Una ligera lluvia cae sobre Mocoa, capital del departamento de Putumayo al sur de Colombia. Son las ocho de la mañana, está comenzando la época de lluvias. Hace algunos años venir a esta región era imposible, era el punto máximo de confrontación armada entre el Estado colombiano, las guerrillas, los paramilitares y los narcotraficantes en torno a la cocaína. Por mucho tiempo Putumayo fue el lugar con mayor número de cultivos de coca por metro cuadrado en el mundo.
Esperamos a Pepe, conductor de taxi que nos llevará al Valle del Sibundoy. Allí se encuentra el resguardo indígena de los Camëntšá, cuya traducción al español es “hombre de aquí mismo con pensamiento y lengua propia”. Pepe nos cuenta que lleva varios días lloviendo en la zona, “el invierno se vino”. Ahora hay menos turistas, no como la semana pasada que trajo a una Alemana, quien le comentó que venir a Mocoa desde Bogotá tomaba más tiempo que ir de Bogotá a Berlín.
Luego de veinte minutos de trayecto llegamos al final de una vía donde lo único que se ve es selva. Al bajar del carro nos ponemos las botas pantaneras, adquiridas en el terminal de Mocoa y utensilio indispensable en estas tierras húmedas y resbaladizas. Tras diez minutos de marcha, llegamos a una casa en ladrillo y tejas de zinc en medio de la vegetación. Es la casa del taita Guillermo, médico indígena de la comunidad. Mamá Concha, la esposa del taita, nos recibe y nos muestra el lugar donde vamos a dormir. Nos presenta las personas que viven y trabajan en la casa, su hijo Jairo y dos trabajadores, nos presenta los cinco perros que tiene y dos loros quienes nos acompañan todos los días a la hora de la comida.
El taita Guillermo es uno de los tantos médicos indígenas que viven en el Valle de Sibundoy, donde muchos extranjeros y locales vienen a verlo por diferentes razones: limpieza del cuerpo, tratamiento de enfermedades terminales, alivio de trastornos mentales y cualquier otra solución a infinidad de males. El taita, da una mirada cansada, nos invita a sentarnos y pregunta sobre nuestra larga jornada. ¿Cómo estuvo el viaje? ¿Cómo nos parece su casa? Nos invita en la noche a tomar el remedio o planta sagrada y nos cuenta: “cuando yo era niño, me fui de la casa a los nueve años. Aprendí a trabajar y a manejar el remedio [el yagé], ¡quería aprender el misterio de la madre de todas las plantas de la selva! El yagesito… Un suspiro y continúa… no se sabe a ciencia cierta cómo el indígena comenzó a utilizar el yagé. En todo territorio han habido entendidos, los abuelos dejaron esta herencia, varios preguntan cómo lo descubrieron pero nadie sabe… yo me pregunté de donde vienen los truenos. Nadie sabe de dónde ni cuándo salen. El trueno es un aire y el yagé también es un aire, porque usted se lo tomó. Si no lo puede manejar se confunde, si lo sabe manejar pues lo maneja. Entonces el yagé es una planta muy sagrada. Eso ha curado cáncer, úlcera, apéndice. El yagé es un vino como el vino de Dios. Que él nos dejó para ayudarnos entre hermanos prójimos.”
El taita nos explica que para saber sobre la planta hay que probarla. Sino no se puede saber qué es ni entender todos sus misterios. El yagé es un brebaje alucinógeno y purgativo, utilizado por los médicos indígenas en la Amazonía, conocidos como taitas o chamanes. Según las creencias, el yagé permite entrar en contacto con los espíritus de la naturaleza y sus antepasados, quienes guían a los médicos indígenas en el tratamiento de las enfermedades de la gente. El yagé o ayahuasca, como se le dice en otras partes de la Amazonia, está compuesto de dos plantas. La primera es una larga liana que tiene varios nombres nativos: yagé, caapi, dápa, mihi, kahi, natema, pindé, yajé. Tras unos minutos de cocción, se agregan hojas de chacruna – la segunda planta. Sin esta última planta el yagé solo resulta ser un simple laxante y no permite tener visiones o alucinaciones. Es la chacruna la que procura las visiones.
De los orígenes de la tribu camëntša se sabe muy poco. No existen manuscritos de su historia, ya que todo se ha trasmitido oralmente de generación en generación. Sin embargo, algunos antropólogos, con la ayuda de los indígenas, realizaron dos teorías sobre su origen.
La primera es la procedencia chibcha, tribu indígena. Ésta es atribuida a la huida de una parte de la tribu chibcha del centro del país hacia el territorio de Sibundoy por las acciones bélicas de los conquistadores.
