Medicación para los problemas del alma
Paco Javier Pérez Montes De Oca 07.12.2013 | 01:30
Hubo un tiempo en el que el padecer de disgusto prolongado o no tener ganas de hacer nada se curaba con agua de pasote, hierba luisa o manzanilla y visitas a gente amañada en arreglar el pomo descompuesto. Todavía hoy hay quienes depositan la mayor de las confianzas en estos sanadores y, hartos de tomar pastillas para los nervios, se encomiendan al relajante y mañoso masajeo de vientre por parte de manos habilidosas que colocan las madres en su sitio en el mismo instante en que, dicen, la barriga les deja de dar brincos. El resto lo hace la sugestión que emana de la confianza en la curandera y el temor a tomar las pastillas después de haber leído el prospecto. La receta de la farmacopea médica tuvo su punto álgido primero, cuando se descubrieron las propiedades de las sales de litio y más tarde el alcaloide Bellergal, los derivados de la benzodiazepina como el Diazepam, el Valium y el Tranxilium, remedios casi milagrosos para curar los males del alma. Así hasta tiempos bien recientes en que los laboratorios inventaron el Prozac. La llamada píldora de la felicidad la consumen cerca de 50.000 personas en todo el mundo. Informes de prestigiosas revistas médicas afirman que, además de nocivos efectos secundarios (aplicable a todo medicamento que cura al mismo tiempo que perjudica) sobre el comportamiento, su consumo puede resultar inocuo. Todo en el momento en que se empieza a cuestionar los efectos secundarios, o cuando menos, la efectividad de la masiva administración de ansiolíticos para curar los trastornos de la mente y el ánimo. En este sentido diversas asociaciones, entre ellas una de tanta raigambre y crédito bien ganado como la ONCE, se hacen eco de las últimas investigaciones y advierten a la población sobre los riesgos del uso continuo de ansiolíticos para combatir los problemas nerviosos, al mismo tiempo que aconsejan que, en caso de la aparición de reiterados estados de ansiedad, se acuda al psicólogo. Y es que el uso de ansiolíticos e hipnóticos para resolver problemas nerviosos no ha dejado de crecer en los últimos años. El Grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria reconoce que el uso de medicamentos para la ansiedad se ha convertido en un problema real para la población. Según informes de la Dirección General de Farmacia del Ministerio de Sanidad y Consumo el uso indiscriminado de tranquilizantes se ha disparado en un 40% en los últimos 25 años. Por otra parte los últimos datos de la OCU ponen de relieve que el consumo de ansiolíticos ha pasado de ser un 5% en el año 2005 al 11,4% en 2011. Los médicos de los dispensarios públicos prescriben el último fármaco descubierto en alopatía para los trastornos nerviosos, en los consultorios repletos de pacientes. Al mismo tiempo los colectivos de la sanidad reclaman más recursos en el área de salud mental cercenada por las continuas mermas en el presupuesto. Razones no le faltan cuando se calcula que hay cuatro psicólogos y seis psiquiatras por cada 100.000 habitantes. Esto impide que psiquiatras y psicólogos puedan dedicarse a tratar con psicoterapia o terapia de conducta a los pacientes y que la media, entre consulta y consulta, no baje de los dos meses de tiempo de espera. Porque lo que está ampliamente demostrado es que cuando se administran fármacos antidepresivos o ansiolíticos de manera continua se corre el riesgo de crear dependencia y, con frecuencia, se dan casos en los que, cuando cesa o disminuyen las dosis a la que están habituados, aumenta el nivel de ansiedad o episodios de irritabilidad en los pacientes que lo consumen. Como también ya nadie discute el éxito de la Psicología aplicada en la recuperación de problemas nerviosos como el estrés o el ánimo deprimido. Aunque esto viene de lejos. Freud, fundador del Psicoanálisis, tuvo el mérito de poner al servicio de la ciencia y sus pacientes de la alta burguesía vienesa una nueva forma de tratar los problemas de la mente. Explicó que el origen de los trastornos mentales no siempre residía en marcadores biológicos sino en lo más profundo de la mismidad. De esta forma pudo probar la eficacia de la teorías introspectivas derivadas del pensamiento y el inconsciente en el tratamiento de los problemas mentales y de la personalidad como la neurosis o la histeria. Desde entonces se ha ampliado el número de teorías y técnicas psicológicas encaminadas a la intervención en aquellos comportamientos nocivos para la salud mental así como de dotar a las personas de recursos y habilidades que les procuren un mayor bienestar personal y formas saludables de relacionarse con el entorno. Surgen serias dudas acerca de la efectividad, al menos a largo plazo, de la prescripción y administración de tranquilizantes, psicotrópicos o hipnóticos para resolver disfunciones conductuales relacionadas, por ejemplo, con problemas del sueño, la ansiedad o estados depresivos provocados problemas laborales o la melancolía que sobreviene a un desengaño amoroso o la irreparable pérdida de un ser querido. De la misma forma que la literatura científica da por probado que hay disfunciones conductuales que solo responden a tratamiento conductual o psicoterapéutico o la combinación de fármaco-psicoterapia. Los modernos psicólogos cognitivos hablan de intervenir a través de los moldes mentales con el fin de que cada individuo afronte con éxito las diversas situaciones estresantes con las que se puede encontrar en su entorno. Afirman que si las personas cambian su modo de pensar y las atribuciones que les dan a diversas situaciones sobre acontecimientos, hechos o personas obtendrán un mejor control sobre los mismos y sus propias vidas. Esto nos lleva al mundo de las ideas, las emociones y el pensamiento cuya sede está en el cerebro, lugar donde se producen los mejores sueños y las peores pesadillas. Ya lo habían descubierto los filósofos clásicos como Epicuro cuando afirmó que "contra la enfermedad de la mente, la filosofía dispone de remedios; por esta razón se la considera, con toda justeza, la medicina de la mente". Y Aristóteles cifraba el tercer grado de la felicidad en ser sabio, a través del conocimiento que aportan la investigación y la Filosofía. Es lo que viene a decir una reciente obra del autor Lou Marinoff cuyo título expresa, a las claras, una posible alternativa al tratamiento de los problemas del alma: Más Platón y menos Prozac.
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