Amor maduro: cuando el primer amor no siempre llega en orden correcto
A veces, el primer amor no siempre llega en el orden correcto. Hay relaciones que acontecen en la edad madura, permitiéndonos descubrir a personas mágicas e inesperadas en cuyos abrazos nos gusta refugiarnos, porque huelen a hogar y sus besos saben a azúcar y fuego a la vez. Porque el amor maduro no entiende de edad, es digno y vital y energizante.
Un hecho común en muchos de estos casos en que se consolidan relaciones tan significativas en la edad madura, es que alguno de los miembros tenía la clara seguridad de que en su caso, las puertas del amor se habían cerrado para siempre. En ocasiones, almacenamos fracasos sentimentales tan desoladores que tenemos la sensación de que nuestro corazón, convertido ya en piedra, ha caído en lo más hondo de un pozo.
Los amores maduros se encuentran en la media tarde de la vida. Son personas libres, tranquilas de corazón y ricas de pensamiento, porque en sus rostros bailan las sonrisas y las ganas por seguir queriendo. Porque a veces, el primer gran amor no siempre llega en el orden correcto.
Hemos de señalar también algo importante. No todas las personas, solo por llegar a a los 50 o los 60 años, son capaces de construir un amor maduro, consciente y feliz. Hay muchos corazones amargos que no han purgado penas, que no han sido capaces de hacer ese viaje interior donde poder perdonar, donde hacer de las vivencias pasadas senderos renovados que transitar con ilusión.
Porque la madurez personal no la trae los años ni tampoco los daños. Sino la actitud y esa sabiduría de las emociones donde no todos han adquirido su doctorado, su maestría. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
El amor maduro, construyendo presentes perfectos
Cuando uno llega a a esa edad en que las décadas han trazado en nosotros más historias de las que podríamos contar, nos vemos en ocasiones como esas frutas maduras ligeramente magulladas por los bordes. Ahora bien, no hay que olvidar nunca que las frutas maduras tiene un sabor mucho más dulce y placentero, que esas otras demasiados verdes, demasiado prietas y ligeramente amargas.
Nuestras vivencias no son un lastre. Al contrario, nadie debería ser el resultado de sus decepciones, de sus fracasos o aún menos de las heridas que otros les infringieron. Somos nuestra actitud ante todo lo experimentado, nunca un mero resultado. Por ello, el amor maduro añade al sentimiento una dosis de sabiduría para poder construir aquello que de verdad importa: presentes felices, presentes dignos y apasionados donde descubrirse el uno al otro.
Ninguno de los dos miembros renuncia a sus pasados, simplemente se aceptan, como se aceptan las pieles desnudas habitadas por algunas cicatrices, alguna arruga dejada por el tiempo en esos rostros y en esos cuerpos perfectamente imperfectos donde por supuesto, tampoco importan las décadas ni las decepciones. Solo el placer del aquí y ahora.
Sabios artesanos del amor
Francesco Alberoni es un conocido sociólogo especialista en relaciones afectivas que nos ha dado libros tan interesantes como “Enamoramiento y amor”. Según él, el ser humano humano aún no ha comprendido cuáles son los mecanismos del amor auténtico y duradero. Muchos nos dejamos llevar por ese naufragio químico que es el enamoramiento, la pasión, la necesidad del uno por el otro, pero pocos llegan a entender que por encima de todo, amar es saber construir.
El amor no tiene edad, porque el corazón no tiene arrugas, porque el amor si es intenso y puro, siempre es joven.
Los amores en la edad madura ya conocen sobradamente lo que es estar enamorado, por ello, lo que ansían en esta etapa de la vida es algo mucho más profundo a la vez que delicado. Desean intimidad, la complicidad de dos miradas que se entienden sin palabras, disfrutar de espacios comunes pero respetando a la vez la individualidad de cada uno. Ansían un vínculo fuerte y noble en el que trabajar e invertir cada día por ese pacto implícito pero presente: el amor.
Decía Erich Fromm que amar es un arte. No es solo una relación placentera, esa que nos aporta sin lugar a dudas el propio enamoramiento, ahí donde casi no se necesita hacer nada, solo sentir, solo dejarse llevar, respirar, soñar y dejarnos caer en los recovecos profundos del deseo.
Amar es un arte porque requiere esfuerzo, es como dar forma a una escultura o a un lienzo donde cada pincelada es esencial para conferir perspectiva, cuerpo y belleza a esa obra. El amor maduro, ese que acontece cuando ya hemos dejado la juventud, es muy capaz de trazar cada movimiento con sutil perfección porque es un buen artesano de las emociones. Porque ya no necesita demostrar nada y sabe muy bien lo que quiere.
Porque las personas auténticas construyen amores auténticos, plenos y satisfactorios. No importa pues que el primer amor no haya llegado en el orden correcto. La vida, al fin y al cabo, siempre tiene un toque maravillosamente caótico, donde no tenemos más remedio que dejarnos llevar mientras avanzamos con ilusión y con el corazón siempre encendido, siempre joven.
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