La segunda es un estudio del cronista Alberto Juajibioy que realiza un comparativo de elementos tanto rituales como artesanales de los Camëntšá, con las características de los pueblos encontrados en su recorrido por Oceanía, Norte y Sur América antes de llegar al Sur de Colombia. El cronista encuentra varios puntos en común con tribus de la Oceanía, de materiales utilizados en sus rituales y vida cotidiana.
Pero cuando se habla con los indígenas camëntša, todos están de acuerdo con la misma versión. Los indígenas vienen de la naturaleza misma, porque el Camëntšá ha formado parte de la evolución de ella. Taita Guillermo afirma que su tatarabuelo era mitad hombre mitad tigre y vivía en el kakatempo; lugar donde se encuentra la raíz de la naturaleza, donde está la esencia de la vida y la creación, y adonde todo Camëntšá sueña llegar algún día.
La toma del yagé le permite al indígena acercarse a este lugar y buscar el estado ideal de equilibrio entre naturaleza y hombre. Si el hombre se dispone, fluye y acata los designios de la naturaleza, entonces logra el equilibrio. Los Camëntšá tienen una leyenda del origen del yagé. La anaconda guardó todo su saber en dos plantas: el yagé y el chagropanga. La primera la dio a su hijo, el tigre, para que la siembre por las tierras bajas del Pacífico y la Amazonia. La segunda la entregó a su sobrina Shiginquillanga quien lo cría y cuida en el fondo de los páramos.
Desde la primera noche el taita ofrece el yagé. Alrededor de la media noche, comienza a ubicar los objetos utilizados en el ritual, que su hijo o alguno de sus alumnos ha traído. El taita nos explica: “lo primero es la veladora para el divino niño”. En frente del lugar de la toma se encuentra un altar de cemento y vidrio. Al interior, una estatua de Jesús cuando era pequeño se encuentra de pie con los brazos abiertos, y en su parte superior está escrito ”yo reinaré” alumbrado por un bombillo azul que se percibe desde lejos. El segundo elemento importante son los cigarros y el aguardiente, utilizados por el taita para la limpieza de los malos espíritus y las enfermedades. Luego siguen un racimo de diferentes hojas amarradas por una cabuya, que forman un abanico y al moverlas generan un sonido muy tranquilizador que el taita, en compañía de una armónica y de cascabeles, utiliza para las canciones que acompañan toda la ceremonia.
El taita se dirige hacia la parte posterior de la casa. A su regreso, en una vasija blanca, trae el “remedio”, como nombran los Camëntša al yagé. Se ha cambiado por el atuendo necesario para la ceremonia, una cinta de colores de formas geométricas alrededor de la cabeza y varios collares de diferentes piedras y cascabeles en el cuello. Una vez que todo está listo para empezar, Guillermo saluda a los presentes, pregunta qué personas han tenido experiencia con el yagé y cuáles no. Pregunta si alguien tiene problemas cardiacos y si alguna mujer está con el periodo. En caso de respuesta positiva, no podrán participar a la toma.
Se comienza el ritual prendiendo un cigarrillo, chupando y expandiendo el humo con su boca por encima del abanico y la vasija que contiene el yagé. Sirve una copa, hace la señal de la cruz y se dirige hacia cada asistente en orden de derecha a izquierda dándole su respectiva dosis. “Tiene que probar poco a poco para ver qué sabor tiene”, me dice Guillermo al darme la copa con el yagé. Tomo un sorbo y siento pasar su sabor amargo de madera y plantas, luego decido tomarlo de una sola vez sin seguir el consejo del taita. El replica: “eso es como el aguardiente o el brandy. Usted lo toma poco a poco y se va sintiendo el sabor. Pero si usted se lo toma de una sola vez, entonces no supo qué fue lo que se tomó.”
Finalmente, el taita procede a tomar su brebaje. “Algunos taitas dan de tomar pero ellos no toman. Eso no está bien, hay que dar ejemplo, sino ¿cómo uno va decir lo que es el yagesito? Tiene el sabor de qué planta de las que ha conocido?” me pregunta. No sé qué responder, comienzo a sentir el efecto de la planta y no logro sacar una palabra de mi boca. Detrás del taita, hay un muro con dibujos de animales y colores de la selva. En el centro se encuentra un tigre pintado, el cual observo durante veinte o treinta minutos. Éste comienza a cambiar de color al igual que todos los dibujos del muro. Durante la ceremonia, en algunos momentos, el taita inicia el canto y la ejecución de la música por medio del abanico de hojas, de la armónica y de los collares de cascabeles. Acompaña sus melodías de letras mezclando el camëntša y el español: “limpia, limpia / cura, limpia, sana / mamita de los cielos / limpia, cura / limpia, sana / abuelitos, maravillas de los abuelitos / limpia, cura / limpia, sana, yahesito.”
