En la bahía de Alcúdia (35 kilómetros repartidos entre los municipios de Artà, Muro, Santa Margalida y Alcúdia), Mallorca escenifica dos mundos contrapuestos: los complejos turísticos —zonas de confort con las que se suele identificar esta ensenada del noreste— y la Mallorca litoral semisecreta, que anima a no apalancarse en el hotel. Una necrópolis prehistórica, murallas, avifauna, un puerto-refugio con encanto, variedad de restaurantes y el interesante Museo Sa Bassa Blanca.
1 Turismo de silencio
Bajo el cabo de Farrutx, el puerto-refugio de Es Caló (Artà) irradia un aura de paraíso costero; es el primer descubrimiento del extremo oriental de la bahía de Alcúdia. Dejar el coche en la Urbanització Betlem. A unos 100 metros sale el desvío (llevar calzado rígido) a la cala Na Clara, donde la manida expresión de aguas cristalinas cobra todo su sentido. Restan tres kilómetros (40 minutos) hasta Es Caló. A los que no toman el sol en el muelle o en el trío de caletas les queda la pinada. Además de dirigir salidas en paddle surf desde Betlem, Joan Bonet (651 06 30 70) pone énfasis en los atardeceres, “cuando la sierra de Tramontana parece dibujada a lápiz”.
2 Varaderos en la roca
La cala des Camps se encuentra en un culo de saco de enorme belleza. Incluso los legos en geología guardarán en el recuerdo sus amarillentas formaciones, con scars (varaderos) tallados y un búnker como trasfondo. El atardecer se combina en el restaurante Es Vivers, en la Colònia de Sant Pere, con cocina calabresa y las actuaciones de Norbert Fimpel (5 y 19 de julio), saxofonista que tocó con Joe Cocker.
3 Sa Canova naturista
El sendero de 400 metros desde la urbanización S’Estanyol hasta la playa de Sa Canova se vive como una experiencia luminosa. Esta área natural de especial interés es una invitación constante al relax y deja al paso campos dunares donde los lirios se entreveran con los cardos, ambos marinos; los pinares nunca estuvieron tan a mano, a lo que se añade el jugueteo visual que ofrece el cabo del Pinar, inscrito en el de Formentor.
4 También surfistas
Por Son Serra de Marina (Santa Margalida) se accede también a la playa virginal de Sa Canova. Junto al torrente de Na Borges, la ausencia de hoteles y apartamentos infunde tranquilidad. La animación la ponen los surfistas con el oleaje que entra por el centro del arco que forma la ensenada. En verano, el embat, viento que viene del mar a la tierra, suele refrescar de dos a seis de la tarde. El restaurante Lago (+34 971 85 40 81) conquista a los comensales, entre otros platos, con su gallo de San Pedro en salsa de almendras.
Como obeliscos, sobresalen por buena parte de la ensenada las puntas de enfilación que servían en el pasado para orientarse a los submarinos.
5 Esculturas con ‘pambolis’
Cuatro agrupaciones de esculturas primitivistas de Joan Bennàssar salpican el paseo marítimo de la población de Can Picafort. Junto al grupo El Ritual se halla el apartotel Mar y Paz (en el beach club preparan sabrosas paellas). De la renovación turística de la zona es ejemplo el Som Llaüt Boutique Hotel (es.somhotels.es), que ofrece una estancia cuidada junto con su terraza chill out—¿qué tal un daiquiri de fresa?— a la vista de los yates y con restaurante, aledaño al también recomendable restaurante Marisco (971 85 00 44).
El pa amb oli tiene para los insulares el valor de un mito. Consta de rebanadas de pan (moreno y sin sal) restregadas con tomate de ramillete y rociadas con aceite de oliva. Contiene butifarrón, sobrasada, longaniza, queso… Don Denis es una de las mejores pambolerías.
6 Necrópolis a flor de agua
Adquirida por el Gobierno balear con los fondos de la ecotasa, la finca de Son Real (balearsnatura.com) custodia cuatro kilómetros de litoral intacto. Un milagro. Llevarse el mapa en la oficina de información y recorrer después el centro de interpretación (gratuito) donde, además de fondos arqueológicos, se explica la vida en una finca agrícola.
