Moscas
Conozco superficialmente la teoría de la evolución. Según la misma, las especies evolucionan lentamente, transmitiéndose el conocimiento de generación en generación. Los animales, a través de millones de años, han aprendido a sobrevivir, a distinguir los alimentos que les nutren de los que les hacen daño, a desarrollar estrategias de comportamiento y relación con el mundo.
Por eso me desconciertan las moscas. Su media de vida es de unos 15 días. ¿Cuántas generaciones de moscas suscita una existencia tan efímera? Para una mosca sus abuelos murieron hace un mes y sus tataratataratataratatara abuelos apenas el semestre anterior. Las moscas de hoy son los remotos ancestros de las que nazcan el año que viene. Formando una cadena tan innumerable de generaciones a lo largo de miles de años, ¿cómo es posible que no dejen de joder?
¿Por qué no se transmiten el entendimiento de que son molestas? ¿Por qué insisten, generación tras generación, en hacerte cosquillas en los labios, en metérsete en la nariz, en buscar denodadamente la mano que ha de acabar con ellas? Entiendo que su memoria sea minúscula y que, a pesar de la sofisticación de sus ojos compuestos, no vean más allá del presente impertérrito. ¿Acaso no pueden comunicarse entre ellas? ¿No podrían al menos, aunque fuera de manera imperceptible, irse explicando que no hay ser vivo que las pueda soportar?
Quede clara una cosa: no tengo nada en contra de las moscas. No les deseo ningún mal. Seguro cumplen una función en la infinita y compleja madeja de relaciones de este ecosistema. Pero ya seas vaca o caballo o turista, siempre vas a tratar de sacudírtelas de encima. ¿Es que no aprenden o no quieren aprender? Podrían, digo yo, aletear para darse la alarma, aunque les costara una década de micro comunicaciones. ¿Cuántas no han caído bajo la palma de los impacientes humanos?
Quizá les esté vetado ese entendimiento, a modo de regulación natural de su especie. Si fueran tan listas podrían hacerse con el mundo. Pero teniendo en cuenta su ya de por sí frugal vitalidad, ¿no es del todo extraño que se empeñen en arriesgar sus pocos días tentando al hu(mano)? Las hormigas, por ejemplo, no manifiestan la menor intención de subirse al ojo de un hombre, a menos que se mantenga inmóvil durante suficiente tiempo como para confundirlas.
Incluso en el transcurso de su propia vida son puñeteras y se niegan a aprender. No importa cuántas veces les hagas ver que no estás cómodo con su comportamiento y que no tienes nada para ellas porque aún no te has muerto. No atienden a razones ni a modales. Les vale madre que emplees la diplomacia o la violencia. Insisten en volver. Las espantas como diciéndoles: “soy una mano depredadora que busca tu destrucción”, y ellas ni caso. O son muy locas, o muy tontas o muy chulas. Una de tres, si no las tres.
Quizá esa sea una de sus funciones subalternas: demostrarte que ellas, tan insignificantes, pueden acabar con tu paciencia, que no eres lo bastante grande ni importante como para sustraerte a su impertinencia. Quizá combatan la importancia personal y el ego de los humanos como si nos dijeran: “Bzzz bzzz, oh tú, que te crees el Rey, mira como te jodo, mira como te jodo”. Quizá a esta misión reguladora del ego entreguen valientemente su vida.
O acaso haya otra razón más existencial. Acaso crean en la reencarnación y durante milenios han estado estrellándose contra las manos a propósito,para vivir deprisa y morir jóvenes, convencidas de que les espera un nuevo estadio de evolución. Quizá todos vengamos de las moscas que, como legiones de minúsculas almas, esperan la oportunidad de encarnarse en tal insecto, para transitar rápidamente estadio tan primitivo y correr hacia su próxima etapa evolutiva.
Acaso después de moscas se conviertan en abejas, luego en escarabajos, luego en mariquitas, luego en mariposas y, más adelante, mucho más adelante, en serpientes, lagartos y cocodrilos y, más adelante, mucho más adelante, en perros, vacas, cerdos y, por fin, en humanos.
Quizá nosotros como humanos seamos iguales a las moscas. Quizá, a otra escala de tiempo, estemos corriendo inconscientes hacia nuestra destrucción. Una y otra vez, una y otra vez, como si no aprendiéramos, como si no quisiéramos aprender. Como si no fuéramos capaces de transmitir el entendimiento, de generación en generación, de que si nos empeñamos en molestar a la Tierra, ésta se nos va a sacudir.
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