerpo de deseos. Haremos aquí una precisión semejante a la que concierne el capítulo sobre la gula (y que, dicho sea de paso, es válida para los demás pecados capitales) en el sentido de que no todas las enfermedades mentales son debidas a la práctica abusiva del sexo en una vida anterior, pero sí resulta cierto en muchos casos. Desperdiciar la simiente ha sido considerado en todos los tiempos como una de las más graves ofensas que puedan hacerse al Creador, ya que equivale a dejar de lado el órgano que nos ha sido dado para crear, que es el cerebro, para poner en su lugar el órgano sexual. No para utilizado en su correcta función, que es la multiplicación de la vida en el mundo físico, sino para procurarse un placer en el bajo mundo de los sentidos. Por el contrario la castidad se muestra como uno de los métodos más seguros para llegar a la clarividencia y a la comprensión de la Obra divina.
LA ENVIDIA MERCURIO.- La envidia es un pecado mercurial y se debe a una perturbación en el horóscopo del planeta Mercurio. En el mundo mental, la función de Mercurio consiste en orquestar los recursos que posee el individuo para su más lógico aprovechamiento. Este planeta es el que se encarga de racionalizar y ejecutar, según un orden riguroso de acuerdo con las leyes cósmicas, con las necesidades del Ego Superior y en función de las circunstancias en que se halla inmerso el individuo. Pero cuando Mercurio forma disonancias, entonces tiende a utilizar recursos ajenos en el programa propio, recursos que va a buscar en el programa de otros Egos. Esta situación se manifiesta en la persona bajo el rostro de la envidia. En el ámbito de relaciones sociales, esa mala disposición de Mercurio será fuente de importantes conflictos. La envidia, para prosperar en el terreno práctico, debe ir acompañada de sus dos acólitos: la mentira y la calumnia, con la ayuda de las cuales arruinará la reputación de la persona cuyos recursos Mercurio ambiciona. En lo que se refiere al propio destino, la envidia falseará nuestras necesidades experimentales, procurándonos experiencias que no figuran en el programa de nuestro Ego Superior y que, por tanto, son inútiles o inoportunas. La envidia ayuda siempre a la personalidad humana pasajera, satisfaciéndola en lo referente a los valores sociales, pero volviendo la espalda a las necesidades evolutivas del Ego. Éste es el error característico de un Mercurio disonante. En el plano emotivo, Mercurio es el encargado de aportarles lógica a nuestros sentimientos o, dicho de otro modo de proporcionarles su razón de ser. Cuando actúa de acuerdo con nuestra legalidad sentimental, es decir, con los deseos que legítimamente deben llevamos a la culminación del programa elaborado por el Ego Superior, imprime en nuestros impulsos emotivos una fuerte determinación, les aporta persistencia, duración, y la persona tiene entonces el sentimiento de estar en lo cierto. Pero cuando un Mercurio disonante actúa sobre nuestros sentimientos, también comunica a la persona esa sensación de veracidad al impulsar los deseos a apoderarse de los recursos humanos de otra persona. Mercurio proporciona a los deseos argumentos nobles para justificar actuaciones que no lo son. En el plano físico, Mercurio rige las conexiones, las relaciones humanas y una situación de envidia hará que la persona se vea conectada con individuos que contribuirán a desviarlo de su universo natural, orientándolo de forma equivocada respecto a su programa de vida. La envidia es por lo tanto un pecado que nos aleja considerablemente de nuestro objetivo trascendente llevándonos hacia la falsa pista de los valores sociales, en lugar de perseguir las experiencias susceptibles de enriquecer nuestra alma. Por resultar evidente para el propio individuo, la envidia es algo que se puede corregir, si se moviliza la voluntad al servicio de esta corrección. Si el propósito de corregir esta tendencia es firme y lo realizamos en el ámbito de nuestras posibilidades, también en los planos superiores Mercurio funcionará de acuerdo con nuestro correctivo y se transformará en un instrumento eficaz para la realización de nuestro destino. La envidia repercutirá en una próxima vida haciendo que nos encarnemos en un cuerpo propenso a los envenenamientos, a las dificultades respiratorias y gástricas. Todas las afecciones del aparato intestinal, las intoxicaciones, apendicitis, peritonitis, enfermedades contagiosas y pulmonares son un subproducto de la envidia, puesto que en el plano moral también la envidia envenena, intoxica, estrangula, contagia, vicia el aire, impide que la persona objeto de la envidia evacue normalmente sus cualidades internas sobre el mundo
LA PEREZA LUNA.- La pereza es un pecado lunar y se debe a una perturbación de las funciones encomendadas a la Luna. En el mundo Mental, la Luna produce las imágenes internas, es lo que llamamos la imaginación, a través de la cual la mente se desplaza de un lugar a otro, explorando por un lado las alturas inaccesibles y estableciendo cabezas de puente en terrenos aún no hollados por la razón y descendiendo por otro a los abismos de la razón allí donde ideas arcaicas y profundamente enraizadas necesitan que las sales lunares disuelvan sus amarras. Los efectos de la pereza en este mundo bloquean la imaginación y dejan que todo siga tal como está, de modo que imposibilitan la progresión intelectual hacia arriba y no permiten que la mente se vea liberada de los arcaísmos que la mantienen atada a un pasado ancestral. En el cuerpo del deseo, sus atributos la llevan a fijar los deseos, proporcionándoles, por así decido, fuerza y esplendor, de manera que obliguen a la voluntad a realizados Que el deseo sea elevado o no depende de otros mecanismos, pero lo que sí es esencial para el individuo es que ese deseo se exteriorice de algún modo, o bien que se sublime mediante una interiorización consciente y voluntaria. La exteriorización de los deseos hará que el individuo sea frío o caliente, tal y como los quiere Dios. Pero cuando la pereza obstaculiza esas funciones, el individuo se convierte en este tibio al que Dios vomita de su boca. En el mundo físico, la Luna rige las funciones de disolución y coagulación de los elementos, aportando una renovación periódica a nuestros átomos y moléculas, de acuerdo con los ritmos del universo. La Luna es la que nos conecta con el acontecer universal, aportándonos los sucesivos mensajes de los demás cuerpos planetarios. Si esas funciones resultan obstruidas, nos convertimos en algo parecido a una tierra muerta, no transitada por las grandes corrientes renovadoras que emanan del cosmos. En el mundo físico, la pereza transforma al hombre en un muerto-vivo, en un ser inútil para sí mismo y para los demás. ¿Qué es lo que debe hacer el perezoso para vencer su pereza? Moverse hacia las cosas que estén a su alcance. Por cada paso que dé, Dios dará dos por él. No importa aquí el resultado práctico obtenido -muchos perezosos justifican su pereza arguyendo que sus esfuerzos no les sirven de nada-; lo importante es ponerse en movimiento a nivel físico, sentimental y mental para restablecer las funciones que se encuentran perturbadas. El mal que aguarda a los perezosos en una próxima vida (o en ésta si sus procesos se aceleran) es la corrupción de su cuerpo, la putrefacción de sus órganos. Nada funcionará en su físico como debería funcionar. Del mismo modo que en las aguas encharcadas abundan los parásitos, en su cuerpo se producirá ese estancamiento y los parásitos aparecerán también, provocándole las enfermedades propias de las cuatro estaciones. Si además han cometido abusos en otros aspectos, ciertos órganos se encontraran más deteriorados que otros y, si se trata de órganos vitales, su tendencia a la corrupción puede acortar mucho su vida.
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