Cuando sentimos ansiedad, muchas veces no sabemos a qué se debe ese estado de inquietud, activación o nerviosismo que se nos pega al cuerpo y a la mente y nos hace ir por la vida más acelerados y preocupados de lo necesario. Para suavizarlo es importante practicar técnicas de respiración profunda, muy útiles para aflojar los nudos que se nos hacen en el estómago y el pecho y que llegan a ser mucho más enrevesados que los que hacen los marineros.
Otro método bastante eficaz para regularnos mejor es meditar. A través de la meditación entrenamos algo a lo que nuestro ritmo habitual nos tiene desacostumbrados: hacer solo una cosa cada vez y con nuestros sentidos puestos en eso que estamos haciendo, considerándolo lo más importante que tenemos que hacer en ese preciso instante. Sin más prisas de la cuenta, sin querer huir de ellos a la primera de cambio.
A menudo asociamos ansiedad con malestar. Cuando eso sucede, lo primero que queremos hacer es eliminar esa sensación a toda costa, taponarla, borrarla y, a ser posible, conseguir que nunca jamás vuelva a visitarnos. Este impulso es muy humano, pero es poco realista: el malestar psicológico forma parte natural de la vida y, por mucho que lo tratemos a patadas para echarlo de nuestra mente y de nuestro cuerpo, tarde o temprano va a regresar.
Por eso, algunas de las características básicas de la práctica de mindfulness, es decir, de la meditación, nos pueden ser útiles para relacionarnos de una manera más sana con nuestra ansiedad.
Para un momento. No puedes darte cuenta de tus sensaciones, pensamientos y emociones si no paras. Solo puedes cambiar algo si te das cuenta de ello, pero te será difícil hacerlo si te pasas la vida corriendo, tapando o huyendo.
Conéctate con tu respiración. Si estás sintiendo ansiedad sobre todo a través de sensaciones físicas, puedes utilizar tu cuerpo como herramienta para tranquilizarte. Pon tu atención suavemente en tu respiración y sigue haciéndolo aunque te distraigas de vez en cuando. Te ayudará a bajar un poco el exceso de activación.
Tolera tu malestar. No intentes echar a patadas de tu interior a todos los pensamientos y sensaciones desagradables que te atraviesan. No es por nada, pero… ¡no es una manera muy amable de tratarte a ti mismo!
Revisa la gravedad del asunto. ¿Has visto cómo las nubes se van moviendo por el cielo en los días de viento? Puedes considerar así lo que te ocurre y pensar que muchas de las cosas que nos preocupan en nuestro día a día no han estado ahí siempre y acabarán yéndose tarde o temprano. Es importante aprender a dar a cada cosa solo la importancia que tiene, ni más ni menos, para dejar que sigan su camino y que nosotros podamos seguir con el nuestro sin sobrecargarnos.
Si sientes que necesitas hablar con alguien, ponte en contacto con nosotros, estamos al otro lado de la pantalla.
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