Un amigo
me dijo una vez que el peor insulto que podían dedicarle no era
estúpido, ni feo, ni capullo. El peor insulto que alguien podía
decirle era “infeliz”. Yo en aquel momento tenía dieciséis años
y estaba medio enamorada de mi amigo, porque era la primera prueba
que tenía de que existía vida inteligente en el sexo opuesto. Lo de
“infeliz” me pareció profundo y acertado. Yo tampoco quería ser
infeliz, y mucho menos que los demás se dieran cuenta.
En
este mundo tan lleno de posibilidades, donde tantas personas están
convirtiendo sus vidas en algo fabuloso, ¿cuán humillante
es admitir que no eres todo lo que podrías ser? ¿Que no
estás aprovechando todas tus posibilidades, exprimiendo cada minuto,
disfrutando, disfrutando y disfrutando sin parar?
Supone
reconocer que has fracasado. Y ese fracaso es TU culpa, de nadie más,
porque mira que parece fácil. Mira que hay libros, y vídeos, y
blogs, y terapeutas, y coaches, y gurús, y técnicas, y viajes, y
gimnasios, y tiendas, y restaurantes y, en fin: mira en qué enorme
buffet de placer se ha convertido el mundo mientras tú estás ahí,
en una esquina, incapaz de avanzar.
Entonces
es cuando empiezas a fingir. A lo mejor no eres feliz, pero
puedes parecerlo. Así que vamos a hacernos una foto en este
restaurante de moda, corre, y vamos a activar la ubicación para que
se vea que estamos de vacaciones en París o en Ibiza. Vamos a
explicar lo fantásticamente que nos va nuestro negocio, el éxito
que hemos alcanzado en el trabajo, la de
publicaciones/premios/másters/títulos/honores que acumulamos.
Exhibamos nuestras familias. Fíjate en la buena pareja que hacemos,
en lo mucho que resplandezco el día de mi boda, en cómo me mira mi
marido mientras acaricia mi tripa embarazada, en lo graciosos y
listos y buenos que son mis hijos.
Para
mantener todo esto en pie hay que hacer concesiones, claro. Nada de
contar la pelea horrible que tuvimos en el aeropuerto nada más
bajarnos el avión, ni lo hartos que estamos de echar horas en el
curro, ni que nuestros hijos nos sacan de quicio o que hace meses que
no tenemos sexo. Cállate también los pequeños dramas. No cuentes,
por ejemplo, que te aburres, que tienes dudas o que quieres hacer más
amigos y no sabes cómo.
En
lugar de eso, trata de mantener todas las bolas en el aire y no hagas
caso a esa sensación molesta de echar de menos algo y no
saber qué. Porque podría ser que entonces tuvieras que admitir
que eres in5 alternativas a lafeliz, o podría ser que los demás se
dieran cuenta.
El
problema es que el precio a pagar es demasiado alto. Es frustrante
pasarte la vida persiguiendo algo tan efímero y huidizo. Además,
ocultar cómo te sientes de verdad, taponar todas las fisuras de tu
vida con sonrisas de Instagram, acaba separándote de los demás
humanos porque te hace pensar que en un nivel muy íntimo, muy
privado, eres diferente (y peor). Y por último, y esto es lo más
importante que quiero contarte hoy, porque la búsqueda de la
felicidad podría estar ocupando el sitio de otras prácticas mucho
mejores.
De
todo eso vamos a hablar hoy. Para eso, tenemos que responder algunas
preguntas:
¿Qué
entendemos por felicidad?
¿Es
esa felicidad, tal y como estamos acostumbrados a concebirla, un
objetivo alcanzable y sostenible?
Si
no es así, ¿existen opciones mejores?
Voy
a darte mi visión del asunto en este artículo. Como siempre,
jipi, que la experiencia sea tu árbitro: no te creas
nada porque te lo diga yo, sino porque ves la posibilidad de que
genere, en tu propia vida, cambios efectivos en la dirección que
deseas.
¿Qué es la felicidad, después de todo?
La
mayoría de nosotros identificamos felicidad con uno o varios de
estos conceptos:
Felicidad
es placer.
Eres feliz cuando te sientes bien: cuando te enamoras, te diviertes,
viajas, lees un buen libro o comes jamón de pata negra.
Felicidad
son reforzadores
externos:
dinero, amor, éxito. Eres feliz cuando consigues X puesto de
trabajo, Y cantidad de dinero, tu pareja ideal o los tres hijos con
los que siempre soñaste.
Felicidad
es estabilidad.
