Tomar Yagé: una experiencia celestial
Por: Ricardo Solarte
Por invitación de mi sobrino Fabian llegué hasta la casa del Taita Serafín, un anciano indígena de la comunidad Inga del Putumayo. Fue el viernes 10 de enero de 2014. La cita era a las 7 de la noche, cuando el Taita nos esperaba para darnos a beber Yagé. Una experiencia que sin duda recomiendo hacer antes de morir. Aunque hacerlo, sea parte de eso: morir por un instante.
Llegamos hasta la Vereda El Pepino, a una media hora de Mocoa, en el departamento del Putumayo. Nos dirigimos en nuestras motos que dejamos encargadas en una casa vecina para después descender montaña abajo hasta una pequeña casa de tabla cerca del río donde vive el Taita. La luna nos acompañó en este trayecto, lo que nos ayudó a ver un poco por donde pisaban nuestros pies, aunque eso no impidió unas “buenas aterrizadas” sobre el suelo embarrado.
Llegamos a esa pequeña casa al lado del río y el saludo fue muy cálido. La ancianidad y sabiduría del Taita Serafín hacen que tenga empatía con una gran facilidad. Toda la comunidad lo respeta y quiere oír sus relatos, y nosotros no éramos la excepción. Estábamos fascinados. La primera pregunta que le hice fue sobre el Yagé: ¿qué es? Y ¿de dónde sale? Me dijo que él mismo lo cultivaba en su casa y que es un bejuco ancestral que sirve de remedio para el cuerpo y el alma.
Se prepara con una bamba de palos. Es decir, una batea en la que se machaca el bejuco con un mazo de madera hasta que se extrae el zumo. Existen varias clases de Yagé: el Taita Serafín nos habló de tres en especial: el Yagé Tigre es uno de los remedios más fuertes. Quien lo toma se somete a vivir una reacción en la que el protagonista es un tigre que le ruge de frente, y de quien no debe dejarse amedrentar.
También nos habló del Indi Yagé. Este suena más amable y se distingue porque la persona que lo toma va a un encuentro con el sol. Indi en la lengua inga significa sol. Y finalmente está el Tama Yagé, esta fue la bebida que nosotros bebimos. El taita nos advirtió que se distingue por generar “tembladera”. Esa palabra suena tenebrosa pero la experiencia para mí fue increíblemente maravillosa y se quedará en mi memoria para siempre.
El alistamiento
Cuando uno va a beber el remedio debe preparar su cuerpo. Debe tenerlo limpio de comidas irritantes o en exceso, y de sustancias como alcohol y drogas alucinógenas. En el caso de las mujeres, no es permitido el ingreso a la casa del taita con el período menstrual.
Una vez en el lugar, el ritual comienza por encender velas a los santos, hay bastantes. La advertencia que hace el Taita es que el Yagé es un regalo de Dios y de la madre naturaleza. Sin embargo, su consumo es peligroso y solo se puede hacer con la fe en Dios y con la presencia de un guía espiritual que conoce como nadie las propiedades de esta planta. De otra manera los resultados pueden ser catastróficos.
Un paso previo y obligado es la limpieza del lugar con la quema del sahumerio. Esto ayuda a espantar los malos espíritus. El Taita recorrió con paciencia todos los rincones de la casa y sus alrededores. Entonces se sentó frente a su altar sagrado para ponerse su vestimenta: una cuzma o bata blanca acompañada de collares multicolores que se confunden con una gran cruz del cristiano. En su cabeza la corona de plumas que le dan el reconocimiento como el Padre de la comunidad.
Tatita significa papá, una persona que ha vivido bastante y tiene el conocimiento necesario para entregar consejos a los demás. O más bien, como él mismo se define: un profeta de Dios que vino a este mundo con la misión de entregar su mensaje por medio del Yagé. Son 40 minutos de oración católica. El Taita comienza por contarnos que en algún momento se sintió confundido por las diferentes sectas religiosas que se han acercado a él para hacerlo parte de los suyos. Así que por medio del Yagé habló con Dios para aclarar su mente y el mensaje fue: “solo existe una religión, la que nos enseñó cristo”, dice.
La toma
Luego de la oración, el Taita se retira a su altar donde empieza a preparar la bebida. Uno por uno se acerca, le dice su nombre y él hace un conjuro a la bebida, con el nombre de quien la va a tomar, acompañado de oraciones y cánticos en lengua inga, mientras la azota con hojas de huairasacha. También entona canciones de alabanza con una armónica que suena como un canto celestial, acá les traje una muestra:
Y llegó el momento: el Taita me llamó por mi nombre y me pasó una taza con una bebida de color café oscuro. El Yagé sabe a tierra, a monte, árboles y naturaleza: ¡a vida! En ese momento y en mi condición de nativo del Putumayo, sentí como si estuviese bebiendo el elixir de la vida: el secreto mejor guardado de nuestros ancestros. Me sentí afortunado de estar en ese lugar recibiendo de la mano de un anciano indígena, toda su sabiduría en una sola pócima.
