Otoño es la fiesta de la muerte. En invierno los pueblos antiguos, más atentos a la naturaleza, celebraron el renacimiento de la luz, la fiesta del Sol Invicto y no por casualidad también el nacimiento de Cristo en una fecha claramente vinculada con el solsticio de invierno. Es en otoño donde realmente se inicia la muerte cíclica de la naturaleza. Como la caída de las hojas y los colores ocres y pálidos de los árboles, la luz se extingue, el día se acorta, la energía se reduce. Es el momento de prepararse para el declive y la carencia con la provisión del recogimiento y la conservación.
Este 22 de septiembre se celebra en el hemisferio norte el equinoccio de otoño, el día en el que el Sol ingresa a la constelación de Libra de manera altamente simbólica, ya que en el equinoccio el día y la noche duran casi exactamente lo mismo (salvo en los polos) mostrando el equilibrio de la luz y la oscuridad (Libra es representado como una balanza). A partir de este día, y hasta el equinoccio de primavera, las noches serán más largas que los días.
El sentido esencial con el que los antiguos entendieron los equinoccios y los solsticios fue como los grandes marcadores de los ritmos cósmicos en la Tierra, relojes de luz y sombra que marcaban una tendencia que hace manifiestos los diferentes arquetipos que in-forman nuestra existencia. Creyeron que regirse por y ordenar su vida en torno a estos ritmos energéticos era la mejor forma de asegurar su salud y prosperidad. El médico suizo Paracelso, quien viajó durante la época del Renacimiento por diferentes países de Europa y Asia Menor recuperando las tradiciones locales, escribió que la verdadera maestra de medicina es la naturaleza, una medicina que es en realidad una filosofía de vida. En el simbolismo de los solsticios y los equinoccios se revela esa filosofía natural que permite vivir en armonía.
Dicho lo anterior esta fecha es una excelente oportunidad para practicar el arte de la meditación de la muerte, una práctica que es la base de la filosofía occidental y oriental. Sócrates enseñó que la filosofía era esencialmente un entrenamiento para la muerte, la estación en la que se cosecha el alma. El budismo, por su parte, mantiene como uno de los cuatro pensamientos que llevan al Dharma, la meditación sobre la propia muerte o sobre la impermanencia. Escribió el gran maestro tibetano Jamgon Kongtrul:
Nunca ha habido una persona que no haya muerto.
La vida y el aliento son como el rayo y el rocío.
Ni siquiera es seguro cual vendrá antes.
Mañana o el siguiente mundo.
Si sólo pienso en el dharma pero no lo practico,
los demonios de la distracción y la pereza me aplastarán.
Ya que me iré de este mundo desnudo y sin posesiones
debo practicar el supremo dharma sin retraso
En realidad deberíamos meditar todos los días sobre la muerte, tenerla en nuestro pensamiento, como la principal motivación para hacer lo necesario y evitar desperdiciar lo que el budismo llama "la preciosa vida humana". Pero debido a nuestros hábitos de distracción y a nuestras vidas colmadas de entretenimiento y hedonismo, es probable que pocos lo hagamos. Este otoño puede ser un buen momento para incorporar esta práctica a nuestras vidas, que cada hoja que veamos en el suelo, que cada día más corto, que cada ocaso nos recuerde la irreversibilidad de la llegada de la muerte. Y que la muerte nos encuentre listos, y entonces realmente la muerte será una fiesta, la fiesta insuperable de la conciencia despierta.
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