UNA CÁRCEL CREADA POR UNA DESEQUILIBRADA PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD:
La desconfianza y el catastrofismo sobre uno mismo, los otros y el futuro genera depresión.
La depresión es un frío tórrido, una enfermedad del espíritu que se vuelve amarillento a causa de conceder el don de la verdad solamente a lo ya pasado. Es una conclusión acerca de la vida, que funciona como una sepultura de la que a veces uno se levanta para pasear renqueante y cojo, como si fuera un muerto viviente en busca de un azucarillo que saborear y que le distraiga del dolor y el desamparo, pero que al consumirse te deja lamiendo los dedos y en la mayor condena de este mundo que es tener que elegir, y entonces se crea esa duda de si estoy haciendo lo correcto, una duda que es una bruma de culpa que se empoza en la mirada como un charco.
La depresión es vivir corrigiendo a la vida constantemente y corrigiéndose a uno mismo mediante el ataque o la culpa (que es lo mismo); mediante el castigo por miedo al error, y sin perdonar la naturaleza de la vida y del ser humano que es la de “errar”, entendiéndose ésta como un vagar en el infinito y en la eternidad.
Algunos callan al no saber, y en ese silencio imploran a la vida, como Leopoldo Maria Panero cuando dijo: ” Algún día tendré la nobleza de dejar de escribir, pero la mano silenciosa aún repta por el papel”
El suelo fangoso de la depresión es el tiempo, un tiempo que sobra y que pesa y en el que uno se hunde, reclamando un sentido o un motivo desde una lógica sin sabor a no sabemos qué ni a quién, y angustiados en esa diabólica pregunta que insidiosa aparece constantemente en la mente: ¿para qué?
Y es que, como dijo Dostovieski: ” Hay que amar a la vida más que a su sentido”. A lo cual Albert Camus respondió : “Pues cuando el amor a la vida se pierde ningún sentido puede consolarnos”.
La depresión es la muerte en vida, es un vivir soportahartándote, un exigir parapetado en el hastío y en la adicción que te hace estar continuamente consumiendo esa sensación arrogante y quejicosa de saber más que la vida y de sentirte superior a ella, y que a la vez pontifica desde un trono solitario y hediondo lo que está bien y lo que está mal.
La depresión es un amanecer que apesta. La depresión es un “no”; es vivir en el “no”.
Como dijo el psicólogo Beck: “Existe una tríada cognitiva en la depresión de creencias disfuncionales que tienen que ver con la desconfianza y el catastrofismo sobre uno mismo, los otros y el futuro”.
Otros como Levinshon hablan de la teoría de la sobreexposición al resfuerzo , es decir, personas que han vivido muy intensamente y que ahora ya nada les llena, como si vivieran, en palabras de Joaquín Sabina : ” Revolviendo la cajita de cenizas que el placer tras de sí dejo”. Y que si la dejó fue, probablemente, por una adicción a la intensidad, sin darse cuenta de que: “quizás la paz sea la experiencia más intensa que existe” como dice mi gran amigo y hermano Víctor Jiménez.
¡Un mundo raro y extraño es la depresión! Así también nos lo cantaba Jim Morrison: “People are strange when you are strange”. Un lugar interior, nauseabundo, donde vive el miedo y la angustia…
Un lugar donde hace mucho frío, donde las antorchas se debilitan ante las tempestades de la confusión; un lugar vacío donde el viento de las amenazas imprecisas pululan y no amainan, donde la brújula de la mente se vuelve loca y en la que solo el corazón desnudo puede entrar.
Es un reino con una ley silente, preñada de castigo y condena, donde el fin acecha y la sombra de la pérdida acontece como un atardecer moribundo; es una luz crepuscular que no es serena sino sirena, una sirena que sugiere el derroche y el delirio.
¿Cómo conquistar ese reino si no llevando allá una corte bailarina y alegre, llena de amor y que dance por cada paraje, orando y proclamando su devoción por la vida? ¿Cómo hacerlo sin caer en la banalidad de lo grotesco y en la superficialidad de una inseguridad sin determinación?
