LO BUENO DE LO MALO.
Quisiera compartir unos fragmentos de lo publicado por Josep M. Fericgla (con s permiso explícito) acerca de las cosas buenas que comporta esta crisis pandémica:
"A pesar de la terrible situación mundial, hay varias caras positivas del coronavirus que son las que quiero compartir.
Por un lado, se están dando muestras de solidaridad como nunca había visto. Por ejemplo en Catalunya, mi tierra, desde ayer que, por decreto, se impide el acceso y la salida de diversos pueblos y pequeñas ciudades —sí, los han cerrado literalmente para evitar la propagación del contagio—, resulta que numerosos estudiantes a los que han cerrado las universidades se han auto organizado para atender personas que viven solas, especialmente ancianas y niños.
Es muy saludable que el coronavirus nos esté obligando a pensar en términos colectivos, porque el «sálvese quien pueda» con la pandemia no funciona.
Para la población joven, esta infección resulta poco grave y, gracias a ella, probablemente hay numerosos jóvenes que están descubriendo el afecto y las necesidades de sus mayores (...). Ahora son los jóvenes quienes tienen la responsabilidad de cuidar la salud de los ancianos, en
una especie de escalera generacional, no enfermando ellos mismos. El mensaje vendría a ser del tipo: «Mis hijos deben protegerme a mí, y yo debo proteger a mi padre»,
entendiendo que tal protección consiste en lavarse las manos con frecuencia, mantener cierta distancia de los demás y evitar viajes que no sean realmente esenciales.
Esta lección de solidaridad intergeneracional es un cambio muy saludable que se debe al coronavirus.
Por otro lado, siento una atmósfera casi espiritual —de momento— en las calles, donde la humildad que deriva de la consciencia de que todos somos pobres humanos a merced de las Fuerzas Superiores de la Naturaleza, está ocupando el lugar de la fatua vanidad de quien cree tenerlo todo controlado en su calidad de «rey del universo».
En tercer lugar, cada día está cambiando el panorama de lo que pasa y de lo que puede llegar a suceder. Lo imprevisible está llamando a la puerta y es algo real, está aquí, no solo es una idea repetida a lo largo de la historia de la necesidad de vivir en el presente, en el ahora y aquí. Esta permanente imprevisibilidad está haciendo despertar a numerosas personas que vivían dormidas creyendo que todo está bajo
mando, que el Estado nos protege y que la vida es previsible y nunca acaba. El cierre de casi todas las empresas del continente europeo, de espectáculos, universidades,
tiendas y escuelas está impulsando la experiencia de usar el tiempo para estar y ser, no para hacer sin parar, obsesiva-mente, a lo que está tan acostumbrada la población
occidental.
Por otro lado más, se está desarrollando un sentido de responsabilidad personal como ninguna campaña había conseguido. Ayer reí escuchando por radio como explicaban que los hospitales catalanes, en contra de lo previsto, están con mucha menos gente que nunca antes, las salas de espera están casi vacías. Si uno no está realmente enfermo, no va al hospital por miedo a infectarse. Y no solo por miedo. Me está admirando la madurez de la mayoría de respuestas individuales que se observan.
La madre Naturaleza también debe sentirse agradecida al virus de la corona por lo que está implicando de reducir el consumo absurdo y los transportes innecesarios, menos CO, menos ruidos callejeros, menos humos y todo lo demás, a la vez que se toma consciencia de que el éxito en esta batalla global contra la pandemia depende de cada aportación individual. Sin la menor duda, ahora todos y todas nos sentimos más humanos, más habitantes de un único planeta, más protagonistas del proceso de mundialización, y esto tiene una cara muy positiva de cara a proteger nuestro planeta, el único que tenemos.
D. Trump, presidente de los EEUU, soltando una más de las estupideces que suele rebuznar, ayer afirmó que «el virus es extranjero» y que va a cerrar las fronteras de los EEUU a viajeros de la vieja Europa y de la vieja China. OK mister, pero el coronavirus no discrimina entre nacionalidades y fronteras, entre ricos ni pobres, ni entre blancos y negros, va para donde va y listo.
Finalmente, y por primera vez desde que tengo memoria, los políticos están escuchando a los científicos y son los expertos en epidemiología los que están dictando las indicaciones a seguir para atajar la pandemia.
Estas son algunas de las buenas noticias derivadas del coronavirus, pero habrá más, como también de malas, naturalmente.
