Lo que aprendí en 5 años de mi gato Emile
Muchos de los que seguís en este blog o en Facebook, ya sabeis por qué llegó a mi vida un gato llamado Emilio y que yo rebautizaría como Emile. Cuando estuve tantos días al borde de la muerte, Luisa cogió un gato que no estaba bien atendido por su dueño y que quería deshacerse de él. Ya me lo había propuesto antes de mi enfermedad, pero yo me negué radicalmente a ello. Mientras yo me debatía entre la vida y la muerte en la UCI, Luisa se llevó a Emile a casa. Le hacía compañía esas largas noches en las que no sabía si yo sobreviviría.
Cuando regresé a casa y me acosté, un hermoso gato blanco, peludo y de ojos muy vivaces y a la vez tiernos, se echó sobre mi pierna falta de la suficiente sensibilidad y ahí pasó muchas horas, mientras yo no dejaba de observarle.
No lo niego, fue amor a primera vista. Esta criatura de seis kilos de peso, de pelaje blanco como la nieve y ojos dorados, había llegado inesperadamente a mi vida. Desde entonces han transcurrido cinco años y ahora que he publicado mi obra "Lo que Aprendí en Cincuenta Años", no he podido dejar de preguntarme lo que he aprendido de Emile y con Emile en cinco años. ¡Y han sido tantas cosas!
Es a la vez muy amoroso pero no atosigante; no me juzga ni me recrimina; jamás es rencoroso y en el acto perdona cualquier contrariedad que pueda causársele; sabe estar solo y acompañado; cuando me pide comida o caricias, lo hace con gran delicadeza, nunca impositivamente. Se entrega a cada momento, conectando con el instante mismo, sabiendo vivir cada minuto como si fuera el primero y el último.
Sabe muy bien distribuir su tiempo. Hay un tiempo para dormir, uno para jugar, otro para quedarse ensimismado con los ojos perdidos en el vacío, otro para la cercanía y otro para la distancia.
Sabe darse, pero no en demasía, velando por su independencia. Observa con mucha atención, sin que se le vaya una, pero relajado. Está muy alerta desde su ser.
Es paciente y cuando sabe que es la hora de que yo llegue a casa, siempre está ya esperándome detrás de la puerta. Es de una inquebrantable fidelidad y tiene el adecuado sentido lúdico de la vida. Disfruta de lo lindo con las pequeñas cosas de cada día, que son las grandes: tomar el sol por la mañana, degustar la brisa matutina extasiándose en la misma, estirarse y desperezarse gozosamente, entrar en relajación profunda y comprobar si en su territorio todo está en su justo lugar. Es espontáneo, fluído, sin artificios.
Cuando quiere disuadirle a uno de algo que le molesta, lo hace con ternura, dando besos o mordisquitos, nunca con agresividad. A veces es como si estuviera en este mundo sin estar en él. Camina flotando, pausadamente, como un monje zen. Le gusta estar a mi lado cuando practico yoga y en el momento en que extiendo la esterilla en el suelo, viene hacia mí. Demuestra sin pudor su contento y su melancolía, ajeno a juicios y opiniones.
Sabe estar en sí mismo y con los demás, y tiene una especial predilección por los niños. No crea fricción; si algo no le gusta, demuestra su santa indiferencia y se aleja. Vive en lo que es, sin inútiles elucubraciones. No gusta del ruído, las discusiones, los conflictos. Exhala bondad y amor.
Es una de mis fuentes de consuelo e inspiración. Es mi amigo del alma. De vez en cuando me siento con él en el suelo y le observo muy minuciosamente. Le pregunto (y me pregunto): "¿Quién eres tú? ¿De dónde vienes y a dónde vas?". No lo sabemos, pero me siento muy agradecido porque el destino nos ha convertido en confidentes vitales. Cada día sigo aprendiendo de mi amado gato Emile.
Ramiro Calle
Centro de Yoga Shadak
Fuente: www.espaciohumano.com
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