¿Cómo sanar las heridas del alma? Habla el hombre que encontró la 'fórmula'
Por: Paola Guevara, enviada especial de El País al Hay Festival en Cartagena
Salud
domingo, 29 de enero de 2017
Los padres de Boris Cyrulnik eran judíos polacos. Su padre fue arrestado en 1942 y deportado a Auschwitz, para morir en un campo de concentración de Mérignac. Igual suerte corrió su madre un año más tarde. A los 5 años de edad, Boris quedó solo en el mundo, abandonado a su suerte, y pasó de mano en mano entre varias familias de acogida.
El mundo no era un lugar seguro para ser niño, mucho menos un niño judío. Ni siquiera en los vecinos se podía confiar, pues no dudaban en denunciar el origen étnico de los menores de edad, para que fueran exterminados por los nazis.
Boris Cyrulnik pasó la infancia –si es que así puede llamársele- evadiendo la muerte, escondiéndose, huyendo, escapando al arresto, evitando a toda costa caer en las garras de las huestes hitlerianas gracias a una agudeza y a un sentido del humor que le permitió sobrevivir a extremas circunstancias en la Europa de su época.
Con 6 años de edad consiguió escapar de un campo de concentración de donde el resto de su familia, judíos rusos emigrantes, jamás regresaron. Podría haber sido un niño analfabeta, pero se convirtió en una de las mentes más brillantes de la psicología.
Por eso, por ser un superviviente, cree que hay personas capaces de desarrollar estrategias adaptativas para sanarse y superar traumas. Esas son las personas “resilientes”, término que Cyrulnik acuñó y que tomó prestado de las ciencias duras.
En ingeniería, explica el autor, la resiliencia es la resistencia de un cuerpo a los esfuerzos bruscos; en otras palabras, es la cantidad de energía que puede absorber un material antes de comenzar a deformarse. Aplicada a las ciencias humanas, la resiliencia es la capacidad de unos individuos para sobreponerse a impactos que a otros podrían romperlos.
En su libro ‘Me acuerdo… El exilio en la infancia’, Boris Cyrulnik escribe: “En las teorías de la resiliencia explicamos que hay que hacer algo de nuestra herida, transformar el recuerdo, manipular de nuevo el pasado, mediante un compromiso filosófico, literario, religioso o político, con el fin de poder controlar la representación del pasado”.
A su paso por Cartagena, en el marco del festival literario Hay Festival, Cyrulnik reconoció que se irrita cuando las personas estigmatizan a los niños que han sufrido y concluyen que por ellos no vale la pena esforzarse tanto, porque al fin y al cabo ya están dañados. “De inmediato me siento atacado personalmente”, confiesa, pues él es la prueba viviente de que una persona puede, de la más atroz circunstancia, construir una vida deseada que alumbre la existencia de otros.
“El concepto de resiliencia tiene que ver con indignarse”, dice Cyrulnik, pues cree que quien tiene la fuerza suficiente para indignarse ante la injusticia o el maltrato tiene también la capacidad para oponerse y, quizá, para transformar la situación.
Desdeñar a los niños traumatizados “es lo más injusto”, dice, pues lo que lastima tiene un efecto diferente en cada cual. Lo que a uno lo destruye, a otro lo hace más fuerte. “Todo depende de la forma en que un niño haya sido arropado en los primeros meses de vida. Los que no fueron protegidos y cobijados acusarán el golpe de forma distinta que aquellos que recibieron afecto y seguridad. Si no fue protegido, el cerebro del niño no funcionará después del trauma, quedará dormido, no tendrá forma de reaccionar. Por eso aislar precozmente al niño de la madre en los primeros tres meses de vida tiene implicaciones serias”, explica.
Añade que, cuando un niño es cobijado por el amor de sus padres desde el embarazo y durante los primeros meses, sus neuronas se desarrollarán mejor y adquirirán resiliencia. “Si la madre está triste, infeliz o insatisfecha el bebé lo siente. Si a la madre se la apoya y se le da alivio, empezará su proceso de resiliencia y podrá transmitírselo a su bebé”, sugiere el experto.
