CÓMO SANAR LAS EMOCIONES DESDE EL NIÑO INTERIOR
Por Laura Foletto
Una consultante me contaba acerca de una situación que había atravesado y se comenzó a angustiar; siguió hablando y se puso a sollozar mientras me mostraba: “¿Ves? ¡No puedo con esto! Es más fuerte que yo.” Le dije que respirara, mientras sentía cómo su garganta y su pecho se llenaban de aire y se expandían; que observara cómo la angustia iba desapareciendo a medida que seguía respirando y comprendiendo que efectivamente podía con ella, que era una reacción natural a una circunstancia que no había podido conducir cuando era niña y que ahora, de adulta, iba a aprender a hacerlo. Rápidamente, se sintió mejor y entendió cómo manejar sus estados.
La mayoría de las emociones que percibimos son producto de nuestras primeras reacciones infantiles, son del ámbito de nuestros Niños Internos. Lo que no pudimos atravesar sigue aquí, intacto, esperando que nos tomemos la labor de gestionarlo. El problema reside en que, apenas aparece una emoción desagradable, le huimos. Volvemos a sentirnos niños e impotentes (“no puedo con eso, es más grande que yo”). Fue tan fuerte el sufrimiento que creemos que nunca más lo podremos transformar; entonces, le escapamos a la primera señal.
Aguantar el impacto inicial es crucial. Respirar ayuda mucho (exhalamos la emoción, mientras inhalamos serenidad, fortaleza, amor, lo que necesitemos), a la vez que le hablamos a nuestro Niño como una madre amorosa, como un padre contenedor. Ya somos adultos, podemos ponernos en ese lugar y explicarle al Niño la situación, apoyarlo, enseñarle otra reacción, prometerle que siempre estaremos allí para él, que ya no está solo y que puede contar con nosotros.
De hecho, esa es la razón por la que seguimos sintiendo esas emociones. Nuestros padres iniciaron el trauma (aparente falta de amor y/o de reconocimiento, abandono, destrato, etc.). Ese era el acuerdo antes de entrar en esta encarnación: ellos movilizarían las lecciones y nosotros nos ocuparíamos de aprenderlas. El problema es que las vemos desde la victimización y no cesamos de repetirlas. Les echamos la culpa a los padres y nos quedamos con las emociones iniciales, sin sanar la herida.
Luego, buscamos afuera las soluciones: parejas, amigos, hijos, dinero, entretenimientos, saber, cursos, la lista es infinita. Podemos llegar al final de nuestra vida sin resolver el trauma (y pasarlo a la próxima encarnación) o podemos darnos cuenta en algún momento que nada exterior lo hará. Es el instante en que comprendemos que es NUESTRA lección, que los demás no tienen parte real sino que NOSOTROS hemos decidido superarla. Así, se cierra el Círculo: nos damos lo que necesitamos.
Ser conscientes y constantes en atravesar las emociones es fundamental, porque son tan enérgicas que nos impedirán transitar el proceso. Un paciente que quiere liberarse del dominio constante de su madre cae cada vez porque, inmediatamente, se siente culpable cuando se niega a alguna manipulación. Ella lo maneja con la culpa, así que debe tolerar ese estado hasta que pueda afirmarse por sí mismo.
Culpa, angustia, victimización, ira, tristeza, desvalorización, lo que sea, debe ser sobrellevado poco a poco hasta fortalecernos, hasta cambiar esa reacción por una que nos empodere y saque lo mejor de nosotros. Se lo debemos a nuestro Niño, nos lo debemos y se lo debemos al mundo, porque lo que trajimos para aportar es amoroso, creativo y divino… como nosotros…
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