La terapia más usada por los psicólogos en la actualidad es la “activación conductual”, que consiste en hacer cosas que te apetezcan o que te gustaría que te apetecieran, pasando por encima de tu estado emocional y sin esperar a “sentirte bien” para hacerlo, pues eso sería como poner el carro antes que el caballo.
Desde mi opinión y experiencia esta terapia es una opción para salir del paso pero no disuelve esa trampa de caza en la que uno está. La depresión se vuelve crónica cuando te revuelcas en la telaraña de una autocompasión victimista y egóica, en la que encuentras cierto poder e inmovilidad porque te otorga una paz ficticia, la paz de los muertos. La terapia de la reestructuración cognitiva trata de desmoronar el castillo negro de nuestras creencias mediante la reducción al absurdo y la ironía socrática, pero es un tratamiento que únicamente despeja el camino, trabaja con lo que no es, sin llegar a tocar el ser de la persona. Con esta terapia no hay catarsis, no hay esa tan necesaria explosión que hace llegar el rezo de tu ser hasta los confines del universo. Sí, así me encontré yo en mi primera toma de ayahuasca, viéndome a mí mismo como un mono con un hueso y golpeando el suelo mientras bramaba un grito primal que abría las visagras oxidadas de las compuertas de mi corazón.
Si te ves con tu ceño fruncido que sepas que no es por el sol de allá afuera, es por otro sol interno que te quema por dentro y que puja impetuoso por salir.
Lo único que puede despertarte de ese amargo sueño es un grito de libertad interno, un grito que deshiele la depresión con una luz primaveral, una luz que no aparecerá en el horizonte hasta que no te sumerjas de lleno en la noche, hasta que no hayas buceado en lo profundo de ti, hasta que no aparecezcas en esa playa púrpura donde reina la luz lunar que es la que te mostrará tu auténtico deseo y la esencia de lo que de verdad importa. Solo cuando estés allí, en esa playa púrpura, sentirás amanecer el agradecimiento por vivir de nuevo, pues es allí donde todo se vuelve comprensible, ya que detrás de todo dolor hay una historia y en esa historia inevitablemente encontrarás belleza…
Estamos a la deriva y para algunos como Schopenhauer: “No podemos aspirar a una vida feliz, pero si a una vida heróica”, aunque a veces uno se canse de luchar. Otros dicen que luchar constatemente es la raíz del problema y que hemos de entregarnos con paciencia y confianza en los brazos de la vida para que ésta nos haga el amor dulce y lentamente. Pero en la depresión, esa lentitud es una parálisis, una sucesión de imágenes estroboscópicas amarillas y negras, como las de los negativos de las fotos que nada signfican y que te arrojan con desprecio un escupitajo de dolor sordo y mudo en la cara, dejándote parecer una momia.
Yo no podría haber escrito esto si no sintiera lo que tú sientes hermano, hermana, así que si estás deprimido y quieres reconectarte con la fuente de la vida acércate a conocernos. Porque no te conozco, pero te amo y he querido extender mi alma en este escrito para poder así cogernos de la mano en algún lugar del tiempo y del espacio, ya en lo etéreo o en lo material y para poder así sentirte cerca y no sentirme y no sentirte solo.
Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, dijo Ortega y Gasset, o quizás haya llegado la hora de dejar de interrogar a la vida, en la cárcel del cuestionamiento…
La depresión es presión; presionarte y presionar a la vida, apresionarte, aprisionarte, estrujarte; es un enfado existencial autoinmolador que solo tiene como objeto el sumergirte en una amnesia bizarra y horrible, una amnesia de desamor, de orfandad cósmica, alimentándote de trapos sucios y masticando el serrín del hastío, atragántandote constantemente con tu odio hacia ti mismo.
¿Cuál es la salida? No lo sé. ¿De dónde quieres salirte? ¿De la vida, de la muerte?
Es posible navegar serenamente en la incomprensión, con la mano en el corazón y acariciando a la vez nuestra inocencia e impotencia. Es posible así, despertar el amor y que vuelva a verse iluminado nuestro rostro con el asombro de un niño. Y es posible así, sorprenderte de ti mismo y de la vida, mientras te ríes de la arrogancia con la que un día quisiste cortarte el cuello.
Sergio Sanz Navarro
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