De repente siento ganas de trasbocar. En ese mismo momento el taita se levanta, sale corriendo hacia la selva. Mientras lo veo partir, él se transforma en tigre, el mismo que hay en el muro. Me pongo de pie y camino hacia el árbol más cercano, donde vomito un largo tiempo. Oigo al taita trasbocar y pienso que son rugidos de tigre. Escalofríos. Percibo ruidos acercándose de la selva, veo una sombra y me encuentro frente a frente con el taita. Alivio: ha dejado de ser un tigre.
Dependiendo del organismo, cada persona puede vomitar una o varias veces. El taita afirma que “si se vomita mucho es que su cuerpo estaba muy contaminado, y necesitaba expulsar todas esas toxinas”. Después de que todas las personas han ido poco a poco liberándose de la sensación y de los efectos, el taita pregunta qué personas quieren repetir la dosis de yagé. Afirma que después de esa toma vendrán menos efectos digestivos y tendrán más visiones si aún no las han tenido, o se intensificarán en aquellos que ya las están teniendo. Luego realiza el mismo procedimiento que la primera vez, el taita explica: “el yagesito va sacando toda infección del costal de nosotros, tantas cosas que le metemos. Cuando le rasca el canal de Panamá, ¿qué es lo que tenemos? Amiviasis.” Durante el resto de la noche y hasta las primeras horas de la mañana, cada persona cuenta su experiencia y si alguno de los participantes quiere una “limpieza”, el taita la realiza al frente del altar del divino niño Jesús con la ayuda de los cigarros, el aguardiente, sus cantos y sus manos.
Dentro de los participantes de la ceremonia se encuentra una alumna de Guillermo que lleva viniendo los últimos 10 años para aprender los misterios del yagé. Su nombre es Patricia y vive en Bogotá. Conoció el yagé luego de sufrir una enfermedad terminal y afirma que el yagé la salvó. Después de esta experiencia, se dedicó al estudio de la planta. Un indígena en la capital le recomendó el Valle de Sibundoy, adonde se dirigió y conoció al taita Guillermo, y durante varios meses tomó el remedio. Comenzó a acompañar al taita y a su esposa mamá Concha en sus viajes, cuando iban a otras ciudades a dar yagé. Luego decidió dar ella también la bebida que suministra en una casa alquilada de las afueras de Bogotá.
Patricia nos cuenta algunas experiencias difíciles que ha vivido con los participantes del ritual. En una ocasión, un miembro del grupo paramilitar AUC (autodefensas unidas de Colombia) tomó la bebida y empezó a entrar en trance. Se tiró al piso donde golpeó su cabeza en varias oportunidades contra el suelo perdiendo dos dientes. Entre el taita y ella, deciden amarrarlo hasta que se calme. Al volver en sí, explica que durante las visiones veía una a una las fotos de las personas que él había matado, acordándose de las escenas del macabro evento. Al despedirse con la cara en sangre y sin dientes, dio gracias al taita diciendo que se sentía mejor, nunca más volvió à repetir la experiencia.
Otro caso es el de una adolescente consumidora de alucinógenos quien quería tomar el yagé para enfrentarse a sus miedos y entender su dependencia a la droga. “Lo logró. Aactualmente toma el remedio una vez por mes y ha dejado la droga”, afirma Patricia. Esta misma situación la vivió la hermana del primer ministro francés Manuel Valls, Giovanna Valls. Luego de varios años de dependencia a las drogas en su ciudad natal, Barcelona, decide por consejo de una amiga viajar en la Amazonía brasileña, donde existe un hospital dirigido por médicos indígenas. Al cabo de ocho meses en la clínica, Giovanna poco a poco vuelve a sonreírle a la vida. “Milagro”, dice ella. Después de los duros efectos secundarios del yagé, el clima y la vida en la selva, ella se adapta y logra dejar las drogas. La ayahuasca es peligrosa si no se toma de una forma controlada. Si se le respeta, es salvadora. ”En realidad, declara, con la ayahuasca uno se encuentra frente a uno mismo. Si yo era terca, esta experiencia me volvió más tolerante. Si sufría, me enseñó a decirlo en voz alta. Si estaba frágil, me trajo fuerzas. Si yo era egoísta por la droga, dejó lugar a la generosidad que hacía parte de mis valores. Si tenía miedo de la muerte, la ayahuasca la puso frente a mí. Si el perdón era el primer paso hacia la luz, yo supe pedir perdón y perdonarme a mí misma. La sustancia que viene de la naturaleza me dio la fuerza para esperar y despertar de la gran tiniebla en donde estaba.
Vuelve a Europa y declara que abandonó la droga, razón por la que decide escribir un libro contando su historia de cómo el yagé le ayudó a dejar su dependencia.
Guillermo le recuerda Stuart a Patricia, el estudiante suizo en antropología quien duró seis meses en la casa conociendo todo sobre la planta. Y finalmente, el caso más extraordinario: una mujer con cáncer de garganta, que luego de tomar el yagé, vómito una gran bola negra curándola de la terrible enfermedad.
