Usted tiene su verdad.
Yo tengo la mía.
Usted ha llegado a su verdad a través de diferentes experiencias y descubrimientos, que no son los míos, aunque nuestras historias guarden algunas semejanzas.
La verdad absoluta no existe: partamos desde allí.
Lo que usted crea que es lo mejor, puede serlo en su caso, pero no necesariamente en el mío. Piénselo un poco. Hay una sucesión de encrucijadas y decisiones que cada uno ha enfrentado a su manera.
Puede parecer que nos movemos en la misma dirección, pero no somos la misma persona, la misma mirada.
Pregúntese: ¿qué tanto sabe usted sobre mí, sobre mis desaciertos y mis planes, mis errores e incertidumbres? Podemos observar un mismo acontecimiento, de manera simultánea, pero su interpretación puede diferir mucho de la mía.
Usted me lee en este momento, pero ¿qué sabe sobre lo que se camufla detrás de mis frases y palabras? ¿Qué cree que intento decir sin decirlo? ¿Cuál es el siguiente movimiento posible sobre el tablero de juegos? ¿Dónde se oculta la diferencia entre nuestras similitudes y acercamientos tangenciales?
¿Cómo puede sentir tanta seguridad sobre su verdad? Porque le ha servido. Pero ¿quién garantiza que me servirá a mí? Somos líneas que se cruzan en algunas intersecciones.
He estado releyendo una novela de Agatha Christie. Me quedo con una de las líneas de Poirot:
“Siempre pasa así. La verdad se refleja ante nosotros como un espejo, pero todos nos hallamos en lugares distintos, y así aún viendo lo mismo, lo vemos desde otro sitio”.
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