martes, 3 de febrero de 2015

CARTA ABIERTA A PEPE MÚJICA


ted tiene en la Argentina. O sea que, si alguna palabra que yo escriba le molesta, tráteme con indulgencia. No lo tome a mal.
La Argentina y Uruguay son dos países idénticos, casi la misma nación, y a la vez totalmente distintos. Opuestos. ¿Cómo es posible? Bueno, no lo sabemos. Es un misterio.
Los argentinos somos patrioteros, a veces nos destacamos por fanfarrones. En nuestro país, cualquier ignorante puede encumbrarse en cargos y honores. Los niños y los jóvenes son consentidos. Los viejos nos comportamos como adolescentes. Pretendemos estar siempre a la última moda. En cambio, el uruguayo habla en voz baja, respeta a los mayores, se obliga a una educación exigente y rechaza la ostentación. Habla de su país como "el paisito", no mata por cualquier motivo. Es poco amigo del fanatismo. Es cierto que -como usted suele decir- el uruguayo no se mata trabajando. Pero tampoco simula ser más de lo que es. Al contrario: frecuentemente, los argentinos que vamos a Punta del Este, observamos que el muchacho que trae en bicicleta el pedido de la carnicería, o el vendedor callejero de diarios, se expresa mejor que un gerente de banco, diputado o ministro argentino.
La gran diferencia está en la educación: todos los uruguayos hacen el secundario, y además tienen una noción modesta y realista de la ubicación de su país en el mundo. Es cierto que son poco ambiciosos, pero tal vez por eso se destacan por su honradez.
Dentro de este país que tiene su estilo, usted ha venido a presentarse como un político diferente. Sigue viviendo en su chacra de siempre (que no es una estancia, sino un campito), renuncia a la residencia presidencial y al coche oficial para continuar manejando su Volkswagen modelo 89, que para usted "está nuevo", e incluso hace donación de su sueldo, porque le alcanza y sobra con el estipendio de su mujer, la senadora Lucía Topolansky.
Sabemos que usted ha sido tupamaro y que pasó años en la cárcel, pero salió de allí con ánimo de concordia y muy maduro en sus ideas. Los últimos 40 años no pasaron "al cuete" para usted, señor presidente, y eso es una gran cosa. Lo hemos visto esperando su turno en un hospital público, como cualquier jubilado. Los turistas argentinos muchas veces lo saludan en alguna parrilla de la ruta, donde usted paga su cuenta como todo el mundo, y saluda atentamente a los desconocidos que se acercan a darle la mano.
No estamos acostumbrados a eso. Usted anda sin custodia, sin helicóptero y prácticamente en alpargatas. Ya lo vimos también en su chacra, ayudando a un vecino al que se le volaron las chapas del techo, por un ventarrón. Y la TV europea lo retrató, charlando sin apuro, mientras acariciaba a sus perros, que no son mastines napolitanos ni dogos de Burdeos sino perritos feos, de campo. Cuando un periodista le dice: "Señor Mujica, muéstreme sus tierras, sus sembrados", usted (tal vez tomándole el pelo) le da a oler una maceta con una plantita de menta o yerbabuena. Y también lo vimos enfrentar a una asamblea de gremialistas en huelga, con estas palabras: "Ustedes están para servir, no para servirse".
O sea: cualquier cosa menos demagogo. Todo, menos consumista, snob, pedante. Créanos si le decimos, con todo respeto, que a usted le quedan bien las alpargatas y la boina.
Dentro de cien años, usted y yo no estaremos en este mundo. La historia dirá que don Pepe Mujica fue un personaje irrepetible, un presidente que hizo casi ostentación de pobreza, lo que le valió el respeto y la admiración de todo el planeta.
Rolando Hanglin

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