La alumna del taita comenta cómo la casa ha crecido en comparación con la primera vez que vino hace una década. Antes no había electricidad ni muros en ladrillo ni agua potable, mucho menos colchones y televisor. Me dice que tengo suerte porque apenas unos días antes de nuestra llegada, compró camas y colchones nuevos para la habitación de invitados. Anteriormente, los participantes de la ceremonia eran todos de la región, pero hoy en día vienen de Estados Unidos, Europa y Sudamérica entre muchas otras regiones. “Todas estas posesiones y los diferentes turistas han llegado gracias a la planta sagrada”, afirma Patricia.
Aparte del dinero de las ceremonias de toma de yagé, el taita se ha construido una cocina reservada a la cocción de la bebida sagrada. Allí un trabajador está todos los días moviendo las mezclas de las plantas en las ollas y cortando leña para el fuego. Al entrar en la cocina, las emanaciones marean. “Se necesitan cinco días para la preparación del yagé”, me explica el trabajador. Su cotidiano consiste en remover la preparación o trasvasarla en otra olla que deja reposar durante varios días. El resto del tiempo, corta la planta del yagé en pequeñas partes y machaca la chacruna, necesarias para la bebida. Afirma que este yagé, el taita lo utiliza para sus tomas o lo vende a otros médicos indígenas como Patricia.
Pero éste boom de la planta ha generado varios cambios en la vida cotidiana del Taita y de los Camëntšá. En los terrenos de la comunidad, el yagé es un monocultivo, dejando cada vez menos espacio a los cultivos tradicionales que garantizan la alimentación diaria. Cada vez hay menos maíz o banano al alcance de la comunidad, quienes ahora tienen que comprar lo que antes su tierra les daba. Es claro que el éxito del turismo alrededor del ritual ancestral no sólo ha creado un mercado de clientes fieles y suficiente dinero para comprar alimentos. También está banalizando poco a poco las creencias y valores ancestrales de la comunidad.
El turismo chamánico ha ido generando una fractura en los rituales tradicionales camëntšá. La salida de los médicos indígenas al mercado de las grandes ciudades capitales a vender su producto mágico a los ansiosos clientes tomadores de pócimas indígenas de la más pura “naturaleza” ha degradado el ritual adquiriendo nuevas variables que poco a poco van debilitando las concepciones profundas marcadas por los ancestros, mercantilizando sus rituales, que antes estaban dentro del orden de la tribu donde solo en el intercambio se realizaba con otras comunidades indígenas.
Algunos chamanes o médicos indígenas inexpertos se empiezan a expandir en las grandes ciudades del continente y en las capitales occidentales como Berlín y Paris donde hay la posibilidad de tomar la bebida mezclada con otras plantas para aumentar su efecto, lo que puede tener peligrosas consecuencias para la salud de los participantes. En España, el Argentino Alberto Varela propone “retiros de evolución interior” y “consultoría personalizada de la ayahuasca”. Todo a cambio de 1650 euros. Los médicos indígenas de Sibundoy en compañía de más de 100 académicos expertos en estudios de temas amazónicos y conocedores de los rituales indígenas, escribieron un acta contra el mal uso que se le está haciendo a la planta y declararon: “Varela utiliza la planta y la promueve con técnicas de marketing. (…) Su uso es irresponsable y sus prácticas son reprobables. (…) Están aprovechándose de la dignidad de nuestro pueblo. Están engañando a muchas personas a las que traen a Mocoa, Putumayo, para darles la medicina sin tener en cuenta los riesgos”, que rompe toda la esencia del ritual y vulgariza su uso.
Es así que la planta sagrada del yagé toma el mismo camino de la coca, originaria de los pueblos andinos, con 5000 años de historia. Utilizada por los indígenas como cohesivo social en rituales religiosos, como medicina, fuente de energía y acompañante fundamental en las labores agrícolas, fue un elemento sustancial de las diversas culturas que habitaron las tierras suramericanas antes de la llegada de los Españoles. Siglos después fue transformada y mal utilizada por personas ajenas a estas tradiciones.
En el año 1500 Kjana-Chuyma, sacerdote tradicional del templo de la Isla del Sol en el lago Titicaca en cercanías de La Paz, declara estas palabras que se convertirán en profecía: “… para vosotros será espiritualidad, para ellos idiotez… y cuando los blancos traten de hacer lo mismo y se atrevan ellos a usar esta hoja como vosotros, a ellos le sucederá lo contrario. Su jugo, que para vosotros será la fuerza de la vida, para vuestros dominadores será un vicio repugnante y degradante. Mientras que para vosotros indígenas será un alimento casi espiritual, a ellos les causará idiotez y locura!”