Regresé a la sala donde estaba lista para nosotros una colchoneta. “Después de la reacción pueden descansar aquí”, dijo el Taita. Alistó su hamaca, y apagó la luz. Normalmente el Yagé produce vómito y diarrea a quien lo consume, así que aprontamos unos baldes y conocimos el baño que visitaríamos durante toda la noche.
Empecé a sentir un cansancio en todo el cuerpo mientras que en mi estómago caminaba una bola de fuego que me quemaba. Entonces recordé las palabras del taita: “tiene que aguantar el Yagé, no lo vomite. Él se va acomodando…”. Dice el Taita Serafín que la mejor manera de vivir una buena experiencia con el remedio o lograr una “pinta”, como le llaman, es no vomitarlo. En cambio sí es saludable expulsarlo mediante deposición.
Pero una cosa es decirlo y otra lograrlo. Mi sobrino Fabian fue el primero en vomitar. Apenas 20 minutos después de ingerir el remedio, y luego le siguió mi sobrino Cristian. Yo me sentía victorioso porque estaba aguantando al Yagé en mi estómago. Claro está, apenas 20 minutos después de beberlo tuve que salir corriendo al baño porque mí reacción por “el otro lado” no se hizo esperar mucho.
Luego de mi primera visita al baño me venció el cansancio y me acomodé en la colchoneta como pude. Por algún momento dudé de aquella reacción de la que hablaba el taita. No sentía nada extraño, más allá de un cansancio generalizado y el calor en el estómago. Con ese escepticismo me quedé dormido. Y aquí viene lo bueno.
Mi encuentro con Dios
De un momento a otro el Yagé se había apoderado de mi alma y espíritu. Ya no era yo, era el remedio, la madre naturaleza y su majestuosidad la que actuaba, pensaba, y sentía por mí. Sentí que salí de la materia física para entrar en otra dimensión. En varios momentos el miedo quiso apoderarse de mí. Pues ya no era materia física. De hecho podía traspasar mi propia carne con mis manos. Era mi alma fuera de mi cuerpo, viéndome a mí mismo tirado en esa vieja colchoneta.
Antes de beber el remedio el Taita nos había advertido que uno mismo podía pedirle al Yagé lo que quería lograr con su ingesta. Sin dudarlo, le pedí que me permitiera encontrarme con Dios y sucedió. El trance viene mezclado de alegría, miedo, ansiedad, malestar, y todos los sentimientos y sensaciones juntas. Aunque para algunos puede convertirse en una pesadilla. Dice el Taita que no depende de la bebida, sino de la espiritualidad de la persona.
Nunca le vi el rostro a Dios. Pero en todo momento sentí su presencia, era una paz infinita en mi corazón que no se haya en la tierra. Esa tranquilidad venía acompañada de una brisa fresca con olor a menta que golpeaba mi cara. Para mí, esa era la presencia de un ser supremo. Sin duda. Aunque por momentos quería alejarse, y atacaban los demonios. Eso me llenaba de temor. Pero me aferraba a mi fe para volver a estar conectado con Dios.
Mi viaje fue como transitar por un camino muy angosto por el cual era muy fácil desviarse. Ahora lo asemejo como la vida misma: donde tenemos la oportunidad de escoger el camino del bien o del mal para nuestras vidas. Tan bonita fue esta experiencia que mi boca salían cánticos de alabanza sin mayor esfuerzo. Sentía que mi boca se movía sola, pero no era yo quien generaba esos cantos tan hermosos, ni siquiera me los sé pues no soy el más orador.
Fabian, quien estuvo todo el tiempo a mi lado, me escuchó y fue testigo de lo que les cuento. Para su mala suerte, mi sobrino no alcanzó el grado de éxtasis o fascinación mía, pues vomitó el remedio demasiado pronto y así la cosa no funciona. Al otro día, muy a las 4:30 am, el Taita nos despertó para la oración. Es hora de levantarse, a Dios no le gusta que seamos perezosos. “Es hora de ir trabajar para ganar el pan con el sudor de la frente con un trabajo legal”, dijo. Con ese saludo, con tono de regaño nos pusimos de pie sin tiempo para hacer pereza.
En mi experiencia particular sólo me resta decir que esta debe ser una de esas cosas que se incluyen en las listas para hacer antes de morir. Beber Yagé es sentir que la madre naturaleza nos limpia el alma y el cuerpo. Al otro día y por mucho tiempo, dice el Taita que por un año, uno se siente más liviano, con más energía y menos ansioso. El remedio perfecto para comenzar un año. Gracias a mi sobrino Fabián por llevarme a ese lugar, gracias Taita Serafín, gracias Yagé y gracias Madre Naturaleza.
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Ricardo Solarte OjedaPeriodista especializado en Economía y Negocios
Seguir a Ricardo Solarte en Twitter: www.twitter.com/ricardosolarte
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