En un mismo día se deshizo de sus cuentas de Facebook, Twitter y Linkedin. Poco antes había hecho lo mismo con las aplicaciones de su móvil. “Llamé a mis amigos de Madrid para avisarles y fue agradable volver a oír su voz, con algunos hacía más de un año que no hablaba”. No es la historia de un romántico o de un neorrural que decidió huir del mundanal ruido, sino la decisión de Enric Puig Punyet, un treintañero urbanita,doctor en Filosofía por la Universitat Autònoma de Barcelona y por la École Normale Superior de Paris, profesor de la UOC, un nativo digital que estudia las repercusiones sociales del uso de internet.
Es el autor también de La gran adicción. ¿Cómo sobrevivir a internet y no aislarse del mundo? (editorial Arpa), un libro en el que intenta responder a esta pregunta buceando en historias personales de nativos digitales y urbanitas que tras más de quince años “conectados” decidieron desandar el camino. Son los “exconectados”. Fue durante este proceso de creación cuando él también decidió alejarse de internet, cortar pero con matices. Su objetivo es elaborar un contradiscurso, levantar una conciencia crítica sobre el uso que se esta haciendo del internet actual. Hace diez años, dice, era una herramienta de consulta con la que primero el usuario se hacía una pregunta y después buscaba allá la respuesta. Pero hoy “se ha vuelto omnipresente en todos los sentidos posibles, está activo siempre y en todas partes, al ocupar gran parte de nuestra vida dejamos de lado muchas obligaciones vitales. Ahora es internet quien formula las preguntas, robándole al individuo su capacidad para generar nuevos marcos de referencia”, indica.
Philippe se quedó en el paro cuando tenía 40 años. Trabajaba como comercial de productos informáticos y rápidamente consultó las ofertas de trabajo a través de internet. Eligió un portal referencial francés de búsqueda de empleo y envió su currículum a todas las empresas que consideraba que encajaban con su perfil. Su caso es uno de los que describe Puig en su libro, fruto de una búsqueda de personas que no están en Google, de tirar de los círculos de familiares, amigos y conocidos, de ir a buscarlos. Pasaron los días, y Philippe no obtenía ninguna respuesta. Consideró que sin perfil en Linkedin no iba a poder competir y se puso a elaborarlo, lo conectó con su Facebook y Twitter, pidió referencias a excompañeros de trabajo, envió solicitudes de amistad. Algunos le respondieron, muchos no. Envió los currículum, y más silencio.
“Entró en un estado de vigila, de expectación permanente ante el ordenador y el teléfono”, indica el autor. Pasaban las semanas, hasta que un día recibió un correo electrónico. Lo abrió nervioso. Era su mujer, que desde la habitación de al lado le enviaba un “te quiero”. Vio que era la única expresión real, humana, que había compartido con su mujer en las últimas semanas, y con el mundo entero.
Enric Puig lleva un teléfono “tonto”, mantiene internet en casa ya que es profesor de la UOC, pero limita su uso a este aspecto profesional. Su mujer también ha decidido vivir de otra manera. Acumula las consultas que necesita hacer, y un día a la semana se conecta.
No se trata de criticar internet per se, sino de animar a reflexionar en qué se ha convertido, señala Puig, de ser conscientes de que no nos va a salvar la vida y de que en muchas ocasiones tiene un carácter vampírico y parasitario. “No es una herramienta al servicio de la humanidad sino que pone la humanidad a su servicio, nutriéndose de sus anhelos, sus gustos, sus soledades. Es más rápido acceder a la información que procesarla, generarla que contrastarla, crea un clima en el que es imposible mantenerse callado aunque no se tenga nada que decir”. Y son las grandes corporaciones las que sacan tajada económica de este gran ruido, donde lo único importante es el tráfico de visitas que se genera.
Se refiere sobre todo al internet 2.0 y la explosión de las redes sociales al entender que bajo el discurso de la participación , quienes albergan los contenidos son los que se enriquecen.
Es evidente que nadie que necesite internet para trabajar se va a desconectar, pero los jóvenes retratados en el libro se han desconectado o han limitado su uso para ganar calidad de vida y salud mental. La calle es una fuente de información, se puede preguntar en una tienda sobre las frutas de temporada, se puede acudir a informarse a una agencia de viajes, se puede leer un diario. Hay que evitar, dice Puig, el imperialismo virtual construido sobre la competencia de sus “usuarios-vasallos”.
¿Es esta una nueva tendencia entre los jóvenes? Difícil que sea así en este mundo hiperconectado, pero algunos a su manera empiezan a reflexionar activamente al respecto. Albert Massó tiene 20 años, estudia Ingeniería Química y él, sus amigos de la facultad y de la escuela desconectan los móviles cuando quedan. “Queremos tener relaciones humanas, y no relaciones tecnologizadas”, explica. Salir de fiesta y ver a toda la gente haciendo fotos sin parar les hizo reflexionar y decidieron que era el momento de decir basta. “No somos precisamente cuatro gatos y, aunque no puedo decir que sea una tendencia generalizada, sí que observo una reflexión, un planteamiento crítico sobre la sobreutilización del móvil y las redes sociales, una forma de reivindicar que primero somos personas”, indica.
Enric Puig está trabajando para despertar el espíritu crítico, para que internet no acabe generando una sociedad alienada, y para que nada deje de existir off line. Se trata de utilizar la red sin que atenace la vida “humana” y sabiendo que detrás hay estrategias de posicionamiento perfectamente trazadas, algoritmos que quienes quieren hacerse ver están obligados a seguir.
Philippe bloqueó las conexiones a internet de su ordenador y de su móvil tras recibir el mensaje de su mujer. Poco después se puso manos a la obra, imprimió su currículum y se fue personalmente a las empresas a entregarlo y pedir una entrevista. Encontró trabajo. Quizás son casos extremos, dice Puig, pero es el camino para llegar a una reflexión más amplia..
Desmitificando la vida on line
El autor. “Hay una idea alarmista de que todo el futuro pasa por internet. El vínculo persona-red es innecesario, no tenemos que ser ’marcas personales’”.
Albert Massó (universitario). “Con los amigos hemos apostado por tener relaciones “humanas” sin la interferencia constante de las tecnologías. Siempre que quedamos, desconectamos el móvil. Y no somos pocos”.
Cristina (caso recogido en el libro). “ Sintió que había estado quemando el tiempo con Tinder. Si ya es complicado sentirse atraído por una persona, llegar a conocerla (...) añadirle un largo prólogo con fotografías y mensajes perfectamente estudiados resulta absurdo”.
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