Y cuenta el caso de María Sanz, quien estudió lo que ocurre cuando un niño llora y su madre acude a cargarlo, y lo que pasa cuando al niño se le deja llorar hasta cansarse. Dividieron a madres y niños en dos grupos y estudiaron el efecto, para comprobar que los niños que recibieron atención inmediata de su madre al llorar, en el primer trimestre de vida, eran más tranquilos y calmados. Y los niños que fueron desatendidos por su madre mostraban más y más prolongados periodos de llanto. “Al niño hay que darle tranquilidad emocional antes que la palabra aparezca como recurso”.
También habló sobre los estudios de Marie Villalobos, quien demostró en Francia que la madre, al cantar, hace que el corazón del bebé lata más rápido. “Sin embargo, cuando Marie regresó a Cali me llamó y me dijo que en esta ciudad el estudio no tuvo validez, porque una vez que las madres empezaban a cantar ya no se detenían en varios meses”, ríe con el humor negro que lo caracteriza.
Explicó que su colega Marie Villalobos trabajó con comunidades indígenas en Cali, donde las mujeres deben trabajar al poco tiempo de haber nacido la cría, por lo que el contacto piel con piel es vital para transmitirle seguridad al niño. “El padre y la madre son incubadoras humanas, el contacto con la piel es un factor clave para la resiliencia”, añade Cyrulnik.
Contó la historia de Alejandro Narkosky, pionero en los cuidados de los bebés prematuros, y quien se opuso con gran fiereza al prejuicio nazi de no prestarle tanta atención a los prematuros para dar prelación a los bebés nacidos a tiempo. “Narkosky tenía un carácter demasiado fuerte y muy desagradable, y gracias a eso pudo imponer su idea de dar cuidados mejores a los bebés prematuros. Se necesitaba a alguien con tan mal carácter para imponer una idea revolucionaria como esa. No le digan que yo dije eso”.
“Cuando el bebé llega al mundo viene de un sueño muy profundo, luego respira y llora y no deja de llorar en los siguientes 100 años”, ironiza, y habla de la importancia de permitir que el bebé recién nacido descanse sobre el pecho de la madre para fortalecer ese vínculo entre ambos y para darle tranquilidad al bebé. Esos primeros minutos de vida son importantes para incrementar la resiliencia.
“Antes al bebé que nacía se le pesaba, se le medía y se bañaba en agua de colonia, y como la piel absorbía todo ese alcohol se trataba de su primera borrachera. Nacer era el primer encuentro con el alcoholismo”, añade con humor, para advertir que esa práctica cambió y ahora la madre ve al bebé bañado en líquidos y sucio y dice “qué hermoso”.
Más de BorisSabe que en contextos de guerra, por ejemplo, en países como Argelia, donde grupos terroristas atacan escuelas y hospitales y a veces las madres ni siquiera pueden atender al bebé porque deben huir, alguien debe ocuparse de esos niños para que el proceso de construcción de la resiliencia no se dañe.Asuntos vitalesAsegura que estos, lejos de ser temas banales, son asuntos políticos de vital importancia. “¿Quién se ocupó de los niños alemanes abandonados tras la primera Guerra Mundial? ¿Quién estuvo con ellos cuando los alemanes fueron obligados a aceptar el humillante Tratado de Versalles que les impuso una deuda enorme y les impidió reconstruir el país? Yo les diré quién se ocupó de esos niños: Las juventudes nazis”.Un plan muy demorado“El Plan Marshal para la reconstrucción llegó demasiado tarde a Alemania, cuando ya las semillas del nazismo se habían incubado en la juventud resentida y herida por una Europa que humilló al vencido en lugar de darle la oportunidad de redimirse. Así, pues, lo que pase con las madres es prioridad para la salud política de una nación”, concluye Cyrulnik.
El alimento vital
Cyrulnik insiste en la importancia de la lactancia, pues cuando el bebé se voltea buscando el pezón de la madre y toma el pezón, respira, succiona, y se da un contacto visual entre madre e hijo, el niño reconoce las frecuencias bajas de la voz de su madre y reconoce su olor, y su sabor, porque durante 9 meses el niño flota en líquido amniótico que tiene el sabor a los alimentos que la madre consume.
“El niño saborea a la madre, huele su piel, y habrá mayor familiaridad. Si no hay lactancia, debe haber otro vínculo físico, ya sea con una madre sustituta o con el padre. Los hombres pueden ser buenas madres, excepto cuando se trata de lactar, la ciencia demuestra que son un fracaso”.
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