El acceso a la costa se hace fatigoso bajo la canícula, salvo para los que recorren la ruta azul, algo arbolada, en busca de la curruca o el piquituerto. Mejor dejar el coche en Son Bauló y costear 20 minutos hasta la necrópolis talayótica (entre los siglos VII antes de Cristo y I después de Cristo). La disposición de las 110 tumbas pertenecientes a personas de rango social alto alterna plantas cuadradas, circulares y de herradura naviforme. Delante del islote des Porros comienza el sector naturista, en el que vienen bien las sandalias de agua.
7 Sistema dunar
A las afueras de Can Picafort, en Es Comú (Muro), el bañista se abandona en una lánguida sensación de bienestar abrumado por el sistema dunar de arena dorada protegido por pasarelas, sorprendido por los enebros marítimos delante de la pinada de esta área natural de especial interés. Sin casi desnivel, la playa de Es Comú representa un paraíso para familias por la atmósfera cromática de sus aguas azulonas y translúcidas, sin por ello estar lejos de la zona hotelera.
Rige la prohibición de dejar el coche en la carretera: embocar la calle de Arenes y aparcar cerca del hotel Albufera Playa, de donde parte el sendero azul a través de los pinos. Bien por este, bien por el filo de las olas, a un kilómetro se alcanza el área naturista. Los amantes de la buena comida tienen a un par de kilómetros el restaurante Fusión19.
8 Eje paellero
Con Ses Casetes des Capellans se alude a la parcela legada a la iglesia por una vecina de Muro. Hoy es la meca de la paella a la mallorquina —maridada con vino blanco autóctono—, con nombres como Can Gavella, Ponderosa Beach y Es-Pedrissos. Si no queda espacio para aparcar, buscarlo junto a la biblioteca de Can Picafort.
Can Gavella busca entrar en la tipología de club de playa con sus paellas mixtas. Las aderezan con canela, clavo, pimienta y nuez moscada, y, salvo petición expresa al camarero, los comensales se sirven ellos mismos. De postre, cardenal de Lloseta bien frío.
9 Fochas y cigüeñuelas
Cita a las 9.00 en el parque natural de la Albufera de Mallorca (el autobús 352 pasa cada 15 minutos) para ser los primeros en desperezar a las aves acuáticas. Nos encontramos en uno de los humedales insulares más importantes del Mediterráneo. Tras los centros de información e interpretación, proponemos un recorrido por los observatorios de Sa Roca y des Ras, seguidos de Gran Canal y Ses Pardes, que son los puntos de observación que más agua acumulan. Salvado el puente del Gran Canal, por la laguna de aclimatación lucen su colorido fochas cornudas, puede que calamones. Cómo se agradece el bosque de ribera que conduce a los miradores de Es Cebollar, espacio de garzas y cigüeñuelas.
10 Ecos de Eurovisión
Lo menos que se puede decir del Royal Beach Gastrosenses es que resulta acogedor, en buena medida por el diseño modular con el que van modificando las terrazas. Pasma el trampantojo de los bañistas sentados en sofás Chester… que al contacto se revelan de plástico. Lo de gastrosenses se confirma frente al arroz cremoso de remolacha con calamares o apuntándose al menú degustación (38 euros, bebida aparte). En cuanto a cócteles, probar el 1850’ con whisky Macallan servido en petaca, y los vermuts. También destacan las actuaciones. Aún se recuerda el paso del eurovisivo Salvador Sobral.
11 Arquitectura del sol
El edificio Canopus, incluido en el complejo turístico Ciudad Blanca, fue proyectado en 1963 por Francisco Javier Sáenz de Oiza. El presidente de la Fundación Docomomo Ibérico, Celestino García, nos glosa esta ciudad jardín escalonada de la avenida Palmeres: “Es la respuesta racional a la bahía. Se organizaron los apartamentos en hilera, adosados unos a otros, de manera que desde los espacios principales se disfrutara al máximo del paisaje. Usó hormigón blanco, tan vinculado a la modernidad”.
12 Mallorca en el plato
El restaurante Jardín, en Port d’Alcúdia, lleva por rúbrica la estrella Michelin ganada por Macarena de Castro. Su autoexigencia tiene su correlato en el uso de productos que han ascendido al más alto grado de las esencias mallorquinas. Para ello, la alcudiense despliega rastreadores por toda Mallorca buscando bellotas comestibles o el mejor bocado de cada pescado, que para la chef son el morro y la cococha. Desde su huerta en Sa Pobla, Maca tiene hilo directo con el fondo del mar —a través de las lonjas— y con su devoción por lo verde (¿influjo de su paso por los fogones del Mugaritz?), y compone una alta cocina que se renueva permanentemente.