14 de marzo, 2020, Can Benet Vives,
Campus cerrado para respetar las normas gubernamentales contra la difusión de la pandemia"
Quisiera compartir unos fragmentos de lo publicado por Josep M. Fericgla (con s permiso explícito) acerca de las cosas buenas que comporta esta crisis pandémica:
"A pesar de la terrible situación mundial, hay varias caras positivas del coronavirus que son las que quiero compartir.
Por un lado, se están dando muestras de solidaridad como nunca había visto. Por ejemplo en Catalunya, mi tierra, desde ayer que, por decreto, se impide el acceso y la salida de diversos pueblos y pequeñas ciudades —sí, los han cerrado literalmente para evitar la propagación del contagio—, resulta que numerosos estudiantes a los que han cerrado las universidades se han auto organizado para atender personas que viven solas, especialmente ancianas y niños.
Es muy saludable que el coronavirus nos esté obligando a pensar en términos colectivos, porque el «sálvese quien pueda» con la pandemia no funciona.
Para la población joven, esta infección resulta poco grave y, gracias a ella, probablemente hay numerosos jóvenes que están descubriendo el afecto y las necesidades de sus mayores (...). Ahora son los jóvenes quienes tienen la responsabilidad de cuidar la salud de los ancianos, en
una especie de escalera generacional, no enfermando ellos mismos. El mensaje vendría a ser del tipo: «Mis hijos deben protegerme a mí, y yo debo proteger a mi padre»,
entendiendo que tal protección consiste en lavarse las manos con frecuencia, mantener cierta distancia de los demás y evitar viajes que no sean realmente esenciales.
Esta lección de solidaridad intergeneracional es un cambio muy saludable que se debe al coronavirus.
Por otro lado, siento una atmósfera casi espiritual —de momento— en las calles, donde la humildad que deriva de la consciencia de que todos somos pobres humanos a merced de las Fuerzas Superiores de la Naturaleza, está ocupando el lugar de la fatua vanidad de quien cree tenerlo todo controlado en su calidad de «rey del universo».
En tercer lugar, cada día está cambiando el panorama de lo que pasa y de lo que puede llegar a suceder. Lo imprevisible está llamando a la puerta y es algo real, está aquí, no solo es una idea repetida a lo largo de la historia de la necesidad de vivir en el presente, en el ahora y aquí. Esta permanente imprevisibilidad está haciendo despertar a numerosas personas que vivían dormidas creyendo que todo está bajo
mando, que el Estado nos protege y que la vida es previsible y nunca acaba. El cierre de casi todas las empresas del continente europeo, de espectáculos, universidades,
tiendas y escuelas está impulsando la experiencia de usar el tiempo para estar y ser, no para hacer sin parar, obsesiva-mente, a lo que está tan acostumbrada la población
occidental.
Por otro lado más, se está desarrollando un sentido de responsabilidad personal como ninguna campaña había conseguido. Ayer reí escuchando por radio como explicaban que los hospitales catalanes, en contra de lo previsto, están con mucha menos gente que nunca antes, las salas de espera están casi vacías. Si uno no está realmente enfermo, no va al hospital por miedo a infectarse. Y no solo por miedo. Me está admirando la madurez de la mayoría de respuestas individuales que se observan.
La madre Naturaleza también debe sentirse agradecida al virus de la corona por lo que está implicando de reducir el consumo absurdo y los transportes innecesarios, menos CO, menos ruidos callejeros, menos humos y todo lo demás, a la vez que se toma consciencia de que el éxito en esta batalla global contra la pandemia depende de cada aportación individual. Sin la menor duda, ahora todos y todas nos sentimos más humanos, más habitantes de un único planeta, más protagonistas del proceso de mundialización, y esto tiene una cara muy positiva de cara a proteger nuestro planeta, el único que tenemos.
D. Trump, presidente de los EEUU, soltando una más de las estupideces que suele rebuznar, ayer afirmó que «el virus es extranjero» y que va a cerrar las fronteras de los EEUU a viajeros de la vieja Europa y de la vieja China. OK mister, pero el coronavirus no discrimina entre nacionalidades y fronteras, entre ricos ni pobres, ni entre blancos y negros, va para donde va y listo.
Finalmente, y por primera vez desde que tengo memoria, los políticos están escuchando a los científicos y son los expertos en epidemiología los que están dictando las indicaciones a seguir para atajar la pandemia.
Estas son algunas de las buenas noticias derivadas del coronavirus, pero habrá más, como también de malas, naturalmente.
14 de marzo, 2020, Can Benet Vives,
Campus cerrado para respetar las normas gubernamentales contra la difusión de la pandemia"
No hay comentarios:
Publicar un comentario