La depresión y la ansiedad no son signos de debilidad
La depresión y la ansiedad no son sinónimos de debilidad. Tampoco son consecuencia de una elección personal, no podemos decidir si queremos o no queremos que nos acompañen.
No. Los problemas emocionales no funcionan así, no se trata de “quiero sentirme mal y me meto en un pozo de tristeza o de ansiedad a ver si me ahogo”. Estos no son signos de flaqueza ni de fragilidad o pobreza de espíritu. Tampoco lo son de rendición ni de dejadez.
De hecho, podríamos decir que son signos de lucha, de pelea ante las adversidades o ante situaciones personales incómodas y dolorosas, de pérdidas, de malas experiencias y de incertidumbre.
La depresión y la ansiedad no son elecciones personales
A todos nos puede pasar. Un buen día caes en la cuenta de que todo ha perdido el sentido que tenía, que ya no hay nada que te anime ni que te motive, te cuesta levantarte de la cama, te sientes profundamente triste o irritable.
A todos nos puede pasar. Un buen día caes en la cuenta de que todo ha perdido el sentido que tenía, que ya no hay nada que te anime ni que te motive, te cuesta levantarte de la cama, te sientes profundamente triste o irritable.
Al mismo tiempo nos puede ocurrir que todo nos agobie y nos agote, que nuestra respiración se acelere de repente y que nos sintamos incapaces de hacer frente a la vida de manera “sencilla y rápida”. De alguna forma nos sentimos vencidos por las circunstancias, sin fuerza y sin ganas. Este estado viene y va o está con nosotros de manera permanente.
Entonces comenzamos a pensar que quizás tendríamos que consultar con un especialista para que nos confirme que estamos “invadidos” por una profunda tristeza o una tremenda inquietud que nos hace sentirnos incapaces de lidiar con nuestro día a día.
Y es que cuando nos enfrentamos a una fuerte pérdida personal puede que nos encontremos con que muchas situaciones han hecho mella en nosotros y, de repente, algo ha colmado el vaso. Esto nos descoloca, pues no acertamos a saber qué pasa ni por qué está sucediendo.
Como consecuencia de esto nos sumimos en un estado de ánimo ansioso, depresivo o mixto a partir del cual tendemos a evitar o a no sentirnos bien saliendo de casa, realizando tareas o actividades que antes nos resultaban satisfactorias, relacionándonos con las personas que nos rodean, etc.
Entonces todo es tremendo, pero podemos salir de ahí. En este punto necesitamos a un profesional que nos apoye con una explicación que dé coherencia emocional a esta situación y nos ayude a superarlo.
Es principal que demos uno de los pasos más importantes del proceso: pedir apoyo psicológico para equilibrar nuestro estado emocional y “curar” nuestros pensamientos.
Los comentarios que nos ahogan
Y en este último punto está el objeto de nuestro artículo de hoy: nuestra relación con nuestro entorno y las personas que nos rodean cambia. Esta no es una situación cómoda para nadie y, de hecho, puede que en este momento comiencen a surgir las críticas y a invadirnos comentarios y actitudes infectados de incomprensión.
Y en este último punto está el objeto de nuestro artículo de hoy: nuestra relación con nuestro entorno y las personas que nos rodean cambia. Esta no es una situación cómoda para nadie y, de hecho, puede que en este momento comiencen a surgir las críticas y a invadirnos comentarios y actitudes infectados de incomprensión.
“Estás así porque quieres”, “Anda, levántate y haz algo con tu vida”, “Eres un flojo o una floja”, “Tienes una edad para andar con infantilismos”, “No llores, no es para tanto”, “Eres un cobarde”, “Enfréntate a la vida de una vez y déjate de tonterías”…
Pues esto alimenta aún más la tristeza, la apatía y la ansiedad ante el día a día. Digamos que estos comentarios y actitudes se suman a los pensamientos negativos que contaminan nuestra mente y, como consecuencia, la mente y el mundo de la persona afectada se tiñen aún más de negro.
Evidentemente esto invita de una manera indirecta a vivir de la inercia y a aislar aún más nuestra vida, así como a fortalecer el círculo vicioso que nos empujado a caer en esta trampa. Es decir, que lejos de aportar claridad a nuestro estado y tener información precisa sobre él, nuestra atmósfera se enrarece y emborrona cada vez más.
En nuestra sociedad hay una gran crueldad en torno a los dolores psicológicos y emocionales, los cuales se consideran de segundo, tercer o incluso cuarto rango. De verdad, es tremendamente aterrador el valor que le damos a nuestra salud psicológica.
Del mismo modo que no se nos ocurriría ignorar una herida que se infecta o que no para de brotar sangre, un dolor estomacal continuo y punzante o un gran dolor de cabeza, no podemos obviar el dolor psicológico.
Debemos darle la importancia que se merece a nuestras heridas emocionales, porque el malestar psicológico requiere de una cura, de un trabajo y de un apoyo imprescindibles para sanarse.
Dicho de otra manera, no podemos dejar que el tiempo nos cure porque corremos el riesgo de que no lo haga y de que, por el contrario, se abran más nuestras heridas, las infecciones se extiendan y se enquisten nuestros problemas.
Ojalá pudiésemos elegir no tener problemas, disfrutar de cada momento y siempre encontrarnos bien. Sin embargo, no podemos evitarlo y, por supuesto, nadie está libre de peligro.
Cuanto antes entendamos esto, antes aprenderemos a cuidarnos como merecemos y a no echar más leña a nuestro fuego, a no incendiar nuestra mente de un diálogo interno social que desmerece y menosprecia nuestras emociones y los problemas con los que nos encontramos cuando nos damos cuenta de que el mundo, en realidad, no es del color que mejor nos combina a todos.
fuente: lamenteesmaravillosa.com
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