En el bistró se recuperan propuestas del menú degustación, como la paletilla de conejo con alioli (132 euros, 65 euros en concepto de maridaje). En temporada alta abre de miércoles por la noche a domingos.
13 Un día en Alcanada
La zona residencial de Alcanada, con sus chalés y campo de golf, siempre fue símbolo de estatus. También gracias a su playa de piedrecillas sombreada de pinos. Sin masificaciones, pero con la impresión de quietud que otorga el islote farero. Muchos caminan hasta dar con rincones discretos, si de lo que se trata es de desvestirse. La puesta en escena del restaurante La Terraza tiene mucho de celebración junto al mar.
14 ‘House’ hasta las tres
El Café Milano (+34 636 79 72 69), situado en el puerto deportivo de Port d’Alcúdia, es reseñable para la primera copa. En sus terrazas se pincha house y deep house (con dj’s de jueves a sábados), siendo su especialidad el caipiroska de fresa. Abre a las 19.00.
15 Cita con el arte
El Museo Sa Bassa Blanca es el sueño hecho realidad de una pareja artística —Yannick Vu y Ben Jakober— enamorada de esta colina del cabo del Pinar. Para diseñar la fortaleza arabizante, solicitaron los servicios de un amigo, el egipcio Hassan Fathy, de suerte que el edificio se adaptara a las obras que conserva la pareja, también coleccionistas.
La mansión está cargada de referentes, que van de las instalaciones en parte cinéticas de Rebecca Horn a las ilustraciones del prematuramente desaparecido artista romano Domenico Gnoli, primer esposo de Yannick Vu; obra de Picasso y Chillida; arte de Esauira (Marruecos). Y el artesonado de Tarazona (1498), epítome de suntuosidad. Además de la rosaleda, el zoo pétreo y la cámara oscura, el exterior esconde dos espacios subterráneos. Sokrates exhibe una miscelánea de arte contemporáneo, desde la obra de los dueños de la casa —el chupete gigante— hasta el autorretrato de Miquel Barceló y la proyección de James Turrel escondida tras el fosilizado rinoceronte lanudo.
Pero es la pinacoteca de retratos infantiles de la realeza, la colección Nins, la que garantiza una experiencia inédita. El tiempo pasa a toda velocidad desentrañando la simbología que rodea estos 173 lienzos de entre los siglos XVI y XIX, desglosados por países. Calcular unas tres horas de visita.
16 La playa montañosa
A Coll Baix, playa del cabo del Pinar, se baja con una sensación muy parecida a la de lo sagrado. Desde los pinares mejor conservados de Mallorca se asciende fácilmente al refugio, de donde se desciende en 20 minutos. Tiene más de cala fragorosa e imaginada que de playa tangible. Su escarpadura, la transparencia de sus aguas con los barcos fondeados afirman su prestigio icónico. Si no se baja con sombrilla, mejor evitar las horas más achicharrantes.
17 Pollentia y las murallas
Evitar las horas de máxima insolación durante el recorrido por la ciudad de Pollentia, que conserva su fisonomía romana en La Portella, en el foro, y que impresiona en el teatro excavado en la roca. Ya en el museo, reparar en la broncínea cabeza de niña, de exquisita factura.
La magnífica muralla de Alcúdia acumula en su pasado huellas lo mismo del siglo XIV —impulso de Jaime II de Aragón— que del XVI, reconstrucciones decimonónicas aparte. A las puertas de Xara y Mallorca se suma la de Vila Roja, donde hay un interesante tramo de paseo de ronda por las almenas. El lienzo de murallas que mira a Pollença se ilumina espectacularmente al atardecer. Preguntar por las visitas teatralizadas.
18 Intramuros
Para ver el Santo Cristo (siglo XV), lo mejor es acudir a la iglesia de San Jaime de 10.00 a 13.00 (excepto domingos), aprovechando para contemplar, en el museo parroquial, el Retablo de la Virgen con San Sebastián y San Bernardino, del siglo XV.
Los casals eran segundas residencias de los señores de Palma. Junto al Ayuntamiento, una de estas casas solariegas, en el número 18 del bullicioso Carrer Major, atrae por sus ventanas renacentistas. Veremos más en Can Fondo, sede del Archivo. Los pambolis de Sa Portassa se sirven en el callejón de Sant Vicenç. Acabaremos tomando una cerveza en el Satyricón, por lo espectacular de su puesta en escena: ni más ni menos que un teatro.
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