Eres feliz cuando por fin te casas, o terminas de pagar tu piso, o
sacas una oposición.
Felicidad
es perfección.
Eres feliz cuando comes sano, haces deporte, eres súper-productivo,
tu casa es preciosa, haces manualidades con tus hijos y mandas
tarjetas de navidad a todos tus amigos.
Ahora
vamos a ponernos el gorro del pensamiento crítico…
¡Existe! Link de compra al final del artículo (en serio)
…y
a plantearnos si todas o alguna de estas definiciones de felicidad
son alcanzables y si pueden mantenerse durante un tiempo más o menos
largo.
El mito del placer, o “no todo va a ser jiji-jojo”
La
frase “no todo va a ser jijij-jojo” es de mi madre, y viene a
decir algo que, si ya hace tiempo que lees este blog, te sonará: no
se puede experimentar placer todo el rato. No está en nuestra
naturaleza. Es imposible.
La
razón es que si fuera posible, la Humanidad se habría extinguido.
Si lograras llegar a un estado de éxtasis total y continuado, no
tendrías ninguna motivación para moverte: no trabajarías, ni
comerías, ni harías pis, y morirías muy rápido, quizá de una
explosión en tu vejiga.
Mini-experimento
personal: piensa en una época que consideres muy feliz en
tu vida (si no tienes ninguna, puedes pensar en un día muy feliz. Y
si tampoco tienes ninguno, puedes pasar al segundo mini-experimento
personal).
Ahora
trata de recordar algún pensamiento/sensación desagradable que
tuvieras durante tu época feliz o tu día feliz. Quizá sentiste
ansiedad o dudas en algún momento. Seguro que al menos sentiste
hambre, sed, sueño o ganas de ir al baño.
Mini-experimento
personal 2: túmbate en la cama o en el sofá todo lo
cómodo que puedas. Coloca tantos cojines y mantas como sea
necesario, regula la temperatura de tu casa, etc. Cronometra el
tiempo que tardas en sentir una incomodidad: en que te pique algo,
querer cambiar de postura, aburrirte, que te entre hambre…
La
vida es una sucesión de sensaciones agradables, desagradables y
neutras, y tenemos mucho menos control sobre ellas del que pensamos.
Lo peor del asunto es que todos hemos experimentado esto en nuestras
carnes, pero el mito de la felicidad es tan poderoso, nuestro empeño
en fingirla es tan intenso, que creemos que el problema es
nuestro y que otros sí que lo sienten así.
Además,
no solo conviene que nos preguntemos “¿es factible sentir placer
todos los días, a todas horas?”, sino “¿qué otras cosas de
la vida me estoy perdiendo, qué estoy dejando pasar, cuando busco
ese placer ininterrumpido?”.
“Pues no era para
tanto”, o por qué tus objetivos no te hacen feliz
Ya
te comentaba en el artículo que escribí sobre Cómo
utilizar la escritura para ganar claridad, que ni
siquiera lograr tus objetivos más ambiciosos te da una felicidad
duradera.
En
uno o más ámbitos de tu vida, estás viviendo lo que una
vez soñaste para ti. En mi caso, por ejemplo, recuerdo que
cuando estudiaba en Granada, vivir aquí una vez acabada la carrera
me parecía imposible, algo sacado de una fantasía; y, sin embargo,
aquí estoy, y sigo experimentando insatisfacción muy a menudo.
Y
aquí es cuando alguien, quizá tú mismo, te dice: el problema es
que no era el objetivo correcto, o que no has apuntado lo bastante
alto. Dream big. Dispara a las estrellas. Etc. etc.
Y
yo te pregunto: cuando una solución a la insatisfacción (lograr
objetivos) no te está funcionando, ¿qué te hace pensar que
aplicar más cantidad de la misma solución (lograr objetivos
mayores) funcionará mejor? Es como tratar de apagar el
fuego con gasolina y creer que el problema es que no has echado
suficiente.
Lograr
objetivos no genera una felicidad duradera a causa de la habituación,
que es una manera fina de decir que a todo se acostumbra uno. Si nos
exponemos al mismo estímulo el tiempo suficiente, la respuesta
disminuirá y en algunos casos incluso desaparecerá. Por eso te
acostumbras a la casa de tus sueños y al Maromo Definitivo.
Además,
la habituación es todavía más rápida con las emociones positivas.
La alegría dura menos que la tristeza. ¿Por qué? Pues qué sé yo:
una de esas molestas decisiones de diseño del Rey del Cosmos (como
diría el Ezcritor)
que nadie entiende. Como lo de cambiar cada dos por tres el cargador
del iPhone. La explicación más probable es que las emociones
desagradables son mucho más eficaces para motivarnos y generar
movimiento que las agradables.
