Por si le sirve a alguien:
Mi vida podría describirse como una concatenación de pequeñas crisis internas hasta un gran catapúm hacia los 35 años. Esa gran crisis me resquebrajó por dentro hasta un punto que entonces no había sido capaz de imaginar.
La destrucción interna fue épica, las heridas se volvieron carne, el dolor se adueñó de casi todas mis acciones y me vi sumido en una grave oscuridad. Allí dentro, en ese túnel confuso y siniestro, encontré, sin embargo, un brillante tesoro. Hice un sencillo pero poderoso compromiso conmigo mismo. Me dije: pase lo que pase, seas lo que seas, yo nunca te abandonaré. Porque te amo y amo lo que eres. Y creo en ti.
Mi vida podría describirse como una concatenación de pequeñas crisis internas hasta un gran catapúm hacia los 35 años. Esa gran crisis me resquebrajó por dentro hasta un punto que entonces no había sido capaz de imaginar.
La destrucción interna fue épica, las heridas se volvieron carne, el dolor se adueñó de casi todas mis acciones y me vi sumido en una grave oscuridad. Allí dentro, en ese túnel confuso y siniestro, encontré, sin embargo, un brillante tesoro. Hice un sencillo pero poderoso compromiso conmigo mismo. Me dije: pase lo que pase, seas lo que seas, yo nunca te abandonaré. Porque te amo y amo lo que eres. Y creo en ti.
Eso no me hizo superhombre, pero sí hombre. Es decir, ese pacto de integridad me habilitó como navegante de este complejo mar. Me hice cargo de lo que soy, de lo bueno y de lo malo y me di cuenta que tenía un claro propósito: hacer lo posible por mejorar como persona cada día.
El tiempo cerró heridas -algunas aun palpitan-, sanó el ánimo -regresó mi sentido del humor-, y me descubrió una frondosa capacidad creativa que hasta hoy no ha parado de manar.
La creatividad ha sido la herramienta que me ha permitido, además, relacionarme con las necesidades básicas -el trabajo- y las emocionales -el arte. Claro que queda tanto por hacer, pero ya están ambas encaminadas.
Pues bien, como si de una capa de cebolla se tratara, el siguiente gran reto que se me plantea es mi relación con la sociedad y con el país en el que vivo. Este terremoto, sin embargo, no me remueve solo a mi, sino a todos los que formamos parte de este país. De punta a punta de la península, de un modo u otro, todos los ciudadanos estamos viviendo con estrés y conmoción este arduo proceso que se ha manifestado cual sarampión. Lejos de aportar paz, ha sacudido cimientos y ha sacado a la luz un conflicto largamente cultivado. Confusión, cansancio, cabreo, estrés, sentimientos, emociones, ideas, acciones, acontecimientos, pensamientos de todo tipo confluyen a la vez y desde varios niveles en una gran sopa que amenaza con hervir.
Me recuerda a mi estado más crítico, pero a escala social. Recuerdo que en la crisis mi mente era un hervidero de negatividad, de lucha entre deseos y frustraciones, entre ideales y realidades, entre fuerzas opuestas que luchaban por apoderarse del relato final.
Yo no hago distinción de buenos y malos. Creo que hay razones parciales en todos lados -las veo con claridad- y malas decisiones / conclusiones en general. Estamos abrazando a un algo por partes, viendo troncos, cuerdas y serpientes sin darnos cuenta de que es un elefante -quizá un mamut. El conflicto emerge de nuestra incapacidad de integrar todo lo que vemos. ¡Tenemos razón! Pero a la vez carecemos de ella. Y parece que no estamos dispuestos a ceder nuestra razón, porque creemos que caeríamos en el vacío, como si aquella fuera una piedra que nos sostiene por encima del turbulento río.
Bajo mi punto de vista, el país entero es un ser enfermo que está atravesando una verdadera cura de su esquizofrenia ancestral. Quién sabe. Quizá se esté curando de violencia, guerras, soberbia, injusticia, manipulación, victimismo, arrogancia, muerte, ignorancia, y de tantas cosas más. Quiero creer que le ha dado la fiebre y que delira. Y sucede que un simple resfriado, mal tratado, puede acabar con una vida.
Por eso yo confío, y como célula individual -insignificante pero viva- haré todo lo posible por atravesar este océano de crisis manteniendo la vista en el jardín que nos espera si somos capaces de merecerlo. He aprendido que no sabes cómo es la tierra prometida hasta que no la pisas, que no entiendes el amor hasta que no lo experimentas, que no puedes ni imaginar la solución a un enigma hasta que no se desvela.
Unos creen que será así. Otros creen que será asá. Unos quieren operar sin anestesia, otros intervenir a corazón abierto, otros practicar lobotomías... y, en general, creo que no muchos de los que hablan creen de verdad en que el paciente tiene una oportunidad.
Yo, a pesar de las febradas y las ansiedades, de los sudores y los temblores, tengo la certeza de que hay un nuevo país esperándonos. Un país capaz de dejar atrás su vieja piel, de sacrificar lo que ya no le sirve, para evolucionar y madurar. Creo que esta crisis es, a escala, la gran oportunidad de mejorar.
Vamos a creer en ello, ¿si?
Maharishi Mahesh Yogui decía que bastaba una gota de agua fría para detener una olla a punto de entrar en ebullición. Quizá no nos hace falta que todo el mundo lo crea, solo una masa crítica. Pero juntémonos en la intención, allí donde estéis.
Vamos a creer en ello, ¿si?
Maharishi Mahesh Yogui decía que bastaba una gota de agua fría para detener una olla a punto de entrar en ebullición. Quizá no nos hace falta que todo el mundo lo crea, solo una masa crítica. Pero juntémonos en la intención, allí donde estéis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario