Los internados del miedo
Hogares Mundet. Los castigos y la violencia formaban parte de la vida cotidiana. ED. ARA LLIBRES
La exhaustiva investigación de los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis es el 'Spotlight' españolAlgunas de las víctimas de abusos y torturas en aquellos lugares durante el Franquismo relatan a EL MUNDO cuánto sufrieron antes de los 10 años
REBECA YANKEMadrid@RebecaYanke
06/06/2016 03:28Varicela, sarampión, rubéola, paperas, neumonía y pulmonía son sólo algunas de las enfermedades que María Dolores Zamorano, Lola, hoy una mujer de 60 años, sufrió cuando tenía nueve en el que se conoce como el Preventorio de Guadarrama, ahora una residencia de ancianos y lugar al que le mandaron sus padres en 1964 "para que comiera mejor" y se protegiera así de la tuberculosis, que causaba estragos en aquella época. Allí pasó tres meses y medio que han marcado y seguirán marcando su existencia. Para mal."A la semana de estar allí me puse enferma", explicaba a EL MUNDO la semana pasada, con la presencia vigilante y tierna de Miguel, su marido, ojos fieles de los que no se separa nunca. Está también presente Julia García, que llegó al mismo preventorio en 1963 junto a su hermana y allí pasó casi cinco años. Nunca jugaron juntas siendo pequeñas pero, más de medio siglo después, Julia y Lola son hermanas en el horror. Su historia, y la de muchos otros niños y niñas que habitaron hospicios, instituciones de órdenes religiosas y otros preventorios a lo largo del país -pobres, huérfanos e hijos de madres solteras en su mayoría-, la narran en un libro que fue antes documental los periodistas catalanes Montse Armengou y Ricard Belis: Los internados del miedo. Tras su primer documental y también libro Los niños perdidos del franquismo, estos reporteros descubren hoy el Spotlight español.
SERGIO ENRÍQUEZ
"El tercer día pasó lo que pasó, aquello fue brutal, si no me morí allí no me muero nunca, el asco que sentí, sentí tal asco...", rememora Lola.
"A raíz de la primera investigación, hay gente que comienza a llamarnos y a contarnos sus experiencias en estos lugares", cuenta Belis, "y comenzamos una segunda investigación, muy exhaustiva, y una búsqueda de documentación, sabiendo que no íbamos a encontrar un informe que hablara de maltratos, pero un testimonio es un documento histórico tan válido como un papel, podrá ser erróneo, pero no más que el documento", argumenta.Es precisamente el testimonio de Lola el que más impresiona a Ricard, y también a este periódico: la violación por parte del sacerdote que, al día siguiente, le dio la primera comunión. "No pude hacer la comunión en grupo porque estaba enferma, así que el cura me dio catequesis durante los tres días anteriores, el primer día me llevó a la sacristía, 'ale pasa, bonita, venga, que vamos a hablar de muchas cositas', tomó contacto él hacia mí, quería ganarme; el segundo día ya no me gustó, me empezó a bajar la mano por el pecho, yo sabía que eso no estaba bien...".Lola se quiebra, grita y llora en presencia de varias personas, se lamenta: "¡Tengo 60 años y aún creo que soy culpable, lo he superado pero no lo voy a olvidar! Toda una vida de psicólogos, hecha una mierda, ¡me hizo jurar que no contaría nada porque entonces no volvería a mi casa y a mis padres les pasarían cosas malas. El tercer día pasó lo que pasó, aquello fue brutal, si no me morí allí no me muero nunca, el asco que sentí, sentí tal asco...". A su gesto de repugnancia y dolor acude Julia, que lo conoce bien, para hacerle un cariño. Porque el mismo sacerdote que violó a Lola, que según consta en el libro de Belis y Armengou se llamaba Don Mauro dejó sorda a Julia de un golpe en el oído, también en los días previos a recibir la primera comunión. La niña Julia preguntó al cura qué era la Hostia y recibió como respuesta "una bofetada con tanta fuerza" que la tiró escaleras abajo, mientras escuchaba la explicación: "Lo que te he dado es una hostia y lo que tú recibirás es la sagrada forma".Pero las historias de Julia y Lola no sólo convergen en Don Mauro sino también en la certeza de que en el Preventorio de Guadarrama se experimentó con ellas, entre otras niñas. "Lo pensé desde el principio e incluso escuché al médico, si es que era médico, hablando con las enfermeras, señalándome y diciendo 'ésta', dijo: 'Una pastilla cada mañana, lunes blanca, martes amarilla, miércoles blanca, jueves amarilla...".
SERGIO ENRÍQUEZ
Nunca jugaron juntas siendo pequeñas pero, más de medio siglo después, Julia y Lola son hermanas en el horror.
