Son muchos los padres que en su afán de “amar” y “proteger” a los hijos, les cortan lentamente sus alas para que jamás vuelen, para que jamás se alejen del nido.
Uno podría pensar que las parejas o que las mujeres tienen hijos para hacer de ellos personas de bien, para en ellos depositar ideas de superación, felicidad, amor y éxito. Pero no siempre sucede así. Hay familias que consideran a sus hijos como propiedades, como el medio para poder subsistir en la vejez, como el medio para sentirse acompañados y protegidos, y es así que engendran hijos con un solo fin: “no te vayas”, “no me abandones”, “qué haré si ti”, “te extrañaré”.
Historias infinitas, razones para retener a los hijos lo suficiente, miedos infundidos increíbles pero sobre todo, un apego enfermizo capaz de disolver cualquier asomo de fortaleza. Porque lo biológicamente correcto es engendrar hijos y prepararlos para el mundo, empoderarlos para que esos hijos, en su momento, puedan engendrar más hijos y la especie subsista.
Es por eso que a esos hijos se les enseña a hablar, a caminar, a vestirse, a defenderse. Porque la única misión de un padre y/o una madre, es preparar a los hijos con las herramientas necesarias.
Pero cuando uno observa a hijos mayores de 40 años, aún viviendo con los padres, sin sueños en su vida, con el único propósito de levantarse todas las mañanas para ir a trabajar todos los días, incapaces de siquiera intentar conseguir una pareja o formar un hogar propio, se descubre la verdad. Los hijos, estos hijos, dicen adorar a sus padres o al padre que siga vivo. Expresan un amor incondicional por ellos e incluso expresan que sin ellos se sienten perdidos.
Hijos de más de 40 años que no tienen una idea siquiera de lo que es buscar una vida propia, incapaces de imaginarla siquiera y aún disfrutando de que la madre aún les lave la ropa, les cocine y hasta les arregle su habitación. Hijos de más de 40 años, haciendo el papel de “niños” ante su padre ya de 60 a 70 años. Obedeciendo y siendo castigado por sus travesuras. Que a estas alturas, pueden consistir en llegar tarde a casa, o haber ido a una fiesta.
El apego mutuo, el miedo mutuo a la soledad, miedo alimentado por ambas partes. Los padres no conciben la vida sin sus hijos y éstos han sido entrenados para no poder vivir sin los padres. Una vulnerabilidad latente a enfermar gravemente si uno se aleja del otro.
Madres y padres que confunden el amor con la posesión. Madres y padres que consideran a eso “ser una amorosa familia”. Madres y padres que en su afán de aminorarles las cargas o preocupaciones a los hijos, los van menguando hasta hacer de ellos unos verdaderos fantasmas. Sin vida, sin metas, sin ilusiones.
¿Ay hijo, para qué te vas? Mejor quédate aquí y así ya no tiras tu dinerito pagando una renta, es más, tú ya tienes tu habitación y no necesitas pagar agua, luz, gas o servicios, ésta es tu casa mi amor. Bien que mal yo te puedo seguir lavando tu ropa y así estamos todos juntos.
Y ese hijo, jamás será capaz de aprender cómo es el mundo allá afuera. Y hasta es posible, que nunca sepa siquiera cómo lavar una camisa.
Porque una cosa son los hijos que sí se atreven a salir al mundo y regresan a casa ante una dificultad eventual y otra cosa son los hijos que jamás lo intentan siquiera. Y la única responsabilidad, es de los padres. Y cuántas familias conocemos que viven todos juntos en esa casa que alguna vez sólo habitó el abuelo y la abuela, pero ahora están llenas de hijos, nueras, yernos, cuñadas, cuñados, hijos, primos y los perros de todos. Hijos que en su equivocado desarrollo emocional, creyeron que enamorarse, casarse y formar un hogar, llevaba como requisito quedarse a vivir todos en esa misma casa.
Y así viven los padres, todos hipertensos, diabéticos, con dolores articulares o de huesos. Todos con problemas en las rodillas. Rodeados de esos hijos que jamás aprendieron a volar de forma independiente porque aprendieron que “vivir todos juntos” es amor. Porque aprendieron que “irse” era abandonar a los santos padres y ser unos desagradecidos.
Porque por creencias o costumbres de antes, las mujeres debían quedarse en casa, esperar a casarse, depender el marido y cuidar de los hijos. Porque por creencias o costumbres de antes, los hombres debían ser capaces de mantener a una mujer, mantener a unos hijos y trabajar como burros de sol a sol. Porque por creencias o costumbres, era obligación de los hijos, mantener a sus padres cuando éstos fueran ancianos.
Y gracias a esas creencias y costumbres, los entonces jóvenes padres, se olvidaron de ahorrar para su vejez, las mujeres se volvieron temerosas de enviudar o ser abandonadas por su proveedor y los hogares se convirtieron en tóxicos. Tal vez los todos los hijos tenían el derecho de irse pero el menor de los hijos debía quedarse y sacrificar su vida en el nombre de los padres, vivir para ellos.
Hoy esas creencias afortunadamente, han venido a derrumbarse gracias al conocimiento, gracias al entendimiento de que ni el Universo ni la biología son compatibles con ellas. Gracias a que las ideas retrógradas de sumisión y obediencia están muriendo.
Tú, eres la única persona, que justo ahora que estás joven y consciente de lo que realmente es la vida, tienes la responsabilidad de planear tu futuro y ver por ti mismo o por ti misma. Es tú responsabilidad ahorrar para vivir tu adultez y vejez. Es tú responsabilidad, conseguir un lugar propio en dónde vivir, hacer aquello que te gusta y ser autosuficiente económicamente.
Para que si te casas o nunca te casas, tú puedas salir adelante y feliz solo o sola. Para que si tienes hijos o no los tienes, tú puedas salir adelante y feliz solo o sola. Para que veas y aprendas lo que es volar feliz y sin cargas y para que tú mismo no seas la carga de otros en un futuro. Para que cometas tus propios errores y aprendas de ellos. Para que sólo o sola superes tus propios obstáculos. Para que vivas tu propia vida.
Regálate unos minutitos y siéntate a revisar qué tanto estás hoy viendo por ti. Qué tan definido tienes tus planes a futuro y mejor aún, descubre ya, de una vez, si no estás “esperando que un esposo” o “esperando que tus hijos”, carguen contigo. Porque el día que ninguno de ellos esté a tu lado, se te acabará el mundo.
Ama a tus padres, ama a tus hijos, convive con ellos, pasea con ellos. Pero recuerda que tú debes ver por ti y tú eres perfectamente capaz de volar por ti mismo. Sin cortarles las alas a los demás, ni cortando tus alas por nadie.
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