BÁRBARA Y ANNO ALBERT BRENDEBACH. ARTESANOS – PIANTÓN (VEGADEO) – 467 HABITANTES
Piedra de la suerte. Una quiastolita hallada al azar
cambió la vida de este matrimonio alemán que lleva décadas puliéndolas
en su taller y comercializándolas por toda Asturias. Amuleto protector
durante siglos, ellos la han rescatado y convertido en símbolo regional
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Tiene muchos nombres y cada pieza es única. Los peregrinos a Santiago la llamaron ‘lapis crucifer’, piedra de la cruz, y en el extremo occidental asturiano –donde están sus principales yacimientos en el concejo de Boal– Piedra de San Pedro, del rayo o la culebra. Es la quiastolita, una variedad de la andalucita caracterizada por su inclusión de grafito entre los cristales con forma de cruz. En cualquier tienda de artesanía o joyería de la región es, junto al azabache, el amuleto autóctono más demandado. Los responsables principales de su difusión de un cabo al otro del Principado son el matrimonio Bárbara y Anno Albert Brendebach. Cuando llegaron a los Oscos desde Alemania, hace casi cuatro décadas, la Sampedra –otra de sus denominaciones– apenas era recordada por algunos ancianos. Se encontraron una por azar y aquel hallazgo les cambió la vida.
Anno, marinero «cansado de navegar», y Bárbara, enfermera de formación, residían en una casa de campo próxima a Bremen donde tenían un taller para fabricar muebles rústicos y restaurar antiguos.
«Vivíamos en una casita muy bonita, teníamos huerta y taban los nenos, de tres y cinco años. Era la época de la guerra fría y de pronto empezaron a volar todas las mañanas al raso cazas militares. ¡Cuando te pasa eso con un neno…! Me salía la adrenalina por las orejas. Pensamos entonces que no valía la pena seguir allí», relata él. Un viaje de vacaciones a Asturias les llevó a los Oscos. Se instalaron en La Bobia («un pueblo ya sin gente»), los nenos bajaban al colegio de Villanueva en caballo. Cuando les llegó la edad de ir al instituto a Vegadeo, la familia se trasladó a Piantón. Transformaron una antigua nave en su hogar y en el taller-tienda donde trabajan la Piedra de la Suerte desde entonces.
«La quiastolita que encontramos estaba pulida, la había perdido alguien porque en Oscos no hay. Nos llamó mucho la atención, preguntamos y nadie sabía qué era. Solo unos viejos al verla se pusieron alegres y nos contaron sus historias, tiene tantas como nombres», explica Anno.
Un monje bernardo de Villanueva anota en un documento del siglo XVII cómo sirvieron para que los ermitaños de San Pedro de Cedemonio ahuyentaran a los demonios con ellas: «Se allan (sic) en aquel lugar unas piedras blancas con unas cruces negras y por cualquier parte que las quiebren se abre la señal de la Santa Cruz».
El artesano no tiene duda de su condición especial y muestra sonriendo una matriz de la piedra hallada «por los montes, donde salgo a buscarlas, la parte del trabajo que más me gusta». Se ve una cabeza de ofidio con su boca y sus ojos: «Tiene 650 millones de años, faltaban 300 para que hubiese culebras».
Su suerte y la de Bárbara han estado ligadas a estas gemas desde que comenzaron a pulirlas. «Distribuimos nosotros y las venden ‘online’ varios clientes. Empezamos por ferias y mercados, ahora ya poco». Su tienda en la carretera a Boal es buen reclamo para turistas en época veraniega y el hijo menor se ocupa de la plata para engarzarlas.
«El mundo rural se vacía porque no hay oferta para los jóvenes. Hay muchas cosas bonitas y distintas para trabajar aquí. Tendrían que darles razones para que se atrevan a ello», expresa Anno y su mujer asiente: «Deben hacerlo atractivo para vivir».
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