Mini-experimento
personal: piensa en qué objetivos tienes ahora que en el pasado te
parecían inalcanzables y maravillosos. ¿Cómo valorarías, del uno
al diez, la felicidad que te causaron en su momento? ¿Y la que te
generan ahora? No cuando te paras a pensarlo, sino diariamente, en tu
vida cotidiana.
La estabilidad es la mayor mentira del mundo
A
medida que me hago mayor, y veo a mi alrededor bodas dudosas,
convivencias horribles o trabajos frustrantes, me sorprende lo que la
mayoría de nosotros hacemos por tener estabilidad. La incertidumbre
es tan desagradable para nosotros que preferimos lo malo conocido y
el pájaro en mano.
Eso
estaría muy bien si realmente tuviéramos la expectativa de lograr
estabilidad. Pero (y esto es difícil de asumir, créeme), la
estabilidad no existe. Tarde o temprano, las cosas cambian. Y
mientras más tardan en hacerlo, mientras más nos instalamos en
nuestro falso palacio predecible, más nos sacude el cambio cuando
sucede.
Vemos
ejemplos de esto todo el rato. “Cómo es que se ha muerto, con lo
bien que estaba”; “por qué se habían separado, si parecían la
pareja perfecta”. Y pensamos que si nos esforzamos lo
bastante por asegurar el andamiaje de nuestra vida, podremos
protegernos del dolor y de la pérdida.
Mini-experimento
personal: busca en tu propia vida ejemplos de estos cambios. ¿Ha
habido alguna situación que se mantenga invariable desde que empezó?
Incluso si llevas 30 años con la misma pareja, ¿habéis cambiado
desde que empezásteis? ¿Qué es distinto ahora? ¿Se acabará esta
pareja o esta situación en algún momento (pista: la respuesta a
esta pregunta siempre es “sí”)?
La solución a la imperfección no es ser aún más
perfecto
Internet
nos pone fácil aprender sobre casi todo. Esto hace que nos veamos
cada vez más como seres capaces de asimilar información y cambiar
muy rápido. La cara oscura de esto es que la perfección
absoluta se ha vuelto un mito mucho más presente que hace
unas décadas.
El
entorno nos bombardea constantemente con la idea de que si no lo
haces bien, es porque no quieres: porque hay métodos mejores, hacks,
tutoriales y todo un mundo de herramientas y gurús a tu disposición.
Para colmo, puedes compararte con absolutamente todo el planeta, todo
el rato. La idea que hay detrás de esto es que ser feliz es
mejorar constantemente, porque además es algo que depende de ti.
“El
perfeccionismo es un sistema de creencias autodestructivo y adictivo
que alimenta este pensamiento principal: si tengo un aspecto
perfecto, vivo perfectamente y lo hago todo perfectamente, podré
evitar o minimizar los sentimientos dolorosos de vergüenza, juicio y
culpa.”
La
trampa del perfeccionismo es la siguiente: no existe lo perfecto,
pero es muy fácil creernos que la solución a lo imperfecto es,
precisamente, más perfeccionismo. Como dice Brené: “cuando,
invariablemente, experimentamos el juicio, la vergüenza y la culpa,
a menudo creemos que no somos lo suficientemente perfectos: en lugar
de cuestionar la lógica errónea del perfeccionismo, nos enredamos
aún más en nuestro empeño de vivir correctamente, hacer lo
correcto y tener el aspecto correcto”.
Mini-experimento
personal: ¿cuáles son tus experiencias con lo perfecto? ¿Has
logrado alguna vez hacer algo con tal perfección que hayas logrado
escapar de los pensamientos “no soy lo suficientemente bueno” o
“podría haber mejorado tal y tal cosa”?
La felicidad no existe, pero hay otras opciones
Todo
esto que acabo de contarte no quiere decir que no puedas buscar el
placer, conseguir objetivos, lograr una vida más o menos estable o
tratar de ser mejor persona. Quiere decir que cuando lo haces
para conseguir estados irreales de éxtasis, o para evitar las
pérdidas y el dolor inherente a ser humano, la cosa no funciona y
la insatisfacción aparece.
Además,
hay alternativas a la felicidad mucho más interesantes. Si hemos
llegado a la conclusión de que la felicidad tal y como la entendemos
(placer, reforzadores externos, estabilidad o perfección) es o
inalcanzable, o poco sostenible, sus sutitutos tendrán que:
Ser
alcanzables con relativa facilidad, a ser posible en el aquí y el
ahora.
