Quince años después de haber sido secuestrada por las Farc cuando iba para su casa en el sur de Cali en un bus escolar, Laura Ulloa González recuerda cómo fueron esos días de secuestro en una conmovedora carta que le compartió a El País.
Cuando sucedieron los hechos ella tenía 11 años y cursaba quinto grado de primaria en el Colegio Colombo Británico. Laura fue llevada por sus secuestradores hacia Los Farallones de Cali.
Esta es la carta escrita por Laura Ulloa González
"Ayer hace 15 años fui secuestrada, un 20 de septiembre de 2001. Desde entonces he contado mi historia rescatando siempre los momentos positivos y los aprendizajes obtenidos, pues es así como quiero recordar esos siete meses que me cambiaron por completo.
Sin embargo, no puedo desconocer lo duro que significó este episodio para mi familia y para mí. Tampoco puedo desconocer que era una niña, que rara vez me quedaba a dormir donde alguna amiga, y si pasaba, al día siguiente era feliz cuando me recogían mis papás para volver a la casa.
A esa edad, no sabía lo que era estar sola, pero estando secuestrada lo comprendí, no solo porque no conocía a nadie, sino porque era muy distinta a todos los que me rodeaban. Mi vida había sido diferente a la de ellos sin que yo lo hubiera decidido, a esa edad yo no decidía.
La primera vez que hablé con mis papas (después de una semana secuestrada) solo tuvimos 30 segundos donde entre lágrimas no pudimos decir mayor cosa. El vacío en mi pecho tan profundo y doloroso que entre el llanto aparecían ganas de vomitar. Yo jamás había llorado tanto como en cautiverio, y no sólo lloraba por estar lejos de mi familia, lloraba porque sabía el dolor que estaban sintiendo y no había nada que yo pudiera hacer.
Aún recuerdo como amanecía con los ojos chiquiticos cada vez que se les quebraba la voz a mis familiares mientras me enviaban mensajes que escuchaba a través de la radio. Muchas veces sentí que el corazón se me encogía de lo mucho que me dolía y que las lágrimas ya no reflejaban con precisión mi dolor. Muchas noches, lloré como una niña, desconsolada entre las cobijas hasta que el sueño por fin me socorría.
Y a pesar de que a los 11 años, nuestros padres nos cuidan y nos consuelan cuando estamos tristes, para mí fue distinto. Cuando tuve otras oportunidades de comunicarme con ellos, sentir su dolor me partía el alma, me dejaba sin fuerzas y nadie me consolaba. Sin embargo, sentía que lo más importante era que ellos estuvieran tranquilos y por eso cada vez que podía les decía que estaba más gordita y cachetona, que no me hacían daño y que lo único que quería era que no se preocuparan por mí porque yo estaba bien.
¿Y qué hacían los guerrilleros? Siempre he dicho que el trato hacía mí no pudo ser mejor. Lo digo así porque aunque las groserías eran persistentes en sus frases, se insultaban, tenían conversiones de adultos delante de mí y a veces incluso me llamaban: “china pendeja” porque me quedaban grandes las botas y me caía repetitivamente, no podía esperar nada distinto de ellos.
A quienes conocí en la guerrilla, eran (espero que sigan) niños y niñas, hombres y mujeres que a la fuerza me hicieron abrir los ojos y entender lo que significa vivir en medio de la más profunda pobreza y el más horrible sufrimiento. Seres humanos provenientes de familias divididas, donde el abuso sexual, el abuso verbal, la escasez, la precariedad y la falta de amor y respeto fueron una constante en su infancia y adolescencia.
Seres que no tenían sueños, pues a la mayoría no se los admitieron y los tildaban de brutos o de ilusos si se imaginaban un futuro distinto al de sus padres. Seres que habían tomado una mala decisión, seres que pensaban que la paz se conseguía a través de la guerra.
Estando en cautiverio sentí compasión por ellos, no odio. Entendí que aun estando secuestrada era, y seguía siendo una privilegiada. Había crecido en el seno de una familia unida, amorosa y respetuosa, con unos padres ejemplares que con su amor me impulsaban a dar lo mejor de mí y a soñar en grande, unos padres que eran el ejemplo vivo de los valores y la bondad y una hermanita cariñosa, una bendición, mi mejor amiga. Nadie, jamás, podría quitarme lo que ya había vivido. Nadie podía quitarme ese regalo tan grande.
Por eso sentía que no podía odiarlos, por eso los perdoné estando en cautiverio y por eso quiero ayudarles, quiero que sepan que las segundas oportunidades sí existen, y que como yo, hay muchas personas más dispuestas a tenderles una mano para que salgan adelante, para que no vuelvan a hacerle a nadie el daño que nos causaron a muchos. Así fui durante el secuestro y cuando salí también.
Todos contamos nuestras historias como queremos recordarlas. Por eso la mía generalmente está acompañada por momentos de reflexión e incluso risas, sin embargo hoy, quiero decirles que sufrí lo que espero nunca volver a sufrir, que lloré mis lágrimas no solo por mí sino por toda mi familia, que conocí de cerca el sufrimiento que causa la pobreza, el maltrato y la falta de amor. Me di golpes de pecho, muchos, muchos, por no haberme dado cuenta antes de la inmensa bendición que era tener una familia tan linda y amorosa con la que había vivido 11 años y no me había percatado de lo extraordinaria que era y de la gran fortuna que tenía de ser parte de ella.
Hoy le doy gracias a Dios todos los días de mi vida por darme una segunda oportunidad. Todos los días le pido a Dios por que no haya ningún secuestrado más.
Quiero dedicar cada segundo que me queda a dar lo mejor de mí, como miembro de familia, como ser humano y como colombiana. Sueño algún día vivir en un país distinto al que me tocó, sueño que en el campo los niños y la niñas estudien, corran con tranquilidad y se alimenten bien, sueño con padres comprensivos y pacientes, padres que sean siempre un oasis para sus hijos, sueño con un país donde los niños vayan tranquilos al colegio y donde los niños regresen del colegio, sueño con que algún día solo robemos besos, con que las peleas sean solo de almohadas, sueño con que haya oportunidades para todos y donde haya justicia.
Hoy puedo soñar porque soy libre, porque estoy viva. Sólo espero que la vida de los colombianos nunca vuelva a ser administrada por otros. Solo espero que en este país algún día tengamos paz.
Todos y todas tendremos que unirnos y que aceptar nuestras diferencias para aprovechar esta oportunidad única de hacer de Colombia el país que todos hemos soñado. Prometo trabajar hasta mis últimos días por lograrlo. Admiro a cada una de las víctimas y a sus familias que a diario ponen su granito de arena, son para mí un ejemplo y un motor para seguir adelante!
Feliz Día Internacional de la PAZ
Con cariño,
Laura Ulloa González"
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