Ambas se quejan de una salud frágil, y ambas, también, advierten de que una sola palabra por parte de Gobierno y administraciones podría sanarlas: "Perdón". "A mí ya me han violado, a mí ya me han vejado, me he comido mis vómitos varias veces, me han pasado ortigas por mis partes, ¿te cuento más aberraciones?, lo que quiero es que me reconozcan como víctima del franquismo, y entonces podría quedarme tranquila", querría Lola.También está segura esta mujer, madre de tres hijos a los que ha protegido como una leona, de que las cosas entonces no sucedían nunca por azar. "Estaba la sala rosa, que era la de las niñas afortunadas, la sala amarilla y la sala malva, la de los despojos humanos, con los que se experimentaba, yo era nieta de republicano, mi abuelo había sido alcalde, estuvo mucho tiempo en la cárcel a punto de ser fusilado; esos expedientes quedan ahí, cuando entré en Guadarrama ellos sabían quién era yo, quién era mi abuelo y quién era mi padre. ¿Que si había órdenes concretas? Claro. Por qué si no las niñas de la sala rosa comían carne de ternera, yo nunca tomé carne de ternera, ni pescado, ni leche..."."¡Ni agua!", exclama Julia al instante. Porque ésta también estaba restringida, a un vaso al día, y los grifos se cerraban por la noche. Tienen estas dos señoras grabado en la piel el sabor del aluminio de aquellos vasos. De hecho, no hay aluminio en las cocinas de su casa, porque también les da asco. Insiste también en la necesidad de que les pidan perdón José Sobrino, cuyo capítulo en el libro es La historia de un niño que fue vendido por 100.000 pesetas. Su madre trabajaba sirviendo en una "casa rica en Madrid", el señorito la dejó embarazada y, poco después, la echó, aduciendo que manchaba el prestigio de la familia. La madre se encontró en la calle, sola, soltera, sin recursos y con un bebé, al que tuvo que dejar en la Casa Cuna de la calle O'Donnell, en Madrid. Tanta angustia debió sentir la mujer que José llegó prematuramente.
Las fichas psicólogias de aquel entonces podían comportar el internamiento en un centro psiquiátrico, según la investigación.
Durante un tiempo, fue acogido por una familia de Ávila que lo trató con amor, pero no pudieron adoptarlo porque la Diputación Provincial lo reclamó y lo llevó al centro San Fernando, dirigido por salesianos, donde además de violencia y abusos sexuales vivían hambre. Cuando crecían, los niños eran trasladados a León. Y a José también le tocó. Una llamada del director, Fernando Bello según consta en el libro, cambió su destino una vez más. Le dijeron que su madre renunciaba a él y que iba a ser adoptado por un hombre de León, José se resistió, mencionó a sus padrea adoptivos abulenses; en vano. «Escuché cómo el hombre preguntaba al director cuánto debía pagar por mí: 'Cien mil pesetas, ¿quiere un recibo? Aquello fue una venta directa, ¡fui vendido como esclavo!», recoge la investigación. De allí consiguió escaparse con 16 años, tras pasar meses solo en cuidando ganado y tras múltiples intentos."Me hice un experto en fugas", cuenta por teléfono, y su voz suena valiente como el niño que debió ser. "Deberían pedirnos perdón", reclama, "pero no lo van a hacer, no creo que nadie vaya a hacer nada, aunque el perdón ni siquiera me quitaría el dolor, se podría resarcir un poco el daño causado, pero es muy difícil...", piensa.Los autores de la investigación, las personas que han servido de altavoz, Armengou y Belis, creen que todo este proceso "ha sido reconfortante para ellos", y que "el libro sirve para contarlo al país". "Es el inicio de la recuperación, se dirigen a sus compatriotas, nadie pide venganza ni cárcel para nadie", describe Belis, quien también cree que lo único que necesitan es que "se reconozca el sufrimiento y que Estado e Iglesia pidan perdón".Relata Belis una anécdota que da que pensar. En un festival de cine documental celebrado recientemente en Francia, donde Los internados del miedo fue premiado, "nadie entendía que no se hubiera pedido perdón". "Se presentaba también un documental suizo que relataba casos similares al nuestro, y comenzaba con el Gobierno suizo actual pidiendo disculpas...".En Cataluña, se ha puesto en marcha una recogida de firmas "para que el Obispado pida perdón". De hecho, en estos días el Obispado se reunirá con los autores de esta investigación para hablar del asunto, este asunto, que habla de "beneficiencia a cambio de adoctrinamiento", que habla de frío y hambre, de "torturas físicas y psíquicas" y de "una estricta moral católica que prácticamente condenaba a las madres solteras a entregar a su hijo".
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