Madre
mía, infunde en mí aquel amor que ardía en tu corazón por él; en mí,
que, cubierto de miserias, admiro en ti el misterio de tu inmaculada
concepción y que ardientemente deseo que, por ese misterio, purifiques
mi corazón para amar a mi Dios y a tu Dios, mi mente para elevarme hasta
él y contemplarlo, adorarlo y servirlo en espíritu y verdad, el cuerpo
para que sea su tabernáculo menos indigno de poseerlo cuando se digne
venir a mí en la santa comunión.
-Padre Pio-
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