Cuando se habla de violencia de género se asocia, sobre todo, con el maltrato físico del hombre hacia la mujer. Sin embargo, hay otro tipo de maltrato que está incluso más presente y puede llegar a pasar muy desapercibido: el psicológico. Son muchas las mujeres que lo sufren y no son conscientes de ello, o lo son y no se deciden a ponerle remedio. El sufrimiento que puede darse en algunas relaciones lo trata la psicóloga Silvia Congost, experta en autoestima, dependencia emocional y conflictos de pareja, en su nuevo libro «Si duele, no es amor» (Zenith, 2017).
El sufrimiento, cuenta esta experta, no debería estar presente en las relaciones de pareja. Sin embargo, no todo sufrimiento se considera maltrato, aunque todo maltrato sí conlleva sufrimiento. Además, esta angustia la causan, en numerosas ocasiones, pequeños detalles que, a simple vista, no se conciben como maltrato psicológico, aunque en realidad lo son. «El maltrato psicológico muchas veces pasa desapercibido porque está en cosas pequeñas del día a día que las vamos normalizando y ya ni siquiera nos damos cuenta, como faltas de respeto o comentarios que son ofensivos, a los que no les damos importancia y que muchas veces tienen muchísima», asegura.
Otro de los principales problemas que suele verse reflejado en las situaciones de violencia de género es el miedo de la mujer a abandonar al maltratador. Los motivos pueden ser varios, tal como confirma Congost, aunque la pena, sin duda, es uno de los más significativos. «El maltratador tiene esa doble cara de que cuando ve que la otra persona se plantea dejarle, empieza a llorar, a asegurar que cambiará... etc.». Sin embargo, hay otra variable que provoca que la víctima no sea capaz de dejar la relación: la baja autoestima. «El maltratador acostumbra a ser una persona que hace que baje mucho la autoestima de la víctima, le hace sentir a la otra persona que no es capaz de nada, que no va a poder ir a ningún sitio, que no sirve para nada. La persona acaba creyéndose esto y tiene tanto miedo a salir de ahí, de esa zona conocida, que prefiere quedarse».
Los hijos son, aunque no sean maltratados por el padre —cosa que pocas veces ocurre en una situación de violencia de género— otros grandes perjudicados de la situación. Esta psicóloga explica que, en general, los niños tienden a reproducir el comportamiento de uno de los dos progenitores, de manera que «si ha visto que el padre maltrataba a la madre, por ejemplo, o hará lo mismo con su pareja en un futuro, o será una persona que reproducirá el rol de la madre y buscará un maltratador, porque será una persona sumisa».
Precisamente a partir de este aspecto insiste Congost en la importancia que tiene la educación para acabar definitivamente con la violencia de género. A su juicio, se está educando mejor sobre la violencia física, pero no sobre el maltrato psicológico. Para que esto cambie, explica, hay que educar a las personas desde que son niños, para que tengan claros dónde están los límites que se deben poner en cada situación.
Tan sutil puede llegar a ser este maltrato psicológico que pueden darse casos en los que los que lo cometen no son conscientes de ello. De hecho, Congost considera que es lo que ocurre en la mayoría de los casos. «Muchos maltratadores psicológicos no se dan cuenta de que lo son. Para ellos todo lo que hacen es normal. Hasta que no despiertan son inconscientes, no se dan cuenta de lo que hacen. Y son pocos los que acaban siendo conscientes», expone.
Sin embargo, y aunque la mayoría de los casos que se dan son de maltrato del hombre hacia la mujer, Congost asegura que ella también recibe casos en los que es el hombre la víctima de maltrato. «Hay muchos casos, aunque nos sorprenda, de maltratos a hombres, y es increíble porque les cuesta mucho más pedir ayuda», explica.
Las secuelas que deja este tipo de maltrato son, en numerosas ocasiones, más duras que las del físico. Sin embargo, asegura esta experta, no es imposible recuperarse de ellas, pero para ello es esencial recuperar la autoestima que se ha perdido. «Lo más importante es recuperar la dignidad. Es el golpe más fuerte», concluye.
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