Persistir
en el tiempo o, al menos, estar a un paso de distancia cuando los
necesitamos.
Las
alternativas que te propongo son prácticas, es decir: en
lugar de buscar un resultado, buscas una intención y la
pones en marcha voluntariamente y con frecuencia. Y la intención
siempre está bajo tu control.
Te
voy a presentar seis de estas alternativas y a darte algunas
herramientas para que puedas practicarlas a menudo y cambiar esa
elusiva felicidad por una vida mucho más rica y plena.
Implicación (engagement)
Dice
Leo Babauta que
la mayoría de las discusiones en una pareja en realidad la pregunta
que hacen es “¿te importo?”. No se trata de que dejes la tapa
del váter abierta o cerrada, sino de que a mí me importa que esté
cerrada, ¿y a ti? ¿Te afectan y te preocupan las mismas cosas que a
mí? ¿Te
importo yo?
¿Cómo
cambiaría tu vida si en lugar de tratar de alcanzar la perfección
en tu trabajo, pareja, aspecto, etc., simplemente te esforzaras por
ser una persona involucrada, alguien a quien le importan las
cosas? Te darás cuenta de lo que pueden perdonarte los demás cuando
te ven realmente presente y activo en sus vidas y en sus proyectos y,
sobre todo, de lo que puedes perdonarte tú.
Implicarte
supone también convocar a menudo a tus valores y preguntarte para
qué haces lo que haces. Mientras más sentido consigas
traer a tu día a día, más fácil te será involucrarte, y
viceversa.
Crea
tu propia práctica:
¿Qué
puedes hacer hoy para implicarte más en algo que te importa?
¿Qué
puedes seguir haciendo todos los días?
¿Cómo
puedes transmitir a los que te rodean que vuestra relación te
importa?
Gratitud
El
placer es automático, una respuesta a un estímulo que puedes sentir
tú y puede sentir tu gato. La gratitud, sin embargo, solo la tenemos
los humanos: es nuestra capacidad de convocar a voluntad, gracias al
lenguaje y a la imaginación, lo positivo que tenemos en nuestra
vida.
Algo
muy importante sobre la gratitud es que no trata de eliminar todo lo
oscuro y lo vulnerable de nosotros. No queremos ser como el personaje
de Alec Baldwin en Friends: todo el rato como Papá Noel harto de
Prozac, echando un polvo en Disneylandia.
Como
te he dicho antes, tenemos mucho menos control sobre nuestras
emociones del que nos gustaría, y esto también se aplica a
crear sensaciones y sentimientos de gratitud. Si
empiezas a agradecer cosas en tu vida y no sientes una invasión
inmediata de burbujitas felices, no pasa nada.
La
clave de la gratitud no es cómo te hace sentir, sino la capacidad
que tiene para cambiar tu forma de actuar. Dirigir tu atención a lo
que va bien es una manera de quitar atención a los pensamientos
negativos y sobreponernos a ellos. Es una forma de recordar
lo que de verdad importa y elegir nuestra conducta en
consecuencia.
Por
ejemplo: imagina que tu pareja te está sacando de quicio. En lugar
de dejarte llevar por las quejas y pensamientos de cómo te gustaría
que fueran las cosas, ¿qué ocurre si practicas la gratitud?
Empiezas a agradecer que tienes a una persona fantástica a tu lado,
que estáis bien de salud, que no os falta para comer, y esto hace
que resulte más fácil traer al presente tus valores de conexión,
amabilidad o cuidado.
Crea
tu propia práctica:
¿En
qué momento del día podrías agradecer lo que tienes?
¿De
qué forma te gustaría hacerlo (mentalmente, escribiendo,
hablándolo con un amigo o con tu pareja)?
Compasión
La
compasión es una respuesta al sufrimiento ajeno que tiene dos
componentes: sentir con el otro (compasión viene de cumpassio,
sufrir con alguien) y desear aliviar su sufrimiento.
La
magia de la compasión, y la razón por la que la incluyo en esta
mini-caja de herramientas alternativas a la felicidad, es que pone
nuestro propio sufrimiento en perspectiva. En lugar de enredarnos
en nuestros pensamientos y sentimientos, de mirar solo hacia adentro
y alimentar cualquier mínima incomodidad rumiándola hasta el
cansancio, sales de ti y miras al mundo. Y el mundo es tan grande que
cualquier sufrimiento que tengas en este momento se va a quedar
pequeño si logras ponerlo en perspectiva.
Además,
del deseo de ayudar es de donde nace la acción, y ya sabes que
actuar de acuerdo con lo que valoras es la clave para salir de la
neurosis y minimizar (que no eliminar) tu malestar cotidiano.
Crea
tu propia práctica:
¿Cómo
puedes redirigir tu atención hacia los que sufren en tu vida
cotidiana?
¿Qué
puedes hacer para recordar, cuando alguien te hace daño o te
molesta, que él también sufre y que merece tu compasión?
Conciencia plena (Mindfulness)
Me
hace gracia la manía que le está cogiendo la gente al mindfulness,
y que apostaría a que tiene que ver con que es chungo oír hablar de
algo que parece ser tan bueno y que cuesta tanto practicar. Es un
poco como tenerle manía a las verduras o a subir por las escaleras
en vez de por el ascensor.
La
conciencia plena no es más que observar las cosas tal y como
son: tus pensamientos, tus sensaciones, tu respiración. Y es tan
poderosa porque nuestra infelicidad no es tanto lo que nos pasa como
lo que hacemos con lo que nos pasa: darle vueltas, agrandarlo,
masticarlo y, sobre todo, dejar que nos paralice.
Si
lograras mirar solo lo que te hace sufrir te darías cuenta de que no
es para tanto. Hay pensamientos: chungos, feos, pero solo
pensamientos, conjuntos de palabras. Hay emociones: desagradables,
dolorosas pero, en el fondo, compuestas de sensaciones físicas, de
vibraciones, presión, calor, cosquilleo. Mirarlo de esta forma abre
perspectivas increíbles de libertad y espacio en medio de nuestro
sufrimiento.
Crea
tu propia práctica:
¿Puedes
encontrar un rato al día para prestar atención a tu respiración,
tus sensaciones, tus pensamientos… sin juzgarlos, sin dejarte
llevar por ellos, solo observando?
¿Conoces
algún recurso sobre conciencia plena o mindfulness con el que
podrías empezar a aprender?
Autocuidado
La
última alternativa a la felicidad que quiero proponerte (hay más
pero, como siempre, este artículo ya va pasadito de extensión) es
el autocuidado. Cuidarse es responder a la pregunta: ¿qué podría
empezar a hacer por mí hoy mismo que significara tratarme con más
amabilidad?
Un
ejercicio interesante que propuso Kelly
Wilson en
una charla a la que asistí recientemente es la “prueba del niño
pequeño”. Consiste en pensar en algunos de tus hábitos
mejorables. Por ejemplo:
No
hago ejercicio nunca.
Me
alimento con comida basura.
No
me relaciono con nadie y apenas salgo de casa.
Cuando
algo sale mal, me machaco.
No
duermo lo suficiente.
Ahora
piensa en un niño pequeño presente en tu vida: puede ser tu hijo,
tu sobrino, un alumno, un vecino… y aplícale cada uno de estos
comportamientos.
No
dejo que haga ejercicio nunca.
Lo
alimento con comida basura.
No
le permito que se relacione con nadie ni que salga de casa.
Si
algo le sale mal, lo machaco.
No
le dejo que duerma suficiente.
Fíjate
a qué velocidad lo que en ti mismo te parece normal, quizá
mejorable pero, en cualquier caso, nada del otro mundo, se convierte
en maltrato cuando te lo imaginas aplicado a un niño. Y ahora
pregúntate: ¿por qué para ti sí es aceptable?
Repite
conmigo: si no lo haría con un niño pequeño, no voy a hacerlo
conmigo mismo.
Crea
tu propia práctica:
¿Qué
podrías empezar a hacer hoy por ti que signifique tratarte con más
amabilidad?
¿En
qué personas de tu entorno repercutiría esto? ¿Cómo les
afectaría?
¿Qué
pensamientos y emociones se ponen en tu camino? ¿Cómo puedes
sobreponerte a ellos?
¿Qué hacer con toda esta información?
Lo
más importante de este artículo, querido jipi, es que aunque en la
vida hay mucho sufrimiento y suceden muchas cosas terribles,
también existen
estados de apertura y libertad al alcance de nuestra mano, en el aquí
y el ahora.
Conocerlos, practicarlos y adueñarse de ellos supone reclamar para
nosotros una felicidad que va más allá del sentirse “bien”, y
que consiste en tener perspectiva, saber que todo pasa y que
siempre, siempre podemos
controlar nuestras acciones y nuestra intención.
Te
deseo mucha no-felicidad en tu vida
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